LOS 12 PASOS DE ALCOHOLICOS ANONIMOS
LOS 12 PASOS DE ALCOHOLICOS ANONIMOS

LOS 12 PASOS DE ALCOHOLICOS ANONIMOS

Autoconocimiento Humano Radio

Alcohólicos Anónimos publico este libro, 12 pasos y 12 tradiciones en 1953, Bill W. que junto al Dr. Bob S. Fundaron A.A en 1953, escribió el libro para, compartir 18 años de experiencias...

decimo paso .mp3
06 June 2023
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Décimo Paso “Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente”. SEGÚN vamos trabajando en los primeros nueve Pasos, nos estamos preparando para la aventura de una nueva vida. Pero al acercarnos al Décimo Paso, empezamos a hacer un uso práctico de nuestra manera de vivir de A.A., día tras día, en cualquier circunstancia. Entonces, nos vemos enfrentados con la prueba decisiva: ¿podemos mantenernos sobrios, mantener nuestro equilibrio emocional, y vivir una vida útil y fructífera, sean cuales sean nuestras circunstancias? Para nosotros lo necesario es hacer un examen constante de nuestros puntos fuertes y débiles, y tener un sincero deseo de aprender y crecer por este medio. Los alcohólicos hemos aprendido esta lección por la dura experiencia. Claro está que, en todas las épocas y en todas partes del mundo, personas más experimentadas que nosotros se han sometido a una autocrítica rigurosa. Los sabios siempre han reconocido que nadie puede esperar hacer mucho en la vida, hasta que el autoexamen no se convierta en costumbre, hasta que no reconozca y acepte lo que allí encuentra, y hasta que no se ponga, paciente y persistentemente, a corregir sus defectos. Un borracho que tiene una resaca fatal por haber bebido en exceso el día anterior, hoy no puede vivir bien. Pero hay otro tipo de resaca que todos sufrimos ya sea que be- 88 DECIMO PASO vamos o no. Es la resaca emocional, la consecuencia directa de los excesos emocionales negativos de ayer y, a veces, de hoy—ira, miedo, celos, y similares. Si hemos de vivir serenamente hoy y mañana, sin duda tenemos que eliminar estas resacas. Esto no significa que tengamos que hacer un morboso recorrido por nuestro pasado. Nos requiere que admitamos y corrijamos nuestros errores ahora. Nuestro inventario nos hace posible reconciliarnos con nuestro pasado. Al hacer esto, realmente podemos dejarlo atrás. Cuando hemos hecho un minucioso inventario y estamos en paz con nosotros mismos, nos viene la convicción de que podremos afrontar las dificultades futuras conforme se nos vayan presentando. Aunque todos los inventarios se parecen en principio, el factor tiempo es lo que distingue el uno del otro. Existe el inventario “instantáneo”, que se puede hacer a cualquier hora del día, cuando vemos que nos estamos liando. Hay otro que hacemos al final del día, cuando repasamos los sucesos de las últimas horas. En éste, hacemos una especie de balance, apuntando en la columna positiva las cosas que hemos hecho bien, y en la negativa los errores que hemos cometido. Hay también ocasiones en las que solos, o en compañía de nuestro padrino o consejero espiritual, hacemos un detallado repaso de nuestros progresos desde la última vez. Muchos A.A. acostumbran a hacer una limpieza general una o dos veces al año. A muchos de nosotros nos gusta retirarnos del mundanal ruido para tranquilizarnos y dedicar uno o dos días a meditar y revisar nuestras vidas. ¿No parecen estas costumbres tan aburridas como pesadas? ¿Tenemos los A.A. que dedicar la mayor parte del día a repasar lóbregamente nuestros pecados y descuidos? No lo creo. Se ha dado un énfasis tan marcado al inventario solamente porque muchos de nosotros nunca nos hemos acostumbrado a examinarnos rigurosa e imparcialmente. Una vez adquirido este sano hábito, nos resultará tan interesante y provechoso que el tiempo que dediquemos a ha- serlo no nos podrá parecer perdido. Porque estos minutos o, a veces horas, que pasamos haciendo nuestro autoexamen tienen que hacer que las demás horas del día sean más gratas y felices. Y, con el tiempo, nuestros inventarios dejan de ser algo inusitado o extraño, y acaban convirtiéndose en una parte integrante de nuestra vida cotidiana. Antes de entrar en detalles en cuanto al inventario “instantáneo”, consideremos instantaneous en las que un inventario de esta índole puede sernos de utilidad. Considerado desde un punto de vista espiritual, es axiomático que cada vez que nos sentimos trastornados, sea cual sea la causa, hay algo que anda mal en nosotros. Si alguien nos ofende y nos enfadamos, también nosotros andamos mal. Pero, ¿no hay ninguna excepción a esta regla? ¿Y la ira “justificada”? Si alguien nos engaña, ¿no tenemos derecho a enfadarnos? ¿Acaso no podemos sentirnos justificadamente airados con la gente hipócrita? Para nosotros los A.A., éstas son excepciones peligrosas. Hemos llegado a darnos cuenta de que la ira justificada debe dejarse a gente mejor capacitada que nosotros para manejarla. Poca gente ha sufrido más a causa de los resentimientos que nosotros los alcohólicos. Y poco ha importado que fueran o no resentimientos justificados. Un arranque de mal genio nos podía estropear un día entero, y algún rancor cuidadosamente mimado podía convertirnos en seres inútiles. Y tampoco nos hemos mostrado muy diestros en distinguir entre la ira justificada y la no justificada. Según lo veíamos nosotros, nuestra rabia siempre era justificada. La ira, ese lujo ocasional de la gente más equilibrada, podía lanzarnos a borracheras emocional epodíauración indefinida. Estas “borracheras secas” a menudo nos llevaban directamente a la botella. Y otros trastornos emocionales—los celos, la envidia, la las emotionless mismos, y el orgullo herido—solían tener los mismos efectos. Un inventario instantáneo, si lo hacemos en medio de una perturbación parecida, puede contribuir mucho a 90 DECIMO PASO apaciguar nuestras emociones borrascosas. Nuestros inventarios instantáneos se aplican principalmente a las circunstancias que surgen imprevistas en el vivir diario. Es aconsejable, cuando sea posible, posponer la consideración de nuestras dificultades crónicas y más arraigadas para un tiempo que tenemos específicamente reservado para este fin. El inventario rápido nos sirve para enfrentarnos a los altibajos cotidianos, en particular esas ocasiones en las que otras personas o acontecimientos inesperados nos hacen perder el equilibrio y nos tientan a cometer errores. En todas estas situaciones tenemos que ejercer un dominio de nosotros mismos, hacer un análisis honrado de todo lo que entra en juego, y, cuando la culpa es nuestra, estar dispuestos a admitirlo y, cuando no lo es, igualmente dispuestos a perdonar. No tenemos por qué sentirnos descorazonados si recaemos en los errores de nuestras viejas costumbres. No es fácil practicar esta disciplina. No vamos a aspirar a la perfección, sino al progreso. Nuestro primer objetivo será adquirir dominio de nosotros mismos. Esto tiene la más alta prioridad. nosotros hablamos o actuamos de forma apresurada o precipitada, vemos desvanecerse en ese mismo momento nuestra capacidad de ser justos o tolerantes. El simple hecho de soltarle a alguien una andanada o lanzarle una crítica irreflexiva y obstinada puede desbaratar nuestras relaciones con otra persona durante todo ese día o, tal vez, durante todo el año. No hay nada que nos recompense más que la moderación en lo que decimos y escribimos. Tenemos que evitar las condenas irascibles y las discusiones arrebatadas e imperiosas. Tampoco nos conviene andar malhumoradamente resentidos