Palabras de consuelo para mi iglesia en refugio
Palabras de consuelo para mi iglesia en refugio

Palabras de consuelo para mi iglesia en refugio

Podcast dedicado a la meditación de la Palabra de Dios, con pequeñas lecturas y reflexiones para dar ánimo a la iglesia de Cristo.

Autor: Nicolas Velasco
EL EFOD Y SUS HOMBRERAS
30 September 2020
EL EFOD Y SUS HOMBRERAS

“Y pondrás las dos piedras sobre las hombreras del efod, para piedras memoriales a los hijos de Israel; y Aarón llevará los nombres de ellos delante de Jehová sobre sus dos hombros por memorial”

Éxodo 28.12


Con respecto a las vestiduras doradas que caracterizaban al Sumo Sacerdote, hemos hablado ya acerca de dos de ellas: La mitra con la placa dorada frontal que llevaba la inscripción “SANTIDAD A JEHOVÁ”, y el manto azul con sus granadas y campanillas.


Y así es como, siguiendo nuestra travesía anatómica de las vestiduras sacerdotales de adentro hacia afuera, hemos llegado finalmente a la vestidura mas externa: El Efod. Esta hermosa prenda, consistía en una especie de chaleco que descendía a modo de delantal, el cual era vestido sobre el manto azul, sujeto con firmeza al cuerpo por medio del cinto que de él se desprendía, y acerca del cual ya hablamos en una anterior oportunidad. 


“Y harán el efod de oro, azul, púrpura, carmesí y lino torcido, de obra primorosa” (Éxodo 28. 6). Al oír esto, no hace falta que te intente describir lo hermosa que debió haber sido esta prenda que investía de honra y belleza al Sumo Sacerdote, por lo que no me centraré tanto en ella, sino que hoy tan solo me enfocaré en uno de sus detalles, en sus hombreras, pues había mandado Dios acerca de ellas, diciendo: “Y tomarás dos piedras de ónice, y grabarás en ellas los nombres de los hijos de Israel; seis de sus nombres en una piedra, y los otros seis nombres en la otra piedra, conforme al orden de nacimiento de ellos” (Éxodo 28. 9-10).


Así pues, Aarón debía llevar sobre sus hombros los nombres de las tribus de Israel, en todo tiempo en que ministrara, pues de este modo él estaría actuando en representación del pueblo entero de Dios, de cada uno, por nombre, llevándolos grabados de manera indeleble en piedra valiosa sobre sí. Pero aún hay algo más, pues en aquel contexto, al igual que muchas veces en el nuestro, los hombros eran símbolo de fuerza y poder.


Por tanto, ya podrás imaginar hacia donde nos guía todo esto ¿Verdad?


Aarón, el Sumo Sacerdote, con aquellas piedras con los nombres del pueblo de Dios inscritos sobre sus hombros, apuntaban, exactamente a nuestro gran Sumo Sacerdote, a Jesucristo, quien llevó en hombros los nombres de cada uno de sus amados, representándolos en aquella gloriosa obra expiatoria de la cruz, donde toda la eterna ira del Padre fue vertida sobre él, para comprar con ello salvación y Vida Eterna para todos aquellos a quienes representaba, esto es, a aquellos que creyeron, creen y creerán en Su bendito Nombre.


Y es que ni aún la muerte pudo retenerlo, por lo cual al tercer día, dejando la tumba vacía ascendió a los cielos en victoria oyéndose una voz que decía jubilosa “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de Gloria ¿Quién es este Rey de Gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla” (Salmos 24. 7-8), voz que será seguida por millones de millones de las voces de sus redimidos que eternamente clamarán con alegría, diciendo: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5. 12-13). 


¿Conoces acaso a este Rey de Gloria? ¿Crees hoy en Su bendito Nombre? Porque si sí es así, considera por favor este maravilloso mensaje al que apuntaban las piedras de ónice sobre los hombros de Aarón, pues de un modo más perfecto, tu nombre ¡Sí, el tuyo! estaba, está y estará escrito perpetuamente sobre los hombros de tu victorioso, fuerte y poderoso Jesucristo.


