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Hay momentos en la vida en los que el dolor se vuelve tan fuerte, tan profundo, que incluso orar se siente imposible. Quizá conoces esa sensación: noches largas, pensamientos que no se apagan, lágrimas que parecen no terminar. En medio de ese silencio, uno se pregunta: “¿Dónde estás, Señor? ¿Hasta cuándo voy a soportar esto?”.