o silenciosamente desdeñosos. Estas son trampas emocionales, y los cebos son el orgullo y la venganza. Tenemos que evitar estas trampas. Al sentirnos tentados a tragar el anzuelo, debemos acostumbrarnos a hacer una pausa para recapacitar. Porque no podemos pensar ni actuar con buenos resultados hasta que el hábito de ejercer un dominio de DECIMO PASO 91 nosotros mismos no haya llegado a ser automático. Las situaciones desagradables o imprevistas no son las únicas que exigen el dominio de uno mismo. Tendremos que proceder con la misma cautela cuando empecemos a lograr un cierto grado de importancia o éxito material. Porque a nadie le han encantado más que a nosotros los triunfos personales. Nos hemos bebido el éxito como si fuera un vino que siempre nos alegraría. Si disfrutábamos de una racha de buena suerte, nos entregábamos a la fantasía, soñando con victorias aun más grandes sobre la gente y las circunstancias. asigaúnos por una soberbia confianza en nosotros mismos, éramos propensos a dárnoslas de personajes. Por supuesto que la gente, herida o aburrida, nos volvía la espalda. Ahora que somos miembros de A.A. y estamos sobrios y vamos recobrando la estima de nuestros amigos y colegas, nos damos cuenta de que todavía nos es necesario ecologism vigilancia especial. Para asegurarnos contra un ataque de soberbia, podemos frenarnos recordando que estamos sobrios hoy sólo por la gracia de Dios, y que cualquier éxito que tengamos se debe más a Él que a nosotros mismos. Finalmente, empezamos a darnos cuenta de que todos los seres humanos, al igual que nosotros, están hasta algún grado enfermos emocionalmente, así como frecuentemente equivocados y, al reconocer esto, nos aproxima frecuentemente tolerancia y vemos el verdadero significado del amor genuino para con nuestros semejantes. Conforme progresemos en nuestro camino, nos parecerá cada vez más evidente lo poco sensato que es enfadarnos o sentirnos lastimados por personas que, como nosotros, están sufriendo los dolores de crecimiento. Tardaremos algún tiempo, y quizás mucho tiempo, en notar un cambio tan radical en nuestra perspectiva. Poca gente puede afirmar con toda sinceridad que ama a todo el mundo. La mayoría de nosotros tenemos que confesar que sólo hemos amado a unas cuantas personas; que la mayor 92 DECIMO PASO parte de la gente nos era indiferente, siempre y cuando no nos molestaran a nosotros; y, en cuanto al resto, pues, les hemos tenido aversión o les hemos odiado. Aunque estas actitudes son bastante comunes, los A.A. tenemos que encontrar otra mucho mejor para poder mantener nuestro equilibrio. Si odiamos profundamente, acabamos desequilibrados. La idea de que podamos amar posesivamente a unas cuantas personas, ignorar a la mayoría y seguir temiendo u odiando a cualquier persona, tiene que abandonarse, aunque sea gradualmente. Podemos intentar dejar de imponer exigencias poco razonables en nuestros seres queridos. Podemos mostrar bondad donde nunca la habíamos mostrado. Con aquellos que no nos gustan, podemos empezar a comportarnos con justicia y cortesía, tal vez haciendo un esfuerzo especial para comprenderles y ayudarles. Cada vez que fallemos a cualquiera de estas personas, podemos admitirlo inmediatamente—siempre ante nosotros mismos, y también ante la persona en cuestión, si el hacerlo nosotros ningún efecto provechoso. En la cortesía, la bondad, la justicia y el amor, se encuentra la clave para establecer una relación armoniosa con casi cualquier persona. Si tenemos alguna duda, podemos hacer una pausa y decirnos, “Que no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. Y con frecuencia podemos preguntarnos a nosotros mismos, “¿Estoy actuando con los demás como yo quisiera que ellos actuaran conmigo—en este día de hoy?” Cuando llega la noche, tal vez justo antes de acostarnos, muchos de nosotros hacemos un pequeño balance del día. Este es un momento oportuno para recordar que el inventario no nos sirve únicamente para apuntar nuestros errores. Rara vez pasa un día en que no hayamos hecho nada bien. En realidad, las horas del día normalmente están repletas de cosas constructivas. Al repasarlas, veremos reveladas nuestras buenas intenciones, buenas razones, y buenas obras. Incluso cuando nos hemos esforzado y hemos fracasado, debemos anotarlo como un punto muy importante a nuestro favor. Bajo estas condiciones, el dolor de un fracaso se convierte en un valor positivo. De ese dolor recibimos el estímulo para seguir adelante. Alguien que sabía de lo que hablaba comentó una vez que el dolor era la piedra de toque de todo progreso espiritual. Los A.A. estamos completamente de acuerdo con él, porque sabemos que tuvimos que pasar por los dolores que nos traía la bebida antes de lograr la sobriedad, y tuvimos que sufrir los trastornos emocionales antes de conocer la serenidad. Al repasar la columna negativa de nuestro balance diario, debemos examinar con gran cuidado nuestros motivos en cada acción o pensamiento que nos parece estar equivocado. En la mayoría de los casos, no nos resulta difícil ver y entender nuestros motivos. Cuando nos sentíamos soberbios, airados, celosos, nerviosos o temerosos, simplemente actuábamos conforme con nuestras emociones. En estos casos, sólo hace falta reconocer que actuamos o pensamos de manera equivocada, imaginar cuál hubiera sido la manera correcta, y comprometernos, con la ayuda de Dios, a aplicar estas lecciones de hoy al día de mañana y, por supuesto, hacer las enmiendas correspondientes que aún no hayamos hecho. Pero en otros casos únicamente el examen más cuidadoso nos revelará nuestros verdaderos motivos. Habrá casos en que nuestra vieja enemiga, la autojustificación, haya intervenido para defender algo que, en realidad, estaba equivocado. Aquí nos sentimos tentados a convencernos que teníamos buenos motivos y razones cuando de hecho no ha sido así. Hemos “criticado constructivamente” a alguien porque lo merecía y necesitaba, pero nuestro verdadero motivo era el de vencerle en una vana disputa. O, si la persona en cuestión no estaba presente, creíamos que estábamos ayudando a los demás a comprenderle, cuando en realidad nuestro motivo era el de rebajarle para así sentirnos superiores a él. A veces, herimos a nuestros seres queridos porque les hace 94 DECIMO PASO falta que alguien “les dé una lección”, cuando de hecho, queremos castigarles. A veces, sintiéndonos deprimidos, nos quejamos de lo mal que lo estamos pasando, cuando en realidad, queremos que la gente fije en nosotros su atención y que exprese su compasión para con nosotros. Esta extraña peculiaridad de la mente y de las emociones, este perverso deseo de ocultar un motivo malo por debajo de otro bueno, se ve en todos los asuntos humanos de toda índole. Esta clase de hipocresía sutil y solapada puede ser el motivo oculto de la acción o pensamiento más insignificante. Aprender, día tras día, a identificar, reconocer y corregir estos defectos constituye la esencia de la formación del carácter y del buen vivir. Un arrepentimiento sincero por los daños que hemos causado, una gratitud genuina por las bendiciones que hemos recibido, y una buena disposición para intentar hacer las cosas mejor en el futuro serán los bienes duraderos que buscaremos. Después de haber repasado el día así, sin omitir lo que hemos hecho bien, y al haber examinado nuestros corazones sin temor o complacencia, podemos sinceramente dar gracias a Dios por las bendiciones que hemos recibido y dormir con la conciencia tranquila.