EL MANTO, LAS GRANADAS Y LAS CAMPANILLAS
28 September 2020
EL MANTO, LAS GRANADAS Y LAS CAMPANILLAS

“Harás el manto del efod todo de azul; y en medio de él por arriba habrá una abertura, la cual tendrá un borde alrededor de obra tejida, como el cuello de un coselete, para que no se rompa. Y en sus orlas harás granadas de azul, púrpura y carmesí alrededor, y entre ellas campanillas de oro alrededor”

Éxodo 28. 31-33


En la pasada oportunidad hablamos acerca de la Mitra con la placa dorada frontal; elementos con los cuales iniciamos nuestra descripción anatómica de las prendas doradas que eran para uso exclusivo del Sumo Sacerdote, Aarón. Así pues, hoy hablaremos de una segunda prenda dorada: El Manto azul.


Este manto celeste consistía en una especie de toga que se vestía por encima de la túnica, pero que, al no ser tan larga como ésta, dejaba al descubierto alguna parte del extremo más bajo de la túnica. El manto, al igual que la túnica, iba tejido en una sola pieza, sin costuras, contando, al nivel del dobladillo inferior con dos tipos de adornos: Las granadas (azul, púrpura y carmesí) y las campanillas de oro, las cuales, dispuestas de manera intercalada, producían un tintineo constante con cada paso dado por el Sumo Sacerdote mientras ministraba, pues el Señor había mandado diciendo: “Y estará sobre Aarón cuando ministre; y se oirá su sonido cuando él entre en el santuario delante de Jehová y cuando salga, para que no muera” (Éxodo 28. 35).


Así pues, si hubieras sido un israelita de aquel tiempo, habrías podido escuchar, aquel tintineo proveniente del tabernáculo producido por esas campanillas doradas de Aarón, rodeadas por las granadas que simbolizaban la abundancia, y habrías tenido entonces la seguridad y tranquilidad, que desde allí, desde la misma presencia de Dios que representaba el tabernáculo, había alguien, intercediendo día tras día por causa de tus pecados delante del Señor. 


Hoy, por supuesto, no contamos, ni necesitamos, de aquellas campanillas y granadas que representaban la abundancia y la intercesión en los pies de Aarón, pues en Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, tenemos el cumplimiento perfecto de ambos símbolos, pues con Su gloriosa victoria, no solo nos ha concedido por medio de la fe en Su Nombre, Vida abundante y fruto espiritual constante, sino que además podemos decir con toda confianza: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8. 34)


Ahora, en tu transitar por esta vida, ya no requieres oír el tintineo para saber que hay alguien en la presencia de Dios intercediendo por ti, porque ahora por medio de la cruz puedes estar completamente seguro de que así es contigo, pues en los cielos, a la diestra del Padre, está tu Salvador, mediando por ti, por ti mismo, por nombre. Por lo cual, dice el Apóstol Juan en el contexto de su llamado a la obediencia a todos aquellos que confiesan creer en Cristo: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1). Piensa hermano, hermana, piensa en la alegría y descanso que debe traer a tu corazón el saber que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8. 1).


Por tanto, ya no necesitamos oír ese tintineo imperfecto y simbólico, pues así como Aarón, “los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas Cristo, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.” (Hebreos 7. 23-25).


LA MITRA, LAS TIARAS Y LA PLACA DORADA
25 September 2020
LA MITRA, LAS TIARAS Y LA PLACA DORADA

“Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella como grabadura de sello, SANTIDAD A JEHOVÁ. Y la pondrás con un cordón de azul, y estará sobre la mitra; por la parte delantera de la mitra estará”

Éxodo 28. 36-37


Hemos hablado ya acerca de los pantalones, la túnica y el cinto de lino fino, acercándonos así, poco a poco, al final de nuestra descripción anatómica de las vestiduras blancas, llegando hoy el turno a la cuarta prenda: La Mitra o Tiara.


Estos artículos, consistentes ambos en turbantes de lino fino confeccionados y adornados de acuerdo a lo que Dios había mandado, tenían como propósito, al igual que el resto de vestiduras blancas, el de coronar de "honra y hermosura" a los levitas, denominándose Mitra al turbante usado por el Sumo Sacerdote, y Tiara a aquel usado por los sacerdotes comunes. 


