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La humildad, esa cualidad sutil y profunda que habita en el corazón humano, se manifiesta como una quietud serena frente a la vastedad del ser y del cosmos. Es el reconocimiento silencioso de nuestras limitaciones y la aceptación noble de nuestra condición, sin caer en la negación ni en la autodevaluación. En la humildad, el espíritu se abre a la grandeza de lo divino, permitiendo que la gracia fluya sin obstáculos. Como lo proclama Proverbios 22:4: “La recompensa de la humildad y del temor de Jehová son riquezas, honra y vida”.
Además, la humildad de Cristo ejemplifica el camino hacia la salvación, mostrando cómo la verdadera grandeza reside en el servicio y el sacrificio. Filipenses 2:8 dice: “Y hallándose en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo...”. En su humildad, Jesús se entregó plenamente para redimir a la humanidad, estableciendo un modelo supremo de entrega y amor incondicional.
Además, la humildad de Cristo ejemplifica el camino hacia la salvación, mostrando cómo la verdadera grandeza reside en el servicio y el sacrificio. Filipenses 2:8 dice: “Y hallándose en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo...”. En su humildad, Jesús se entregó plenamente para redimir a la humanidad, estableciendo un modelo supremo de entrega y amor incondicional.