Mc 9, 2-10: Este es mi Hijo, el amado.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elias y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elias».
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
------------------
Bajamos casi que con prisa. Los oídos están atentos, los sentidos alerta. Me acerco a mi hermano. Respira como yo, entrecortadamente.
Me sudan las manos. Miro de reojo a Pedro, que sigue a Jesús pero se queda a unos dos pasos por detrás, titubeante.
Cae la tarde y ninguno de nosotros se atreve a decir una palabra.
¡¿Qué ha pasado?!
Aun no entiendo nada. Necesitaría 3 meses más para procesar.
Cae la noche y nos unimos al resto, que nos han esperado para cenar. Nos instan a compartir qué ha pasado hoy, pero ninguno habla. Jesús disipa los comentarios y empieza con una lección.
Miro a Juan. Cuando los demás comienzan a marcharse a dormir, nos reunimos. Pedro también se suma.
Compartimos el asombro, la maravilla. Ver a Moisés, ¡Elías en carne y hueso! Casi nos reímos recreándonos en lo que han visto nuestros ojos: ¡inimaginable!
La sombra que lo cubrió; la túnica de Jesús, ¡el rostro de Jesús! Resplandecía más que solo. Más que el blanco más blanco que pudiéramos imaginar.
La terrible voz. Cómo nuestros corazones se encogieron. Como Pedro quiso salir al paso, ¡aún no entendía como consiguió articular palabra!
El miedo que sentimos. Las palabras de Jesús. ¿Por qué no querría que lo contásemos? ¿Qué más duda cabría al pueblo de Israel? Lo que hemos visto, ¿cómo nos contendremos cuando nos vuelvan a preguntar?
¿Y qué querría decir? Aquello de resucitar de entre los muertos, ¿qué sentido tendría? No le veíamos ninguno. ¿Veríamos algo así de nuevo?
¿Quién podría acabar con nuestro Maestro?