“Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto”
Hebreos 9. 3-4
Ayer vimos como el Arca del pacto, aquel cofre dorado alojado en el lugar santísimo, contenía, entre otras cosas, una muestra del maná que apuntaba a ese verdadero Pan del cielo, que es Cristo. Pero hoy, nos concentraremos en otro de los elementos allí contenidos: La vara de Aarón.
Nos cuenta la Escritura que un día, mientras Israel transitaba por el desierto, doscientos cincuenta varones se rebelaron contra el liderazgo de Moisés y de Aarón, diciendo: “Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16. 3), a causa de lo cual vino un gran juicio de Dios sobre el pueblo, pereciendo la tribu de Coré devorada por la tierra, junto a otras casi 15.000 personas; mortandad que cesó una vez Aarón ofreció expiación delante de Dios por el grave pecado del pueblo.
Pero nos sigue contando el libro de Números que luego de este dramático hecho, dijo el Señor a Moisés: “Habla a los hijos de Israel, y toma de ellos una vara por cada casa de los padres, de todos los príncipes de ellos, doce varas conforme a las casas de sus padres; y escribirás el nombre de cada uno sobre su vara. Y escribirás el nombre de Aarón sobre la vara de Leví; porque cada jefe de familia de sus padres tendrá una vara. Y las pondrás en el tabernáculo de reunión delante del testimonio, donde yo me manifestaré a vosotros. Y florecerá la vara del varón que yo escoja, y haré cesar de delante de mí las quejas de los hijos de Israel con que murmuran contra vosotros” (Números 17. 2-5), y Moisés lo hizo así, aconteciendo que, al día siguiente, tan solo la vara de Aarón había reverdecido, produciendo flores, renuevos y almendras.
Con esta vara reverdecida, Dios había resaltado, ante los ojos del pueblo, Su soberana elección, enseñándoles que Su nombramiento a Aarón como único Sumo Sacerdote, era innegociable, y que dicho llamamiento seguía en firme, pues no era potestad del hombre elegirlo por democracia, sino potestad exclusiva del Dios que reina.
¡Cuán grande lección nos deja esta rebelión de la tribu de Coré! Para que nosotros hoy, no hagamos lo mismo para nuestro propio mal, queriendo poner a otro en el lugar prominente que Dios solo ha concedido a Uno por elección soberana, pues dice la Biblia: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión (…) Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4. 14-16). Retengamos pues nuestra profesión de fe, puesto que solo Cristo, es esa perfecta vara que, al tercer día de haber sido sepultada, reverdeció en gloria, dando eterna flor, renuevo y almendras en todo aquel, que a él entrega en vida, su alma y corazón.