NOVENO PASO_mezcla.mp3
31 May 2023
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Noveno Paso “Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros.” BUEN juicio, capacidad para escoger el momento oportuno, valor y prudencia—estas son las cualidades que necesitaremos al dar el Noveno Paso. Después de hacer una lista de las personas a quienes hemos perjudicado, haber reflexionado cuidadosamente sobre cada caso, y haber intentado adoptar la actitud adecuada para proceder, veremos que las personas a las que hemos de hacer reparaciones directas se clasifican en diversas categorías. A algunas nos debemos dirigir tan pronto como nos sintamos razonablemente seguros de poder mantener nuestra sobriedad. A otras, no podremos hacer sino enmiendas parciales, ya que una plena revelación les podría hacer a ellos o a otras personas más mal que bien. En otros casos, será aconsejable dejar pasar un tiempo antes de hacer reparaciones, y en otros más, por la misma naturaleza de la situación, nunca nos será posible ponernos en contacto directo con las personas. La mayoría de nosotros empezamos a hacer ciertas enmiendas directas desde el día que nos unimos a Alcohólicos Anónimos. En el momento en que decimos a nuestras familias que de verdad vamos a intentar practicar el programa, se inicia el proceso. En esta esfera, rara vez hay dudas en cuanto a escoger el momento oportuno o andar con cautela. Queremos entrar por la puerta anunciando a gritos las buenas nuevas. Al regresar de nuestra primera reunión o tal vez después de leer el libro “Alcohólicos Anónimos,” normalmente tenemos ganas de sentarnos con algún miembro de la familia dispuestos a admitir los daños que hemos causado por nuestra forma de beber. Casi siempre queremos hacer más: queremos admitir otros defectos que han hecho difícil convivir con nosotros. Esta será una situación nueva, muy diferente de aquellas mañanas de resaca cuando de un momento a otro pasábamos de despreciarnos a nosotros mismos a culpar a la familia (y a todo el mundo) por nuestros problemas. En este primer intento, sólo es necesario que admitamos nuestros defectos de una forma general. En esta etapa puede ser poco sensato sacar a relucir ciertos episodios angustiosos. El buen juicio nos sugerirá que andemos a paso mesurado. Aunque estemos completamente dispuestos a confesar lo peor, tenemos que recordar que no podemos comprar nuestra tranquilidad de espíritu a expensas ajenas. Se puede aplicar un enfoque muy parecido en la ofi cina o en la fábrica. En seguida pensaremos en algunas personas que están bien enteradas de nuestra forma de beber y que se han visto más afectadas. Pero incluso en estos casos, puede que nos convenga ser más discretos de lo que fuimos con nuestra familia. Tal vez debamos esperar algunas semanas o más antes de decir nada. Primero debemos sentirnos bastante seguros de habernos enganchado bien al programa de A.A. Entonces estamos en condiciones de dirigirnos a esta gente, decirle lo que A.A. es y lo que estamos intentando hacer. En este contexto, podemos admitir sin reservas los daños que hemos hecho y pedir disculpas. Podemos pagar o prometer pagar cualesquier deudas, económicas o de otra índole, que tengamos. La bondadosa reacción que tiene la mayoría de la gente ante esta sinceridad humilde muchas veces nos asombrará. Incluso aquellos que nos han criticado más severamente, y con razón, frecuentemente se muestran bastante razonables la primera vez que les ab Es posible que este ambiente de aprobación y alabanza tenga un efecto tan estimulante que nos haga perder el equilibrio produciendo en nosotros un apetito insaciable de más palmadas y elogios. O podemos ir al otro extremo cuando, en raras ocasiones, nos dan una recepción fría o escéptica. Puede que nos sintamos tentados a discutir o insistir obstinadamente, o tal vez caemos en el desánimo y el pesimismo. Pero si nos hemos preparado bien de antemano, estas reacciones no nos desviarán de nuestro firme y equilibrado propósito. Después de esta prueba preliminar de hacer enmiendas, puede que nos sintamos tan aliviados que creamos haber terminado nuestra tarea. Querremos dormirnos en nuestros laureles. Puede que nos sintamos fuertemente tentados a evitar los encuentros más humillantes y aterradores que todavía nos quedan. A menudo fabricaremos excusas persuasivas con el fi n de esquivar estas cuestiones. O puede que lo dejemos para mañana, diciéndonos que todavía no ha llegado la hora propicia, aunque en realidad ya hemos pasado por alto muchas buenas oportunidades de remediar una grave injuria. No hablemos de prudencia mientras sigamos valiéndonos de evasivas. En cuanto nos sintamos seguros de nuestra nueva forma de vida y, con nuestro comportamiento y ejemplo, hayamos empezado a convencer a los que nos rodean de que de verdad estamos mejorando, normalmente podemos hablar sin temor y con completa franqueza con aquellos que han sido gravemente afectados, incluso con aquellos que apenas se dan cuenta de lo que les hemos hecho. Las únicas excepciones serán los casos en que nuestra revelación pueda causar auténtico daño. Podemos iniciar estas conversaciones de una manera natural y casual. Pero si no se presenta la oportunidad, en algún momento querremos armarnos de valor, dirigirnos a la persona en cuestión, y poner nuestras cartas boca arriba. No tenemos que sumirnos en remordimientos excesivos ante aquellos a quienes 84 NOVENO PASO hemos perjudicado, pero a estas alturas las enmiendas deben ser francas y generosas. Sólo puede haber una única consideración que frene nuestro deseo de hacer una revelación total del daño que hemos hecho. Esta se presentará en las raras ocasiones en las que el hacerlo supondría causar un grave daño a la persona a quien queremos hacer enmiendas. O—de igual importancia—a otras personas. Por ejemplo, no podemos contar con todo detalle nuestras aventuras amorosas a nuestros confiados cónyuges. E incluso en los casos en que es necesario hablar de tales asuntos, intentemos evitar que terceras personas, sean quienes sean, salgan perjudicadas. No aligeramos nuestra carga cuando inconsideradamente hacemos más pesada la cruz de otros. Pueden surgir muchas preguntas peliagudas en otros aspectos de la vida en los que entra en juego este mismo principio. Por ejemplo, supongamos que nos hemos bebido una buena parte del dinero de nuestra compañía, ya sea que lo hubiéramos “tomado prestado,” o hubiéramos inflado excesivamente los gastos de representación. Supongamos que, si no decimos nada, nadie se va a dar cuenta. ¿Confesamos inmediatamente nuestras irregularidades a nuestra compañía ante la certeza de un despido instantáneo y la perspectiva de no poder conseguir otro trabajo? ¿Vamos a ser tan rígidos respecto a las enmiendas que no nos importe lo que le pueda pasar a nuestra familia y a nuestro hogar? O, ¿debemos consultar primero con aquellos que se van a ver gravemente afectados? ¿Exponemos la situación a nuestro padrino o consejero espiritual, pidiendo ardientemente la ayuda y la orientación de Dios—y resolviéndonos a hacer lo debido cuando sepamos con certeza cómo proceder, cueste lo que cueste? Naturalmente, no hay una contestación adecuada para resolver todos estos dilemas. Pero todos ellos requieren que estemos enteramente dispuestos a hacer enmiendas tan pronto y hasta donde nos sea posible, según sean las circunstancias. Sobre todo, debemos intentar estar completamente seguros de que no lo estamos retrasando porque tenemos miedo. Porque el verdadero espíritu del Noveno Paso es la disposición a aceptar todas las consecuencias de nuestras acciones pasadas y, al mismo tiempo, asumir responsabilidad por el bienestar de los demás

