En el año 2015, en medio de la crisis migratoria en Europa, una imagen estremeció al mundo: el cuerpo sin vida del pequeño Aylan Kurdi, de tres años, apareció en una playa de Turquía tras naufragar con su familia. La fotografía desató una ola de compasión y acción. Entre quienes respondieron, un pastor alemán que servía como voluntario en Grecia dejó su iglesia por seis meses para atender a familias desplazadas. Su testimonio: “Cuando vi esa imagen, supe que Dios me estaba llamando a actuar”.
La compasión auténtica no se queda en emoción; se convierte en acción. En la Biblia, el buen samaritano no solo sintió lástima, sino que se detuvo, vendó heridas y proveyó sustento. Jesús mismo fue movido a compasión y alimentó multitudes, sanó enfermos y lloró con los que lloraban.
Por lo tanto, no ignores las necesidades que te rodean. Tal vez Dios te está mostrando algo no solo para conmoverte, sino para moverte. La compasión que transforma no es pasiva, es activa y cuando respondes, tú también eres transformado. La Biblia dice en 1 Juan 3:18: “No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (RV1960).