En el año 2006, un hombre armado ingresó a una escuela Amish en Pensilvania y asesinó a cinco niñas inocentes. Lo que impactó al mundo no fue solo la tragedia, sino la respuesta: al día siguiente, los padres de las víctimas visitaron a la viuda del agresor para consolarla y perdonarla. Uno de ellos declaró: “No queremos que el odio gane. El Señor Jesús nos enseñó a perdonar, y eso haremos”.
Ese acto de perdón conmovió naciones. Los medios lo llamaron “el día que el amor desarmó al mundo”. Porque el perdón auténtico no es debilidad; es la expresión más poderosa del Reino de Dios.
En la cruz, el Señor Jesús perdonó a quienes lo crucificaban. Esteban, mientras era apedreado, clamó por misericordia para sus agresores. La fe cristiana se construye sobre la roca del perdón inmerecido.
Por lo tanto, si hoy guardas rencor, entrégaselo a Dios. Perdonar no es olvidar, es liberar. No para minimizar lo que ocurrió, sino para maximizar lo que Dios quiere hacer. La Biblia dice en Efesios 4:32: “...perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (RV1960).