ARTICULOS1_mezcla.mp3
30 May 2023
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La categoría de "Artículos en audio" en la web para todos los grupos y derivados de A.A (Alcohólicos Anónimos) tiene como objetivo brindar una alternativa de acceso y apoyo a aquellos que buscan información, inspiración y orientación relacionada con la recuperación del alcoholismo y la adicción.

Los artículos en audio son una forma de contenido que se presenta en formato de grabaciones de voz, permitiendo a los usuarios escuchar en lugar de leer. Esta categoría en la web está diseñada para facilitar el acceso a información relevante y valiosa de manera práctica y conveniente para todos los grupos y derivados de A.A.

Existen diversas razones por las cuales los artículos en audio pueden ser beneficiosos en el contexto de la recuperación y los grupos de A.A. A continuación, se enumeran algunos de los beneficios clave:

1. Accesibilidad: Los artículos en audio permiten que las personas con discapacidades visuales o dificultades para leer accedan a la información de manera más fácil y cómoda. Al ofrecer una opción de escucha, se elimina una barrera para aquellos que pueden tener dificultades con la lectura tradicional.

2. Flexibilidad: Al proporcionar artículos en formato de audio, se brinda a los usuarios la flexibilidad de escuchar el contenido en cualquier momento y lugar. Esto es especialmente valioso para aquellos que tienen un estilo de vida ocupado o que prefieren consumir información mientras se desplazan, realizan tareas domésticas o se encuentran en situaciones en las que no pueden leer.

3. Conexión emocional: La voz humana puede transmitir emociones y matices de una manera que la lectura por sí sola no puede lograr. Al escuchar a alguien compartir su experiencia, fortaleza y esperanza a través de un artículo en audio, los oyentes pueden establecer una conexión más profunda y personal, lo que puede fortalecer su motivación y compromiso en el proceso de recuperación.

4. Variedad de contenido: La categoría de "Artículos en audio" puede incluir una amplia gama de temas relacionados con la adicción, la recuperación y los principios de los grupos de A.A. Esto puede abarcar desde relatos personales de superación hasta discusiones teóricas sobre el programa de los Doce Pasos. Al proporcionar una variedad de contenido en formato de audio, se atienden las diversas necesidades e intereses de los miembros y visitantes de los grupos de A.A.

La puesta en práctica de esta categoría implica el desarrollo y la curación de una biblioteca de artículos en audio relevantes y confiables. Estos pueden ser grabaciones de miembros de A.A que comparten sus experiencias y fortalezas, discursos de líderes reconocidos en el campo de la adicción, lecturas de textos literarios o reflexiones sobre los pasos y las tradiciones.

Además, es importante asegurarse de que la categoría de "Artículos en audio" esté claramente etiquetada y sea fácilmente accesible en el sitio web de los grupos de A.A. Esto puede implicar la creación de una sección dedicada en la página principal, una barra de navegación específica o un enlace destacado en la sección de recursos.

En resumen, la categoría de "Artículos en audio" en la web para todos los grupos y derivados de A.A ofrece una

forma conveniente y accesible para que los miembros y visitantes accedan a información y apoyo relacionados con la recuperación del alcoholismo y la adicción. Al proporcionar contenido en formato de audio, se brinda flexibilidad, accesibilidad y una conexión emocional más profunda, fortaleciendo así el compromiso de los individuos con su recuperación.

octavo paso
29 May 2023
octavo paso


Octavo Paso
“Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el daño que les causamos.”

