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Una de las enfermedades más peligrosas en la vida cristiana no es el pecado abierto… es la tibieza. No es el odio a Dios, es la indiferencia hacia Él. Muchos asisten a la iglesia, cantan alabanzas, y hasta sirven en algún ministerio. Pero por dentro, ya no hay fuego. Solo rutina. Solo apariencia.