“Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco” (1 Tesalonicenses 5:8).
Las estalactitas y las estalagmitas son formaciones que se encuentran en cuevas, grutas o cavernas y son producidas por un fenómeno llamado precipitación química. Las estalactitas son formaciones verticales que parten de arriba hacia abajo y las estalagmitas se forman al revés: de abajo hacia arriba.
Las estalactitas se originan en el techo y continúan creciendo de forma descendente hacia el suelo. Son formaciones rocosas que tienen en el centro un conducto por el cual circula el agua con los minerales y que con su goteo produce la formación de las estalagmitas.
Las estalagmitas, originadas en el suelo, se dirigen de forma ascendente, no tienen el conducto central, y crecen por los residuos que vienen de arriba. En el momento en el que ambos se juntan, se forma una estructura única denominada columna, o pilar.
Pablo no habló de estalactitas ni de estalagmitas, pero estas figuras ilustran la enseñanza del apóstol. Nuestra vida es posible no por una precipitación química sino por el descenso y la encarnación de Cristo entre nosotros. Nuestra existencia se origina por un propósito que viene de arriba. En él existimos, en él nos nutrimos, en él crecemos, nos hacemos fuertes y sobrios. Unidos a él, llegamos a ser una columna o pilar firmemente establecido, defensa y baluarte de la verdad.
Pablo reitera la necesidad de estar protegidos por esta armadura para crecer en las cavernas tenebrosas del pecado de este mundo corrupto. La fe y el amor son como la coraza que cubre el corazón: hacia Dios, y hacia el prójimo. La esperanza es el yelmo que protege la mente. Los incrédulos indiferentes fijan su vista en las cosas de abajo, mientras que los creyentes comprometidos ponen su atención en las cosas de arriba.
“La perspectiva que uno tiene de la vida determina el resultado que se obtiene; y cuando esta perspectiva mira hacia lo Alto, un buen resultado está asegurado”, afirmó W. Wiersbe. Reconozcamos nuestra absoluta dependencia del Señor; solo en él somos fuertes y firmes a fin de vivir como hijos de la luz, sobriamente, dependiendo permanentemente, obedeciendo fielmente, siendo un pilar y una columna para sostener a otros.
Así como Cristo es nuestra estalactita –porque se derramó hacia nosotros, nos origina, nos sostiene, nos nutre y nos hace crecer–, nosotros también podemos ser la estalactita que nos derramamos hacia muchos llevando nutrientes salvíficos de amor, fe y esperanza, produciendo nuevas estalagmitas.