EL Octavo y el Noveno Paso tienen que ver con las relaciones personales. Primero, echamos una mirada a nuestro pasado e intentamos descubrir en donde hicimos algún mal; segundo, hacemos un enérgico esfuerzo para reparar el daño que hemos causado; y tercero, habiendo limpiado así los escombros del pasado, nos ponemos a considerar cómo trabar, con nuestro recién adquirido conocimiento de nosotros mismos, las mejores relaciones posibles con todos los seres humanos que conozcamos.
¡Menuda tarea! Tal vez la podemos hacer con creciente destreza, sin jamás acabarla. Aprender a vivir con un máximo de paz, cooperación y compañerismo con todo hombre y mujer, sean quienes sean, es una aventura conmovedora y fascinante. Cada miembro de A.A. se ha dado cuenta de que no puede hacer casi ningún progreso en esta aventura hasta que no se vuelva atrás para repasar, minuciosa y despiadadamente, los desechos humanos que ha dejado en su trayectoria. Hasta cierto grado, ya lo ha hecho al hacer su inventario moral, pero ahora ha llegado el momento de redoblar sus esfuerzos para ver a cuántas personas a lastimado y de qué manera. El volver a abrir estas heridas emocionales, algunas viejas, otras tal vez olvidadas, y otras más todavía supurando dolorosamente, podrá parecernos al principio una intervención quirúrgica innecesaria e inútil. Pero si se comienza con buena voluntad, las grandes ventajas de hacerlo se manifestarán con tal rapidez que el dolor se irá atenuando conforme se vaya desvaneciendo un obstáculo tras otro.
No obstante, estos obstáculos son sin duda realidades.
El primero, y uno de los más difíciles de superar, tiene que ver con el perdón. En cuanto pesamos a pensar en una relación rota o retorcida con otra persona, nos ponemos emocionalmente a la defensiva. Para evitar mirar los daños que hemos causado a otra persona, nos enfocamos con resentimiento en el mal que nos ha hecho. Nos resulta aún más fácil hacerlo si, en realidad, esta persona no siempre se ha comportado bien. Triunfantes, nos aferramos a su mala conducta, convirtiéndola en el pretexto ideal para minimizar o ignorar nuestra propia mala conducta.
En este preciso instante tenemos que echar el freno. No tiene mucho sentido que seamos nosotros quienes tiremos la primera piedra. Recordemos que los alcohólicos no son los
únicos aquejados de emociones enfermas. Además, por lo general, es un hecho innegable que nuestro comportamiento cuando bebíamos ha agravado los defectos de otras personas. Repetidamente hemos agotado la paciencia de nuestros más íntimos amigos, y hemos despertado lo peor en aquellos que nunca nos tenían en muy alta estima. En muchos casos, estamos en realidad tratando con compañeros de sufrimiento, gente cuyos dolores hemos aumentado. Si ahora nos encontramos a punto de pedir el perdón para nosotros mismos, ¿por qué no empezar perdonándolos a todos ellos?
Al hacer la lista de las personas a quienes hemos ofendido, la mayoría de nosotros nos tropezamos con otro obstáculo sólido. Sufrimos un tremendo impacto cuando nos dimos cuenta de que nos estábamos preparando para admitir nuestra mala conducta cara a cara ante aquellos a quienes habíamos perjudicado. Ya nos habíamos sentido suficientemente avergonzados cuando en confianza habíamos admitido estas cosas ante Dios, ante nosotros mis mos. y ante otro ser humano. Pero la idea de ir a visitar o incluso escribir a la gente afectada nos abrumaba, sobre todo al recordar el mal concepto que tenían de nosotros la mayoría de estas personas. También había casos en los que habíamos perjudicado a otras personas que seguían viviendo tan felices sin tener la menor idea del daño que les habíamos causado. ¿Por qué, protestamos, no decir “lo pasado, pasado”? ¿Por qué tenemos que ponernos a pensar en esa gente? Estas eran algunas de las formas en las que el temor conspiraba con el orgullo para impedir que hiciéramos una lista de todas las personas que habíamos perjudicado. Algunos de nosotros nos encontramos con otro obstáculo muy distinto. Nos aferrábamos a la idea de que los únicos perjudicados por nuestra forma de beber éramos nosotros. Nuestras familias no se vieron perjudicadas porque siempre pagamos las cuentas y casi nunca bebíamos en casa.
Nuestros compañeros de trabajo no se vieron perjudicados porque solíamos presentarnos a trabajar. Nuestras reputaciones no se vieron perjudicadas, porque estábamos seguros de que muy poca gente se había fijado en nuestros excesos con la bebida. Y los que sí se habían fijado, nos tranquilizaban diciendo que una alegre juerga no era sino el pecadillo de un hombre recto. Por lo tanto, ¿qué daño real había causado? Sin duda, poco más de lo que podríamos remediar fácilmente con algunas disculpas hechas de paso.
Esta actitud, por supuesto, es el producto final de un esfuerzo deliberado para olvidar. Es una actitud que sólo se puede cambiar por medio de un análisis profundo y sincero de nuestros motivos y nuestras acciones.
Aunque en algunos casos no nos es posible hacer ninguna enmienda, y en otros casos es aconsejable aplazarlas, debemos, no obstante, hacer un repaso minucioso y realmente exhaustivo de nuestra vida pasada para ver cómo ha afectado a otras personas. En muchos casos veremos que, aunque el daño causado a otros no ha sido muy serio, e daño emocional que nos hemos hecho a nosotros mimosa sido enorme. Los conflictos emocionales, muy profundos, y a veces totalmente olvidados, persisten de forma desapercibida en el subconsciente. Estos conflictos, al originarse, puede que hayan retorcido nuestras emociones tan violentamente que, desde entonces, han dejado manchadas nuestras personalidades y han trastornado nuestras vidas.
Aunque el propósito de hacer enmiendas a otros es de suma importancia, es igualmente necesario que saquemos del repaso de nuestras relaciones personales la más detallada información posible acerca de nosotros mismos y de nuestras dificultades fundamentales. Ya que las relaciones
defectuosas con otros seres humanos casi siempre han sido la causa inmediata de nuestros sufrimientos, incluyendo nuestro alcoholismo, no hay otro campo de investigación que pueda ofrecernos recompensas más gratificadoras y valiosas que éste. Una reflexión seria y serena sobre nuestras relaciones personales puede ampliar nuestra capacidad de comprendernos. Podemos ver mucho más allá de nuestros fallos superficiales para descubrir aquellos defectos que
eran fundamentales, defectos que, a veces, han sentado la pauta de nuestras vidas. Hemos visto que la minuciosidad tiene sus recompensas—grandes recompensas. La siguiente pregunta que nos podemos hacer es qué queremos decir cuando hablamos de haber causado “daño”
a otras personas. ¿Qué tipos de “daños” puede causar una persona a otra? Para definir la palabra “daño” de una manera práctica, podemos decir que es el resultado de un choque de los instintos que le causa a alguien un perjuicio físico, mental, emocional o espiritual. Si asiduamente tenemos mal genio, despertamos la ira en otros. Si mentimos o engañamos, no sólo privamos a otros de sus bienes materiales, sino también de su seguridad emocional y de su tranquilidad de espíritu. En realidad, les estamos invitando a que se conviertan en seres desdeñosos y vengativos. Si
nos comportamos de forma egoísta en nuestra conducta sexual, es posible que provoquemos los celos, la angustia y un fuerte deseo de devolver con la misma moneda.
Estas afrentas tan descaradas no constituyen ni mucho menos una lista completa de los daños que podemos causar. Consideremos algunas de las más sutiles que a veces pueden ser tan dañinas. Supongamos que somos tacaños, irresponsables, insensibles o fríos con nuestras familias. Supongamos que somos irritables, criticones, impacientes y sin ningún sentido de humor. Supongamos que colmamos de atenciones a un miembro de la familia y descuidamos a los demás. ¿Qué sucede cuando intentamos dominar a toda la familia, ya sea con mano de hierro o inundándoles con un sinfín de indicaciones minuciosas acerca de cómo deben vivir sus vidas de hora en hora? ¿Qué sucede cuando nos sumimos en la depresión, rezumando autocompasión por cada poro, e imponemos nuestras aflicciones en todos los que nos rodean? Tal lista de daños causados a otra gente daños que hacen que la convivencia con nosotros como alcohólicos activos sea difícil y a menudo inaguantable puede alargarse casi indefinidamente. Cuando llevamos estos rasgos de personalidad al taller, a la ofi cina o a cualquier otra actividad social, pueden causar daños casi tan grandes como los que hemos causado en casa.
Una vez que hemos examinado cuidadosamente toda esta esfera de las relaciones humanas y hemos determinado exactamente cuáles eran los rasgos de nuestra personalidad que perjudicaban o molestaban a otra gente, podemos empezar a registrar nuestra memoria en busca de lars personas a quienes hemos ofendido. No nos debe resultar muy difícil identificar a los más allegados y más profundamente perjudicados. Entonces, a medida que repasamos nuestras vidas año tras año hasta donde nuestra memoria nos permita llegar, inevitablemente saldrá una lista larga de personas que, de alguna u otra manera, hayan sido afectadas. Debemos, por supuesto, considerar y sopesar cada caso cuidadosamente.

Nuestro objetivo debe limitarse a admitir las cosas que nosotros hemos hecho y, al mismo tiempo, perdonar los agravios, reales o imaginarios, que se nos han hecho. Debemos evitar las críticas extremadas, tanto de nosotros como de los demás. No debemos exagerar nuestros defectos ni los suyos. Un enfoque sereno e imparcial será nuestra meta constante.
Si al ir a apuntar un nombre en la lista nuestro lápiz empieza a titubear, podemos cobrar fuerzas y ánimo recordando lo que ha significado para otros la experiencia de A.A. en este Paso. Es el principio del fin de nuestro aislamiento de Dios y de nuestra semeja.

