La diminuta y agrícola población de Naín no podía ni imaginar el día que vivirían sus habitantes que en ese momento experimentaban un dolor amargo y desesperanzado. Un joven, hijo único de su madre viuda, había fallecido y el cortejo fúnebre se encaminaba con paso cansino hacia el lugar donde le iban a dar sepultura. La escena era triste y desoladora hasta las lágrimas, pero Dios había determinado que ese día terminase de manera muy distinta a lo que sus habitantes habían imaginado. Jesús entró en la escena, y todo cambió en cuestión de minutos. Cuando Jesús llega, cualquier cosa inesperada puede sorprendernos. Lucas 7:11-17.