“Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio.”
Levítico 16. 2
Como habíamos visto antes, el arca de la ley consistía en un cofre de acacia recubierto de oro por dentro y por fuera, el cual poseía una tapa de oro macizo, llamada Propiciatorio, de la cual se desprendían dos arcángeles labrados a martillo, dispuestos uno frente al otro con sus rostros inclinados hacia abajo, hacia el Propiciatorio (o “silla de la misericordia”).
Pero, por otro lado, hemos hablado ya sobre dos de los tres elementos que contenía este arca del pacto, llegando hoy el turno al tercero de ellos: Las tablas de la ley. Estas tablas, debemos recordar, consistían en dos lozas de piedra sobre las cuales, Dios había escrito el decálogo de mandamientos que regirían la vida y conducta de aquel pueblo recién liberado; tablas acerca de las cuales ordenó Dios que fuesen almacenadas en el corazón del arca como testimonio perpetuo a todo Israel.
Mas, como vimos también, el lugar santísimo que alojaba el arca, era un recinto al cual Aarón solo podía acceder una vez por cada año, más exactamente en el día de la expiación, en donde Dios se aparecería ante él, a modo de nube entre los dos arcángeles dorados, justo por encima del Propiciatorio (Levítico 16. 2). Aquel día, Aarón debía presentarse delante de Dios con un becerro y dos machos cabríos (aunque hoy solo hablaremos de uno de estos cabríos), los cuales debía sacrificar Aarón para expiación, así: El becerro por los pecados propios de Aarón, y el macho cabrío por los pecados del pueblo entero; con cuya sangre, debía Aarón rociar el Propiciatorio dorado, con lo cual, sumado a otras labores, Aarón y el pueblo entero de Israel eran hechos limpios de pecado ante los ojos de Dios.
Pero todo esto, como podemos imaginar, no era una ceremonia que salvara en sí misma, sino que toda ella apuntaba a un día en específico, al verdadero día de la Gran Expiación ¿De qué manera?
Bueno en primer lugar todo ello apuntaba a enseñarnos a través de aquella nube, que Dios está sobre nosotros, como testigo incluso de lo que hacemos en secreto, quedando al descubierto ante sus ojos nuestra desobediencia continua a las tablas de la Ley, a esos diez mandamientos que día tras día quebrantamos, haciéndonos culpables y dignos de eterna condenación. Pero, aun cuando esta escena nos habla del juicio de Dios, ella también nos muestra la maravillosa gracia de Dios, pues Él, en su infinita misericordia quiso interponer entre su santa ira y nuestra rebeldía, un propiciatorio o silla de la misericordia, sobre la cual debía rociarse sangre inocente, para perdón de nuestros pecados, y esa sangre es, por supuesto, la sangre de Cristo.
Cristo, como gran Sumo Sacerdote (que a diferencia de Aarón no tuvo que ofrecer ningún sacrificio por sus pecados, pues él nunca pecó), entregó su propia vida inocente en rescate por los pecados del pueblo, esto es, de toda persona que ha creído en él como su único Señor y Salvador, rociando Su propia sangre en la cruz, para satisfacer de este modo la santa ira de Dios por causa de nuestra rebeldía.
¡Cuán dolorosa habría sido nuestra eternidad en juicio, si Dios no hubiera decidido hacer algo por nosotros! “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5. 8). Pero aun hay mas, pues volviendo a Aarón, Dios hizo algo adicional con respecto a nuestros pecados, lo cual veremos representado en una próxima oportunidad, cuando hablemos del destino del otro macho cabrío.