Estos turbantes, simbolizaban la sumisión de los levitas a Dios, recordándonos con ello a aquel gran Sumo Sacerdote nuestro, quien postrado en el Getsemaní, ya en proximidad a la traición de Judas, oró al Padre, diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.” (Mateo 26. 39); palabras con las cuales Cristo, según lo estipulado desde la eternidad pasada, expresó su absoluta y voluntaria sumisión al Padre, aceptando beber la copa de la ira Divina, para que nosotros, creyentes en Su Nombre, pudiéramos beber la eterna copa de bondad, misericordia y gracia del Padre.


Pero hay un detalle más con respecto a la Mitra del sumo sacerdote, el cual nos servirá de bisagra para empezar a hablar, de aquí en adelante, acerca de las vestiduras doradas que eran de uso exclusivo por Aarón. Este hermoso detalle consistía en que, de aquella Mitra de lino, se desprendía un cordón azul que sostenía en la frente del Sumo Sacerdote una placa de oro puro, en cuya superficie tenía grabada la frase: “SANTIDAD A JEHOVÁ”.


Así pues, Aarón como Sumo Sacerdote imperfecto, debía llevar cerca de su mente, y ante la vista de todos, esta frase grabada en oro, como un recuerdo para él, y para todos los demás de que sin santidad “nadie verá al Señor” (Hebreos 12. 14), cosa que por cierto, ninguno de nosotros es capaz de cumplir, pues todos nos mezclamos con el pecado diariamente, una y otra vez, bien sea obrando mal, o negándonos a hacer el bien que pudimos haber hecho, o simplemente pecando en nuestra mente y corazón, cosas por las cuales, de no ser por la fe en la obra de Cristo a nuestro favor, ninguno estaría habilitado para encontrarse con Dios en Su Santo Reino.


Por tanto, mientras esta Mitra o Tiara debe recordarnos la completa sumisión que debemos a nuestro Dios bajo la consciencia de que Él está sobre nosotros siempre; la placa dorada grabada en nuestra mente debe recordarnos la santidad y pureza que Cristo ganó por nosotros, pues únicamente por medio de Su cruz es que podemos ser hechos santos en santificación, concediéndonos esta plena confianza de saber que día tras día él nos estará limpiando, y que una vez despertemos a la eternidad, Dios mismo nos verá a través de esa placa dorada y perfeccionada, que es Cristo, y allí, leyendo en nosotros: “SANTIDAD A JEHOVÁ” con gloriosa y conmovedora voz dirá: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25. 23)


¿Puedes acaso imaginar aquella maravilla? ¿Recibir la alabanza de tu propio Creador mientras te abre las puertas a lo Sublime y Eterno de Su preciosa Gloria? Nos resulta aun imposible imaginarlo ¡Cuán preciosa es nuestra Gloria en Cristo, infinitamente mas valiosa que el oro! Bienaventurados son “los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5. 8).


EL CINTO RECAMADO
24 September 2020
EL CINTO RECAMADO

“Y bordarás una túnica de lino, y harás una mitra de lino; harás también un cinto de obra de recamador”

Éxodo 28. 39


Hemos hablado anteriormente acerca de dos de los cuatro elementos que constituían las vestiduras blancas de los levitas: Los pantalones y la túnica blanca de lino fino. Así que hoy hablaremos de un tercer elemento: El cinto de lino torcido. 


Este cinto, que en el caso de los levitas comunes debía ir directamente envuelto por encima de la túnica blanca a manera de cinturón, en el caso de Aarón debía ir por encima del efod (hermoso delantal externo acerca del cual hablaré mas adelante), ya que el Sumo Sacerdote además de las vestiduras blancas, debía portar también sobre ellas a las denominadas “prendas doradas”.


“Y el cinto del efod que estaba sobre él era de lo mismo, de igual labor; de oro, azul, púrpura, carmesí y lino torcido, como Jehová lo había mandado a Moisés.” (Éxodo 39. 5). Así pues, se trataba de un cinturón hermoso, completamente lleno de detalles artísticos que cooperaban con aquel propósito Divino de adornar a los levitas de “honra y hermosura”.


