Alas y pesos
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“Vuestra  fe va creciendo y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para  con los demás [...] vuestra paciencia y fe en todas vuestras  persecuciones y tribulaciones que soportáis” (2 Tesalonicenses 1:3, 4).


Las  fuerzas centrípeta y centrifuga, al estar en oposición una de otra,  actúan y reaccionan de manera tal que la Tierra, en lugar de salir  volando por el espacio, se mantiene en la ruta de su órbita  equilibradamente girando alrededor del Sol.


De igual manera, la  fuerza impulsora que nos viene de Dios y la fuerza propulsora que es  resultado de las presiones recibidas al enfrentar adversidades  equilibran nuestro caminar cristiano. Tenemos que agradecer a  Dios por ambas, tanto por las alas para volar como por los pesos que nos  frenan. Y así, impulsados por Dios, avanzamos con fe y paciencia en  nuestra sagrada vocación.


Pablo elogia la fe que crece y el amor que sobreabunda. Son las alas provistas por la fuerza impulsora de Dios. Pero menciona, también, paciencia y fe para enfrentar los pesos de las persecuciones y las tribulaciones.


Paciencia  y fe combinadas, pues sin la ayuda divina es imposible tener una  paciencia que nos lleve al crecimiento. No necesitamos una paciencia  estoica, sino activa y productiva, que nos conduzca a soportar; es  decir, a mantenernos erguidos, de pie, firmes y caminando.


Las  grandes historias fueron escritas con la sangre de sus autores. José no  habría alcanzado la cima de la gloria sin pasar por el pozo de la  adversidad. Nabucodonosor no se habría salvado si los tres jóvenes  fieles no hubieran pasado por el horno de fuego. El carcelero de Filipos  no se habría bautizado si Pablo y Silas, en lugar de cantar, hubieran  protestado y, en lugar de permanecer en la cárcel después del terremoto,  hubieran escapado.


Elena de White adoptó una actitud de alegría  en la adversidad, pues su fe no le permitía estar triste. No obstante,  hubo veces cuando sufrió muchísimo; por ejemplo, en Australia, viuda y  enferma, confinada en cama por meses. Ella misma escribió que el Señor  hace bien todas las cosas. “Miro ahora este asunto como parte del gran  plan de Dios, para el bien de su pueblo en este país, y también para los  de América, y para mi propio bien. No puedo explicar cómo ni por qué,  pero así lo creo. Y soy feliz dentro de mi aflicción. Puedo confiar en  mi Padre celestial. No dudaré de su amor” (Consejos para la iglesia, p. 38).


Dios  siempre equilibra nuestros pesos con sus alas. Podemos estar seguros de  que, si Dios nos deja caminar entre piedras, nos dará zapatos  adecuados; el mismo Señor que permite los pesos propulsores nos otorga  las alas impulsoras.