“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche” (1 Tesalonicenses 5:2).
Tanto Jesús como Juan en el Apocalipsis y como Pablo aquí usan la figura de un ladrón para ilustrar lo inesperado y sorpresivo de la llegada del Día del Señor. Puesto que no sabemos cuándo va a venir el gran día de Dios por su pueblo, debemos vivir esperando y velando mientras estamos ocupados en trabajar y testificar.
Ya hemos comentado la tristísima historia del vuelo que impactó sobre la ladera del cerro a escasos cuatro kilómetros del Aeropuerto José María Córdova (Colombia) y que significó la muerte de 71 personas (entre ellos, los jugadores del equipo de fútbol brasileño Chapecoense).
El vuelo de LaMia estuvo a cuatro minutos de aterrizar. Casi se salvaron. Pero estar “casi salvos” es estar totalmente perdidos. No hay mayor fatalidad que el “casi”.
Un tripulante que siguió el protocolo de seguridad y salvó su vida estuvo entre los sobrevivientes. Dios nos ha dado, a través de su Palabra, un protocolo de seguridad para enfrentar el mal y el pecado, y sobrevivir.
De acuerdo con las investigaciones, la falta de combustible fue la causa de la tragedia. Es imposible llegar a destino sin combustible. El sueño de todos es llegar al destino seguro. Es imposible sin la provisión adecuada de la energía necesaria. La gran diferencia entre las vírgenes que participaron de la gran fiesta de bodas y las que no lo hicieron fue que estas últimas no tenían el aceite suficiente para sus lámparas. Es imposible movernos y llegar al destino anhelado sin combustible. Y Jesús, en su propia experiencia, nos aseguró que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
El avión podría haberse declarado en emergencia, y la tragedia se habría evitado, pero tan solo expresó un pedido de prioridad para el aterrizaje. Este mundo de pecado es a todas luces un mundo declarado en emergencia. La imagen de Dios en el hombre, en su estado original, ha sido totalmente desvirtuada.
“La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debería ser nuestra primera obra” (Elena de White, Eventos de los últimos días, p. 193).
Ya no es suficiente que encaremos las cosas de Dios de manera prioritaria. Necesitamos, además, hacerlo con urgencia. No hay más tiempo. Estamos a “instantes” de la destrucción definitiva o de una vida para siempre.
Necesitamos actuar con urgencia en la emergencia.