Pero hay aun algunos detalles adicionales que podríamos discutir acerca del simbolismo propio de los cinturones ceñidos en aquella época, pues, por lo común, quienes vestían cintos eran aquellos que servían, siendo imposible que aquello no nos evoque a nuestro Cristo como siervo, quien tan solo, a modo de ejemplo sabiendo _“que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (Juan 13. 3-5), lo cual resultó algo escandaloso a los ojos de los discípulos, quienes no podían comprender como el Mesías, Dios hecho hombre, se encontraría postrado realizando un trabajo que solo le correspondía en aquel momento realizar a los esclavos de mas bajo nivel. 


Mas allí estaba el Señor y Maestro, adoptando aquella posición de Siervo sufriente, dispuesto a entregar Su vida en rescate por sus amados, dejándonos ejemplo de Su obra, diciendo: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Juan 13. 14-15), permitiéndonos entender así nuestro vital llamado al servicio cristiano y sacrificial, no específicamente en el lavado de los pies, sino en cada esfera de nuestra existencia, así en el físico, como en el espiritual. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2. 5-8).


Por tanto ¡Oh cristiano! Asegura a tu cuerpo aquella vestidura santa por medio de este cinto, no con aquel cinto físico e imperfecto del antiguo testamento, sino con este renovado cinturón espiritual, viviendo nuestras vidas “ceñidos con el cinturón de la verdad” (Efesios 6. 14), para que de este modo podamos combatir y servir a Dios sin estorbo, en esta solemne guerra espiritual sobre la tierra cuyo propósito consiste en derrotar al enemigo ya vencido por Cristo, con el fin de liberar a tantas almas cautivas para con ello conducirlas a aquella Ciudad de Dios, hermosa, celestial, victoriosa y eterna.


LA TÚNICA DE LINO FINO
23 September 2020
LA TÚNICA DE LINO FINO

“Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo.”

Juan 19. 23


Como vimos en la anterior oportunidad, Dios había mandado por intermedio de Moisés, que expertos confeccionistas elaboraran para los levitas, una serie de prendas consagradas, dentro de las cuales hablamos de un grupo básico, denominadas “vestiduras blancas”, de las que hacían parte: La túnica, los pantalones, el turbante y el cinto; elementos que debían ser usados por todos los levitas. Y así fue como en la pasada entrega nos detuvimos a analizar el simbolismo de los pantalones, o calzoncillos de lino torcido, que representaban la pureza y el decoro que los levitas debían guardar en su aproximación al Señor.


Pero hoy, siguiendo entonces nuestra travesía anatómica en orden de adentro hacia afuera, hablaremos de otra de aquellas prendas: La túnica de lino fino.


Estas túnicas, con frecuencia tejidas en una sola pieza, sin costuras desde el cuello hasta los pies, eran una verdadera obra artística, fabricadas por personas especialmente dotadas por Dios para adornar con ellas de “honra y hermosura” los cuerpos de los levitas; mismos atributos que vistieron a nuestro Señor, de quien nos cuentan las Escrituras que: “Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús (…) Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será” (Juan 19. 23-24); cruel sorteo que nos permite evidenciar al menos dos cosas.


La primera, es que Dios, en relación al cumplimiento de su propia Palabra, tiene el más fino cuidado de guardar cada detalle, pues ya en el Salmo 22, casi 1000 años antes de la cruz, David había profetizado, diciendo: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmos 22. 18). Bien habrían los soldados haber podido rasgar y desechar aquella ropa, que para aquel momento ya estaría deteriorada por causa del transporte a hombros de la cruz, y manchada por la sangre proveniente de los latigazos en el cuerpo de Cristo; pero aquí vemos como Dios es capaz de usar, incluso a sus enemigos, en el cumplimiento cabal de Sus promesas.


Pero lo segundo que podemos observar, es que, aquellos mismos atuendos que para los levitas fueron símbolo de “honra y hermosura”, al Hijo de Dios le fueron despojados mientras colgaba en la cruenta cruz, alcanzando a los ojos de los hombres más valor su túnica deteriorada y manchada, que Su propia Divina persona.


