
La obra de John Barton, Historia de la Biblia, representa un epítome elocuente del enfoque de la alta crítica moderna hacia las Sagradas Escrituras.1 Con erudición y un estilo accesible, Barton presenta la Biblia no como la Palabra revelada de Dios, sino como un artefacto literario puramente humano, una "biblioteca" de textos compilados a lo largo de siglos, plagada de "incoherencia", "frecuentes incompatibilidades" y "artificio".4 Este enfoque, que socava sistemáticamente la autoría tradicional, la fiabilidad histórica y la coherencia teológica de los libros bíblicos, constituye un desafío directo a la fe cristiana histórica, que siempre ha confesado la Biblia como su única regla infalible de fe y práctica.
Sin embargo, un análisis profundo de la metodología de Barton y de la alta crítica en general revela que el debate fundamental no es meramente sobre datos textuales o hallazgos arqueológicos, sino sobre los marcos interpretativos y los presupuestos filosóficos que preceden a toda investigación. La crítica de Barton opera desde un a priori de naturalismo metodológico, un sistema cerrado que, por definición, excluye la posibilidad de la inspiración divina, la profecía predictiva y la intervención sobrenatural en la historia. Las conclusiones de que la Biblia es un libro falible y contradictorio no son, por tanto, el resultado final de una investigación neutral, sino el punto de partida inevitable de su metodología.3 La perspectiva evangélica conservadora, en cambio, parte del presupuesto de la revelación divina, un postulado fundamentado en el testimonio de Cristo mismo y de sus apóstoles. Este fundamento no anula la investigación académica rigurosa, sino que la ilumina, permitiendo interpretar la misma evidencia textual e histórica no como un registro de errores humanos, sino como un testimonio complementario y divinamente superintendido.
Este informe se propone deconstruir las principales tesis de Barton concernientes al Nuevo Testamento, particularmente sobre los Evangelios, y ofrecer una respuesta contundente y erudita desde la perspectiva del conservadurismo evangélico, dialogando con las voces más representativas de la teología dispensacional y la apologética académica. Se demostrará que los "problemas" identificados por la crítica son, en realidad, soluciones divinamente orquestadas; que las supuestas "contradicciones" son armonías complementarias; y que la fiabilidad histórica de los Evangelios descansa sobre un fundamento de testimonio ocular mucho más sólido de lo que la crítica moderna está dispuesta a admitir.
Antes de abordar las críticas específicas de Barton, es imperativo establecer el fundamento doctrinal sobre el cual descansa toda la teología evangélica conservadora: la naturaleza de la Escritura misma. La Biblia no es un libro que meramente contiene la palabra de Dios; es la Palabra de Dios. Esta convicción no es una invención tardía, sino que emana de la auto-testificación de la propia Escritura. El apóstol Pablo declara en 2 Timoteo 3:16-17 que "Toda la Escritura es inspirada por Dios" —el término griego es , que literalmente significa "exhalada por Dios"— "y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia". De manera similar, el apóstol Pedro afirma que "ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (2 Pedro 1:20-21).
A partir de este testimonio bíblico, la teología evangélica ha formulado la doctrina de la inspiración verbal y plenaria. Teólogos dispensacionalistas como Charles C. Ryrie la definen con precisión como "la superintendencia de Dios sobre los autores humanos de modo que, utilizando sus propias personalidades y estilos de escritura, compusieron y registraron sin error Su mensaje a la humanidad en las palabras de los escritos originales".