Un Día el Señor John Wesley iba en un barco con rumbo a América en compañía del señor Oglethorpe, quien había sido nombrado gobernador de Savannah, un día escuchó un gran ruido en la cabina del gobernador. Así que el señor Wesley fue allá, y el gobernador le dijo: "me atrevería a decir que usted quiere saber a qué se debe todo este ruido, señor. Tengo un buen motivo para ello. Usted sabe, señor," -dijo- "que el único vino que bebo es el de Chipre, pues es muy necesario para mí; lo subí a bordo, y este pillo sirviente mío, este Grimaldi, se lo ha bebido todo; haré que lo azoten en la cubierta del barco, y lo embarcaremos a la fuerza en el primer buque de guerra que nos encontremos. Será enganchado al servicio de 'su majestad', y le irá muy mal, pues le haré saber que yo nunca olvido." "Su señoría", le respondió el señor Wesley, "entonces yo espero que usted no peque nunca." La reprensión fue tan oportuna, tan aguda y tan necesaria, que el gobernador replicó al instante: "ay, señor, yo sí peco, y he pecado en lo que acabo de decir. Por lo que me ha dicho, será perdonado. Espero que no vuelva a hacerlo."