De esta manera, podemos ver en esta túnica de lino fino la honra y hermosura de las cuales el Señor mismo aceptó desde la eternidad pasada ser desprovisto, para cumplir en sí mismo la profecía de aquel Cordero que vendría a salvar a muchos de la condenación eterna, lavando los ropajes de Su pueblo amado por medio de Su sangre, para vestirlos así de Su incorruptible honra y hermosura, dándoles con ello entrada a hacer parte de esa gran multitud celestial “la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas” (Apocalipsis 7. 9) sirviéndole de día y de noche, totalmente ajenos de toda hambre y sed “porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de agua de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7. 17).


LAS VESTIDURAS Y LOS PANTALONES DE LINO
18 September 2020
LAS VESTIDURAS Y LOS PANTALONES DE LINO

”Y para los hijos de Aarón harás túnicas; también les harás cintos, y les harás tiaras para honra y hermosura”

Éxodo 28. 40


Habiendo terminado de acompañar a nuestro levita a lo largo de su paso por el Tabernáculo, empezaremos hoy una nueva travesía, esta vez viajando a lo largo de un nuevo conjunto de detalles, que, aunque en aquel momento contaban ya con un precioso significado, hoy resultan para nosotros aun mas vivos que nunca, en vista de que tenemos en nuestras manos la Revelación completa de Dios para poder entenderlos. Así pues, daremos hoy comienzo al maravilloso estudio de la Anatomía de las vestiduras sacerdotales.


Dios había mandado por boca de Moisés, ordenar a expertos confeccionistas, diciendo: “Las vestiduras que harán son estas: El pectoral, el efod, el manto, la túnica bordada, la mitra y el cinturón. Hagan, pues, las vestiduras sagradas para Aarón tu hermano, y para sus hijos, para que sean mis sacerdotes” (Éxodo 28. 4). En este punto, es importante aclarar que aun cuando todos los levitas debían hacer uso de las vestiduras blancas (de las cuales hacían parte la túnica, los pantalones, el turbante y el cinto), el uso adicional de todos los demás elementos, a los que en conjunto se les denominó “prendas doradas”, eran de uso exclusivo del Sumo Sacerdote, quien debía portarlas todos los días de su ministerio anual, con excepción del día de la Expiación, pues en aquel día consagrado, Aarón solo debía portar las vestiduras blancas. 


Para efectos de orden, intentaremos pues, conducir nuestra travesía anatómica desde la prenda mas interna hasta la mas externa, debiendo comenzar entonces por los pantalones o calzoncillos de lino, sobre los cuales había mandado Dios, diciendo: “Y les harás calzoncillos de lino para cubrir su desnudez; serán desde los lomos hasta los muslos. Estarán sobre Aarón y sobre sus hijos cuando entren en el tabernáculo de reunión, o cuando se acerquen al altar para servir en el santuario, para que no lleven pecado y mueran. Es estatuto perpetuo para él, y para su descendencia después de él” (Éxodo 28. 42-43).


Estos pantalones, como vemos, consecuencia de la caída de Adán en pecado (Génesis 3. 7), simbolizaban ahora la pureza y la modestia delante de Dios, así como también la gracia y la misericordia Divina, lo cual debe conducirnos a reflexionar en al menos dos cosas. 


Lo primero, es que, aun cuando nuestra razón nos diga lo contrario, al Señor si le importa el valor moral de la ropa que vestimos delante de él y delante del mundo,  


evocando un claro mensaje tanto para las mujeres, diciendo: “que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2. 9-10); como también para los varones, diciendo: “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace” (Deuteronomio 22. 5), pues, aunque el mundo quiera imponer y legalizar lo opuesto, lo cierto es que Dios no ha cambiado, ni cambiará, Su Ley con respecto a al modo en que hombres y mujeres debemos vestir delante de Él. 


Pero en segundo lugar, y aun más importante, debemos recordar, que aun cuando Dios diseñó estos vestidos en misericordia para Aarón y los levitas; Cristo, el gran Sumo Sacerdote fue despojado de sus ropas, según la cruel costumbre romana, siendo burlado y torturado hasta lo sumo, a lo cual él se entregó voluntariamente como reo de muerte, porque teniendo sus ojos puestos en la victoria, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la cruz para salvar con ello eternamente a todas aquellas almas perdidas que confían enteramente en Su Nombre.