7 paso
27 May 2023
7 paso

Séptimo Paso “Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos.” YA que este Paso se centra tanto en la humildad, debemos hacer una pausa para considerar lo que es la humildad y lo que su práctica puede significar para nosotros. En verdad, el tratar de adquirir cada vez más humildad es el principio fundamental de cada uno de los Doce Pasos de A.A. Porque sin tener un cierto grado de humildad, ningún alcohólico se puede mantener sobrio. Además, casi todos los A.A. han descubierto que, a menos que cultiven esta preciada cualidad en un grado mucho mayor de lo que se requiere sólo para mantener la sobriedad, tendrán escasas posibilidades de conocer la verdadera felicidad. Sin ella, no pueden llevar una vida de mucha utilidad, ni, en la adversidad, pueden contar con la fe suficiente para responder a cualquier emergencia. La humildad, como palabra y como ideal, no lo ha pasado muy bien en nuestro mundo. No solamente se entiende mal la idea, sino que también la palabra suscita a menudo una gran aversión. Muchas personas ni siquiera tienen la menor comprensión de la humildad como manera de vivir. Mucho de lo que oímos decir a la gente en nuestra vida diaria, y una buena parte de lo que leemos, destaca el orgullo que siente el ser humano por sus propios logros. Con gran inteligencia, los científicos han venido forzando a la naturaleza a que revele sus secretos. Los inmensos recursos de los que ahora disponemos nos prometen una cantidad de bendiciones materiales tan grande que muchos han llegado a creer que nos encontramos en el umbral de una edad de oro, forjada por la mano del hombre. La pobreza desaparecerá, y habrá tal abundancia que todos disfrutaremos de toda la seguridad y todas las satisfacciones personales que deseemos. La teoría parece sostener que, una vez que queden satisfechos los instintos primordiales de todos los seres humanos, habrá muy poco motivo para pelearnos. El mundo entonces se volverá feliz mundo verá libre para concentrarse en la cultura y el carácter. Sólo con su propia inteligencia y esfuerzos, la humanidad habrá forjado su destino. Sin duda, ningún alcohólico y, desde luego, ningún miembro de A.A. quiere menospreciar los logros materiales. Ni discutimos con materiales que todavía se aferran tan apasionadamente a la creencia de que la satisfacción de nuestros deseos naturales básicos es el objetivo primordial de la vida. Pero es primordiales de que ninguna clase de gente de este mundo ha fracasado tan rotundamente al tratar de vivir conforme a esta fórmula como los alcohólicos. Hace miles de años que venimos exigiendo más de lo que nos corresponde de seguridad, de prestigio y de amor. Cuando parecía que teníamos éxito, bebíamos para tener sueños aun más grandiosos. Cuando nos senaúnmos frustrados, aunque sólo fuera en frustra dos amos para olvidar. Nunca había suficiente de lo que creíamos que queríamos. En todos estos empeños, muchos de ellos bien intencionados, nuestro mayor impedimento había sido la falta de humildad. Nos faltaba la perspectiva suficiente para ver que la formación del carácter y los valores espirituales tenían que anteponerse a todo, y que las satisfacciones materiales no constituían el objetivo de la vida. De una manera muy característica, nos habíamos pasado de la raya confundiendo el fin con los medios. En vez de considerar la satisfacción de nuestros deseos materiales como el medio por el que podríamos vivir y funcionar como seres humanos, la habíamos considerado como la meta y el objetivo final de la vida. Es cierto que la mayoría de nosotros creíamos deseable tener un buen carácter, pero el buen carácter evidentemente era algo que se necesitaba evidentemente el empeño de satisfacer nuestros deseos. Con una apropiada muestra de honradez y moralidad, tendríamos una mayor probabilidad de conseguir lo que realmente queríamos. Pero siempre que teníamos que escoger entre el carácter y la comodidad, la formación del carácter se perdió en el polvo que levantábamos al perseguir lo que creíamos era la felicidad. Muy rara vez considerábamos la formación del carácter como algo deseable en sí mismo, algo por lo que nos gustaría esforzarnos, sin importar que se satisficieran o no nuestras necesidades instintivas. Nunca se nos ocurrió basar nuestras vidas cotidianas en la honradez, la tolerancia y el verdadero amor a Dios y a nuestros semejantes. Esta falta de arraigo a cualquier valor permanente, esta incapacidad de ver el verdadero objetivo de nuestra vida, producía en nosotros otro mal efecto. Mientras siguiéramos convencidos de poder vivir contando exclusivamente con nuestras propias fuerzas y nuestra propia inteligencia, nos era imposible tener una fe operante en un Poder Superior. Y esto era cierto aun cuando creíamos que Dios existía. Podíamos tener sinceras creencias religiosas que resultaban infructuosas porque nosotros mismos seguíamos tratando de hacer el papel de Dios. Mientras insistiéramos en poner en primer lugar nuestra propia independencia, la verdadera dependencia de un Poder Superior era totalmente impensable. Nos faltaba el ingrediente básico de toda humildad, eliminábamos pensamientos cono ser y hacer la voluntad de Dios. Para nosotros, el proceso de alcanzar una nueva perspectiva fue increíblemente doloroso. Sólo tras repetidas humillaciones nos vimos forzados a aprender algo respecto a la humildad. Sólo al llegar al fi n de un largo camino, marcado por sucesivas desgracias y humillaciones, y por la 70 SEPTIMO PASO arrolladora derrota final de nuestra confianza en nosotros mismos, empezamos a sentir la humildad como algo más que una condición de abyecta desesperación. A cada recién llegado a Alcohólicos Anónimos se le dice, y muy pronto llega a darse cuenta por sí mismo, que esta humilde admisión de impotencia ante el alcohol es su primer paso hacia la liberación de su dominio paralizador. Es así como, por primera vez, vemos la necesidad de tener humildad. Pero esto no es sino un mero comienzo. La mayoría de nosotros tardamos mucho tiempo en librarnos completamente de nuestra aversión a la idea de ser humildes, en lograr tener una visión de la humildad como una conducta hacia la verdadera libertad del espíritu humano, en estar dispuestos a trabajar para conseguir la humildad como una cosa deseable en sí misma. No se puede dar una vuelta de 180 grados en un abrir y cerrar de ojos a toda una vida encaminada a satisfacer nuestros deseos egocéntricos. Al principio, la rebeldía pone trabas a cada paso que intentamos dar. Cuando por fi n admitimos sin reserva que somos impotentes ante el alcohol, es muy posible que demos un suspiro de alivio, diciendo, “Gracias a Dios, eso se acabó. Nunca tendré que volver a pasar por eso.” Luego, y a menudo para nuestra gran consternación, llegamos a darnos cuenta de que sólo hemos atravesado la primera etapa del nuevo camino que andamos. Todavía espoleados por la pura necesidad, con desgana nos enfrentamos con aquellos graves defectos de carácter que originalmente nos convirtieron en bebedores problema, defectos que tenemos que intentar remediar para no volver a caer de nuevo en el alcoholismo. Queremos deshacernos de algunos de estos defectos, pero en algunos casos nos parece una tarea tan imposible que nos acobardamos ante ella. Y nos aferramos con una persistencia apasionada a otros defectos que perturban de igual manera nuestro equilibrio, porque todavía nos complacen mucho. ¿Cómo podemos armarnos de suficiente resolución y buena voluntad como para deshacernos de obsesiones y deseos tan abrumadores? Pero de nuevo nos vemos impulsados a seguir, debido a la conclusión inevitable que sacamos de la experiencia de A.A., de que la única alternativa a intentar perseverar con determinación en el programa es la de caer al borde del camino. En esta etapa de nuestro progreso nos vemos fuertemente presionados para hacer lo debido, obligados a elegir entre los sufrimientos de intentarlo y los seguros castigos de no hacerlo. Estos primeros pasos en el camino los damos a regañadientes, pero los damos. Es posible que todavía no tengamos la humildad en muy alta estima, como una deseable virtud personal, pero, no obstante, nos damos cuenta de que es una ayuda necesaria para sobrevivir. Pero al haber mirado algunos de estos defectos honradamente y sin pestañear, después de haberlos discutido con otra persona y al haber llegado a estar dispuestos a que nos sean eliminados, nuestras ideas referentes a la humildad empiezan a cobrar un sentido más amplio. En este punto es muy probable que hayamos obtenido una liberación, al menos parcial, de nuestros defectos más devastadores. Disfrutamos de momentos en los que sentimos algo parecido a una auténtica tranquilidad de espíritu. Para aquellos de nosotros que hemos conocido únicamente la agitación, la depresión y la ansiedad—en otras palabras, para todos nosotros—está recién encontrada tranquilidad es un don de inestimable valor. Algo verdaderamente nuevo se ha hecho parte integrante de nuestras vidas. Si antes la humildad había significado para nosotros la abyecta humillación, ahora empieza a significar el ingrediente nutritivo que nos puede deparar la serenidad. Esta percepción perfeccionada de la humildad desencadena otro cambio revolucionario en nuestra perspectiva. Se nos empiezan a abrir los ojos a los inmensos valores que provienen directamente del doloroso desinflamiento del ego. Hasta este punto, nos hemos dedicado mayormente a huir del dolor y de los problemas. Huíamos de ellos como quien huye de la peste. Jamás queríamos enfrentarnos a la realidad del sufrimiento. Nuestra solución siempre era la de valernos de la botella para escapar. La formación de carácter por medio del sufrimiento, puede que les sirviera a los santos, pero para nosotros no tenía ningún aliciente. Entonces, en A.A., miramos alrededor nuestro y escuchamos. Y por todas partes veíamos los fracasos y los sufrimientos transformados por la humildad en bienes inapreciables. Oíamos contar historia tras historia de cómo la humildad había sacado fuerzas de la debilidad. En todo caso, el sufrimiento había sido el precio de entrada en una nueva vida. Pero este precio de entrada nos había comprado más de lo que esperábamos. Traía consigo cierto grado de humildad, la cual, pronto descubrimos, aliviaba el sufrimiento. Empezamos a temerle menos al sufrimiento y a desear la humildad más que nunca. Durante este proceso de aprender más acerca de la humildad, el resultado más profundo era el cambio de nuestra actitud para con Dios. Y esto era cierto, ya fuéramos creyentes o no. Empezamos a abandonar la idea de que el Poder Superior fuera una especie de sustituto mediocre a quien recurrir únicamente en emergencias. La idea de que seguiríamos llevando nuestras propias vidas, con una ayudita de Dios de vez en cuando, empezaba a desaparecer. Muchos de los que nos habíamos considerado religiosos, nos dimos repentina cuenta de lo limitada que era esta actitud. Al negarnos a colocar a Dios en primer lugar, nos habíamos privado de Su ayuda. Pero ahora las palabras “Por mí mismo nada soy, el Padre hace las obras” empezaban a cobrar un significado muy prometedor. Vimos que no siempre era necesario que fuéramos humillados y doblegados para alcanzar la humildad. El sufrimiento incesante no era la única forma de alcanzarla, nos podía llegar igualmente por estar bien dispuestos a buscarla. Ocurrió un viraje decisivo en nuestras vidas cuando nos pusimos a conseguir la humildad como algo que realmente queríamos, y no como algo que debíamos tener. Marcó el momento en que pudimos empezar a ver todas las implicaciones del Séptimo Paso: “Humildemente Le pedimos que nos liberase de nuestros defectos.” Al prepararnos para dar el Séptimo Paso, puede que va v salga la pena volver a preguntarnos cuáles son nuestros objetivos más profundos. A cada uno de nosotros le gustaría vivir en paz consigo mismo y con sus semejantes. Nos gustaría que se nos diera la seguridad de que la gracia de Dios puede hacer por nosotros aquello que no podemos hacer por nosotros mismos. Hemos observado que los defectos de carácter que se originan en deseos indignos y miopes son los obstáculos que bloquean nuestro camino hacia estos objetivos. Ahora vemos con claridad que hemos impuesto exigencias poco razonables en nosotros mismos, en otras personas, y en Dios. El principal activador de nuestros defectos ha sido el miedo egocéntrico—sobre todo el miedo de que perderíamos algo que ya poseíamos o que no conseguiríamos algo que exigíamos. Por vivir a base de exigencias insatisfechas, nos encontrábamos en un estado de constante perturbación y frustración. Por lo tanto, no nos sería posible alcanzar la paz hasta que no encontráramos la manera de reducir estas exigencias. La diferencia entre una exigencia y una sencilla petición está clara para cualquiera. En el Séptimo Paso efectuamos el cambio de actitud que nos permite, guiados por la humildad, salir de nosotros mismos hacia los demás y hacia Dios. El Séptimo Paso pone todo su énfasis en la humildad. En realidad, nos dice que ahora debemos estar dispuestos a intentar conseguir, por medio de la humildad, la eliminación de nuestros defectos, al igual que hicimos cuando admitimos que éramos impotentes ante el alcohol y llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio. Si ese grado de humildad podía hacernos posible encontrar la gracia suficiente para desterrar tan mortal obsesión, entonces cabe esperar los mismos resultados respecto a cualquier problema que podamos tener.

