Bienvenidos a un café con leche en taza grande, y bienvenidos a una primavera veraniega cuyos rayos de sol perfilan cada poro de nuestra piel. Se empiezan a calentar corazones, el aire huele a tinto de verano, y los problemas del día a día comienzan a quedarse en un segundo plano de pensamientos, porque nuestras vacaciones empiezan a ser esa quimera que alcanzar. ¿Cuál será el próximo destino? ¿Quién me acompañará? ¿Mar o montaña? ¿Aquí o allá? Y todo embadurnado de esa necesidad de colorear con tonalidades brillantes nuestra existencia, ese paroncito donde carcajearse y no solo sonreír, donde desnudarse sin complejos tapados con un jersey de cuello alto, de saltar por los aires la dieta y soltar las cuerdas de lo que se debe por lo que se quiere.
Más verano en invierno pintaría plenitud.
Y plenitud, plenitud, no es algo que la protagonista de nuestra siguiente historia viviera en su viaje por los castillos del Loira, pero sin duda, el contar y volver a contar esta historia convertida en anécdota descorcha sonrisas. ¿Te apetece un sorbito de comicidad?