EL TABERNÁCULO Y LA NAVIDAD
17 September 2020
EL TABERNÁCULO Y LA NAVIDAD

“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”

Lucas 2. 7


En nuestra reflexión anterior, finalizamos lo que sería nuestra travesía de Aarón y los levitas a través del tabernáculo de reunión, pasando, de afuera hacia adentro, en primer instancia por el atrio o patio externo, donde encontraríamos en su orden el altar de los sacrificios que simbolizaba el justo juicio, seguido por el lavatorio que simbolizaba la pureza, siendo necesario luego cruzar el primer velo para abrirnos paso hacia el lugar santo, donde hallaríamos tres muebles: La mesa de los panes de la proposición que simbolizaban la continua provisión y cuidado físico de Dios; el candelero dorado que representaba la luz de la revelación de Dios; y un tercer mueble, el altar de incienso, localizado ya en lo profundo del lugar santo, muy cerca del segundo velo, y que simbolizaba las oraciones de los santos.


Y así fue como terminamos bajo los ojos de Aarón, Sumo Sacerdote, cruzando el segundo velo para acceder al lugar santísimo en el día anual de la Expiación, en donde encontraríamos el arca del pacto en cuyo interior se alojaban tres elementos: Las tablas de la Ley, que nos recuerdan la Ley que día a día quebrantamos y cuyo propósito no es el de salvarnos sino el de guiarnos a buscar con urgencia a un Salvador; un segundo elemento consistente en la vara de Aarón que reverdeció, y que simbolizaba la realidad de que Dios eligió soberana y exclusivamente a Cristo como ese gran y único Sumo Sacerdote que puede ser nuestro Vicario y Salvador; y un tercer elemento en la forma de un recipiente dorado conteniendo una muestra del maná, el cual simboliza el cuidado espiritual constante de Dios hacia Su pueblo.


Todo esto componía, de manera muy resumida, el tabernáculo de reunión, entendiendo por la palabra tabernáculo, a la morada misma de Dios entre los hombres. Este tabernáculo, según vimos lleno de significado y simbolismo, buscaba hacer entender al pueblo, por medio de sus sentidos, que Dios estaba presente en medio de ellos, habitando, y acompañándolos fiel y amorosamente a lo largo de toda Su travesía hacia la Tierra Prometida, proveyéndoles de todo lo necesario para que esa promesa Divina se hiciera realidad de principio a fin. 


Pero al igual que cada uno de sus componentes, el tabernáculo o morada de Dios eran tan solo sombra del verdadero tabernáculo que vendría en el momento señalado, pues así lo había anunciado el profeta Isaías diciendo: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.” (Isaías 7. 14), nombre “que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1. 23). Jesucristo es entonces aquel Emanuel prometido, Dios hecho hombre, el cual tabernaculizó o “habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1. 14).


Por tanto, ya no necesitamos de un tabernáculo material y simbólico, pues en Cristo ya tenemos al tabernáculo verdadero, cumplido y materializado, morando eternamente con nosotros por medio de su Santo Espíritu cuyo templo es nuestro cuerpo y corazón regenerado, pues para nuestro eterno bien aconteció que en aquel glorioso día de Navidad nos nació “en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”: (Lucas 2. 11), quien por su Sangre compró para nosotros todo lo necesario para que esa promesa Divina de una Tierra Prometida, se hiciera realidad de principio a fin.


EL ARCA, LA LEY Y EL OTRO MACHO CABRÍO
15 September 2020
EL ARCA, LA LEY Y EL OTRO MACHO CABRÍO

“Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo”

Levítico 16. 20


Hemos visto la manera como Aarón, Sumo Sacerdote de Israel, debía proceder con el becerro y con uno de los dos machos cabríos que debía presentar ante Dios, sacrificándolos en expiación por los pecados de Aarón y del pueblo, respectivamente, y rociando de la sangre de aquellos sobre el propiciatorio, que era la tapa dorada del arca que se encontraba entre las tablas de la ley y la nube de la presencia de Dios, y que apuntaba a ese sacrificio perfecto de Cristo, quien intercedió por los pecados de Su amada iglesia, ofreciendo Su propia vida como expiación, término que, debemos recordar, hace referencia a eliminar la culpa de alguien a través del sacrificio de un tercero. 