TERCER PASO cambio
20 May 2023
TERCER PASO cambio

TERCER PASO DECIDIMOS PONER NUESTRA VOLUNTAD Y NUESTRA VIDA AL CUIDADO DE DIOS, COMO NOSOTROS LO CONCEBIMOS.
¿QUÉ IMPLICA LA BUENA VOLUNTAD? (PÁRRAFO 1) ES COMO ABRIR UNA PUERTA CERRADA CON CANDADO. TODO LO QUE SE NECESITA ES UNA LLAVE Y LA DECISIÓN DE ABRIRLA. SÓLO HAY UNA LLAVE, Y ÉSTA SE LLAMA BUENA VOLUNTAD. CUANDO NUESTRA BUENA VOLUNTAD HA QUITADO EL CANDADO, LA PUERTA SE ABRE CASI POR SÍ SOLA; Y MIRANDO HACIA DENTRO, VEREMOS UN CAMINO JUNTO AL CUAL ESTÁ UNA INSCRIPCIÓN QUE DICE: “ESTE ES EL CAMINO HACIA LA FE QUE OBRA”. ¿DE QUE DEPENDE LA EFICIENCIA DEL PROGRAMA DE ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS?

REQUIERE ACCIÓN FIRME; PORQUE SOLAMENTE ACTUANDO PODREMOS LIBRARNOS DEL EGOÍSMO QUE SIEMPRE HA IMPEDIDO LA ENTRADA A DIOS, O SI SE PREFIEREA UN PODER SUPERIOR, EN NUESTRA VIDA. INDUDABLEMENTE QUE LA FE ES NECESARIA, PERO CON LA FE POR SÍ SOLA, NO LOGRAREMOS NADA. ¿QUÉ SE NECESITA PARA PRACTICAR EL TERCER PASO?

