Durante mis años como estudiante de Antropología en la Universidad de Costa Rica, conocí a un montón de faunos como “SuperCharlie”.Un par de risas forzadas brotan entre asientos incómodos mientras la tiza verde se arrastra por la pizarra. Un iluminado insoportable insiste en hablar de silencios que nadie escucha, y el profesor apenas contiene el hastío. A cada minuto que pasa, la realidad se retuerce.Un perro buscando la sombra. No hay música que suene. Es el capítulo 7 de la novela Sangre, sombras y asfalto, donde los delirios de SuperCharlie se enredan con la apatía de todos los demás, dejando al aire un silencio que retumba más que cualquier discurso.Este capítulo está dedicado a Carlos Alvarado Quesada, expresidente de Costa Rica, a su esposa, Claudia Dobles Camargo, y a todas las personas que formaron parte de su gobierno: tanto quienes aguantaron los cuatro años como quienes se enchufaron, de una forma u otra, al bolsillo del contribuyente durante su colorida gestión. Y también a todo el montón de vividores del aparato estatal costarricense, que tratan de ocultar su latrocinio con grandes discursos rimbombantes que no dicen absolutamente nada ni nos llevan a ninguna parte, para así seguir metiéndonos la mano en el bolsillo eternamente.En la ficción o en la vida, cada uno carga con su propia sinfonía de silencios.