Pero hoy, hablaremos del otro cabrío, aquel que no había sido elegido para el sacrificio expiatorio, con respecto al cual, Aarón debía proceder así: “pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío” (Levítico 16. 21-22), acción por medio de la cual, Aarón estaba cargando sobre la inocente víctima todos la perversidad del pueblo, haciendo sobre él toda una transferencia de aquel mal que hasta aquel momento reposaba sobre Israel.


Mas era responsabilidad de Aarón hacer aún algo más, pues luego de esta transferencia de pecados, debía enviar al cabrío “al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto.” (Levítico 16. 20)


¿Puedes imaginar aquella imagen? Allí iba, el cabrío inocente, cargando sobre sí el pecado de todo el pueblo, caminando por el desierto en absoluta soledad y condenado para siempre al olvido. Pero, por mas que esta imagen resultara impactante, lo cierto es que tan solo era un símbolo que apuntaba al verdadero olvido de los pecados del pueblo, que solo se ejecutaría, 1400 años después, en la persona de Cristo, el anunciado vicario del pueblo de Dios, quien no solo fue sacrificado por causa de los pecados de su pueblo, sino que además, con su perfecta obra, condenó para siempre al olvido a los pecados de Su iglesia.


Por tanto, no existe para Dios aquel proverbio mundano que dice “yo perdono pero no olvido”, sino que, si estás en Cristo, tus pecados no solo son perdonados, sino que además son completamente olvidados, eternamente. Por tanto, no importa el pecado que hayas cometido en tu pasado, o lo grave que éste pueda parecer a los ojos de los hombres, pues si vienes a Cristo hoy en verdadero arrepentimiento y fe “Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7. 19), pues Dios dice: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.” (Isaías 43. 25).


¡Qué gran refrigerio debe proveer a nuestras almas que el Señor haya hecho esto por nosotros, y que ahora nuestros pecados yazcan inhallables en las profundidades del mar, a donde ni siquiera tú tienes permiso de ir a buscarlos! Si estás en Cristo, así están tus pecados, olvidados, tal y como era olvidado aquel cabrío portador de los males de Israel, quien se perdía entre la densa bruma de las tormentas de arena del desierto, para no tener memoria nunca más de él.


EL ARCA Y LA LEY
11 September 2020
EL ARCA Y LA LEY

“Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio.”

Levítico 16. 2


Como habíamos visto antes, el arca de la ley consistía en un cofre de acacia recubierto de oro por dentro y por fuera, el cual poseía una tapa de oro macizo, llamada Propiciatorio, de la cual se desprendían dos arcángeles labrados a martillo, dispuestos uno frente al otro con sus rostros inclinados hacia abajo, hacia el Propiciatorio (o “silla de la misericordia”). 


Pero, por otro lado, hemos hablado ya sobre dos de los tres elementos que contenía este arca del pacto, llegando hoy el turno al tercero de ellos: Las tablas de la ley. Estas tablas, debemos recordar, consistían en dos lozas de piedra sobre las cuales, Dios había escrito el decálogo de mandamientos que regirían la vida y conducta de aquel pueblo recién liberado; tablas acerca de las cuales ordenó Dios que fuesen almacenadas en el corazón del arca como testimonio perpetuo a todo Israel.


Mas, como vimos también, el lugar santísimo que alojaba el arca, era un recinto al cual Aarón solo podía acceder una vez por cada año, más exactamente en el día de la expiación, en donde Dios se aparecería ante él, a modo de nube entre los dos arcángeles dorados, justo por encima del Propiciatorio (Levítico 16. 2). Aquel día, Aarón debía presentarse delante de Dios con un becerro y dos machos cabríos (aunque hoy solo hablaremos de uno de estos cabríos), los cuales debía sacrificar Aarón para expiación, así: El becerro por los pecados propios de Aarón, y el macho cabrío por los pecados del pueblo entero; con cuya sangre, debía Aarón rociar el Propiciatorio dorado, con lo cual, sumado a otras labores, Aarón y el pueblo entero de Israel eran hechos limpios de pecado ante los ojos de Dios.


Pero todo esto, como podemos imaginar, no era una ceremonia que salvara en sí misma, sino que toda ella apuntaba a un día en específico, al verdadero día de la Gran Expiación ¿De qué manera?


Bueno en primer lugar todo ello apuntaba a enseñarnos a través de aquella nube, que Dios está sobre nosotros, como testigo incluso de lo que hacemos en secreto, quedando al descubierto ante sus ojos nuestra desobediencia continua a las tablas de la Ley, a esos diez mandamientos que día tras día quebrantamos, haciéndonos culpables y dignos de eterna condenación. Pero, aun cuando esta escena nos habla del juicio de Dios, ella también nos muestra la maravillosa  gracia de Dios, pues Él, en su infinita misericordia quiso interponer entre su santa ira y nuestra rebeldía, un propiciatorio o silla de la misericordia, sobre la cual debía rociarse sangre inocente, para perdón de nuestros pecados, y esa sangre es, por supuesto, la sangre de Cristo.


Cristo, como gran Sumo Sacerdote (que a diferencia de Aarón no tuvo que ofrecer ningún sacrificio por sus pecados, pues él nunca pecó), entregó su propia vida inocente en rescate por los pecados del pueblo, esto es, de toda persona que ha creído en él como su único Señor y Salvador, rociando Su propia sangre en la cruz, para satisfacer de este modo la santa ira de Dios por causa de nuestra rebeldía.


¡Cuán dolorosa habría sido nuestra eternidad en juicio, si Dios no hubiera decidido hacer algo por nosotros! “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5. 8). Pero aun hay mas, pues volviendo a Aarón, Dios hizo algo adicional con respecto a nuestros pecados, lo cual veremos representado en una próxima oportunidad, cuando hablemos del destino del otro macho cabrío.


EL ARCA Y LA VARA
10 September 2020
EL ARCA Y LA VARA

“Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto”

Hebreos 9. 3-4


Ayer vimos como el Arca del pacto, aquel cofre dorado alojado en el lugar santísimo, contenía, entre otras cosas, una muestra del maná que apuntaba a ese verdadero Pan del cielo, que es Cristo. Pero hoy, nos concentraremos en otro de los elementos allí contenidos: La vara de Aarón.


Nos cuenta la Escritura que un día, mientras Israel transitaba por el desierto, doscientos cincuenta varones se rebelaron contra el liderazgo de Moisés y de Aarón, diciendo: “Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16. 3), a causa de lo cual vino un gran juicio de Dios sobre el pueblo, pereciendo la tribu de Coré devorada por la tierra, junto a otras casi 15.000 personas; mortandad que cesó una vez Aarón ofreció expiación delante de Dios por el grave pecado del pueblo.


Pero nos sigue contando el libro de Números que luego de este dramático hecho, dijo el Señor a Moisés: “Habla a los hijos de Israel, y toma de ellos una vara por cada casa de los padres, de todos los príncipes de ellos, doce varas conforme a las casas de sus padres; y escribirás el nombre de cada uno sobre su vara. Y escribirás el nombre de Aarón sobre la vara de Leví; porque cada jefe de familia de sus padres tendrá una vara. Y las pondrás en el tabernáculo de reunión delante del testimonio, donde yo me manifestaré a vosotros. Y florecerá la vara del varón que yo escoja, y haré cesar de delante de mí las quejas de los hijos de Israel con que murmuran contra vosotros” (Números 17. 2-5), y Moisés lo hizo así, aconteciendo que, al día siguiente, tan solo la vara de Aarón había reverdecido, produciendo flores, renuevos y almendras.


Con esta vara reverdecida, Dios había resaltado, ante los ojos del pueblo, Su soberana elección, enseñándoles que Su nombramiento a Aarón como único Sumo Sacerdote, era innegociable, y que dicho llamamiento seguía en firme, pues no era potestad del hombre elegirlo por democracia, sino potestad exclusiva del Dios que reina.


¡Cuán grande lección nos deja esta rebelión de la tribu de Coré! Para que nosotros hoy, no hagamos lo mismo para nuestro propio mal, queriendo poner a otro en el lugar prominente que Dios solo ha concedido a Uno por elección soberana, pues dice la Biblia: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión (…) Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4. 14-16). Retengamos pues nuestra profesión de fe, puesto que solo Cristo, es esa perfecta vara que, al tercer día de haber sido sepultada, reverdeció en gloria, dando eterna flor, renuevo y almendras en todo aquel, que a él entrega en vida, su alma y corazón.