UNA VEZ QUE CON LA LLAVE DE LA BUENA VOLUNTAD HEMOS ABIERTO EL CANDADO Y ENTREABIERTO LA PUERTA QUE SE CERRABA, NOS DAMOS CUENTA DE QUE SIEMPRE PODEMOS ABRIRLA UN POCO MAS. AUNQUE NUESTRA OBSTINACIÓN NOS CIERRE LA PUERTA COMO SUCEDE A MENUDO, SIEMPRE PODREMOS VOLVER A ABRIRLA CON LA LLAVE DE NUESTRA BUENA VOLUNTAD. ¿EN QUE SENTIDO LA COMUNIDAD DE ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS SE CONVIERTE EN UNA PROVIDENCIA?

CUALQUIER RECIÉN LLEGADO QUE TIENE BUENA VOLUNTAD, SIENTE LA CERTEZA QUE ALCOHOLICOS ANONIMOS ES EL ÚNICO PUERTO SEGURO PARA EL BARCO —A PUNTO DE HUNDIRSE EN EL QUE ÉL SE HA CONVERTIDO. SI ESTO NO ES ENTREGAR NUESTRA VIDA Y NUESTRA VOLUNTAD A UNA PROVIDENCIA NUEVAMENTE HALLADA ¿CÓMO TE EXPLICA LA PARADOJA “LA DEPENDENCIA COMO PRACTICA ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS ES REALMENTE UNA MANERA DE LOGRAR LA INDEPENDENCIA”?

MIENTRAS MÁS DISPUESTOS ESTAMOS A DEPENDER DE UN PODER SUPERIOR, MAS INDEPENDIENTES SOMOS EN REALIDAD.POR CONSIGUIENTE, LA DEPENDENCIA COMO LA PRACTICA ALCOHOLICOS ANONIMOS, ES EN REALIDAD UNA MANERA DE LOGRAR LA VERDADERA INDEPENDENCIA ESPIRITUAL.

QUINTO PASO
19 May 2023
QUINTO PASO

Quinto Paso “Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos.” TODOS los Doce Pasos de A.A. nos piden que vayamos en contra de nuestros deseos naturales… todos ellos desinflan an nuestros egos. En cuanto al desinflamiento del ego, hay pocos Pasos que nos resulten más difíciles que el Quinto. Pero tal vez no hay otro Paso más necesario para lograr una sobriedad duradera y la tranquilidad de espíritu. La experiencia de A.A. nos ha enseñado que no podemos vivir a solas con nuestros problemas apremiantes y los defectos de carácter que los causan o los agravan. Si hemos examinado nuestras carreras a la luz del Cuarto Paso, y hemos visto iluminadas y destacadas aquellas experiencias que preferiríamos no recordar, si hemos llegado a darnos cuenta de cómo las ideas y acciones equivocadas nos han lastimado a nosotros y a otras personas, entonces, la necesidad de dejar de vivir a solas con los fantasmas atormentadores del pasado cobra cada vez más urgencia. Tenemos que hablar de ellos con alguien. No obstante, es tal la intensidad de nuestro miedo y nuestra desgana a hacerlo que al principio muchos alcohólicos intentan saltar el Quinto Paso. Buscamos una alternativa más cómoda—que suele ser el admitir, de forma general y poco molesta, que cuando bebíamos a veces éramos malos actores. Entonces, para remacharlo, añadíamos unas descripciones dramáticas de algunos aspectos de nuestra conducta alcohólica que, de todas formas, nuestros amigos probablemente ya conocían. Pero acerca de las cosas que realmente nos molestan y nos enojan, no decimos nada. Ciertos recuerdos angustiosos o humillantes, nos decimos, no se deben compartir con nadie. Los debemos guardar en secreto. Nadie jamás debe conocerlos. Esperamos llevárnoslos a la tumba. Sin embargo, si la experiencia de A.A. nos sirve para algo, esta decisión no sólo es poco sensata, sino también muy peligrosa. Pocas actitudes confusas nos han causado más problemas que la de tener reservas en cuanto al Quinto Paso. Algunas personas ni siquiera pueden mantenerse sobrias por poco tiempo; otras tendrán recaídas periódicamente hasta que logren poner sus casas en orden. Incluso los veteranos de A.A., que llevan muchos años sobrios, a menudo pagan un precio muy alto por haber escatimado esfuerzos en este Paso. Contarán cómo intentaban cargar solos con este peso; cuánto sufrieron de irritabilidad, de angustia, de remordimientos y de depresión; y cómo, al buscar inconscientemente alivio, a veces incluso acusaban a sus mejores amigos de los mismos defectos de carácter que ellos mismos intentaban ocultar. Siempre descubrían que nunca se encuentra el alivio al confesar los pecados de otra gente. Cada cual tiene que confesar los suyos. Esta costumbre de reconocer los defectos de uno mismo ante otra persona es, por supuesto, muy antigua. Su valor ha sido confirmado en cada siglo, y es característico de las personas que centran sus vidas en lo espiritual y que son verdaderamente religiosas. Pero hoy día no sólo la religión aboga a favor de este principio salvador. Los siquiatras y los sicólogos recalcan la profunda y práctica necesidad que tiene todo ser humano de conocerse a sí mismo y reconocer sus defectos de personalidad, y poder hablar de ellos con una persona comprensiva y de confianza. En cuanto a los alcohólicos, A.A. iría aún más lejos. La mayoría de nosotros diríamos que, sin admitir sin miedo nuestros defectos ante otro ser humano, no podríamos mantenernos sobrios. Parece bien claro que la gracia de Dios no entrará en nuestras vidas para expulsar nuestras obsesiones destructoras hasta que no estemos dispuestos a intentarlo. ¿Qué podemos esperar recibir del Quinto Paso? Entre otras cosas, nos libraremos de esa terrible sensación de aislamiento que siempre hemos tenido. Casi sin excepción, los alcohólicos están torturados por la soledad. Incluso antes de que nuestra forma de beber se agravara hasta tal punto que los demás se alejaran de nosotros, casi todos nosotros sufríamos de la sensación de no encajar en ninguna parte. O bien éramos tímidos y no nos atrevíamos a acercarnos a otros, o éramos propensos a ser muy extrovertidos, ansiando atenciones y camaradería, sin conseguirlas nunca—o al menos según nuestro parecer. Siempre había esa misteriosa barrera que no podíamos superar ni entender. Era como si fuéramos actores en escena que de pronto se dan cuenta de no poder recordar ni una línea de sus papeles. Esta es una de las razones por las que nos gustaba tanto el alcohol. Nos permitía improvisar. Pero incluso Baco se volvió en contra nuestra; acabamos derrotados y nos quedamos en aterradora soledad. Cuando llegamos a A.A., y por primera vez en nuestras vidas nos encontramos entre personas que parecían comprendernos, la sensación de pertenecer fue tremendamente emocionante. Creíamos que el problema del aislamiento había sido resuelto. Pero pronto descubrimos que, aunque ya no estábamos aislados en el sentido social, todavía seguíamos sufriendo las viejas punzadas del angustioso aislamiento. Hasta que no hablamos con perfecta franqueza de nuestros conflictos y no escuchamos a otro hacer la misma cosa, seguíamos con la sensación de no pertenecer. En el Quinto Paso se encontraba la solución. Fue el principio de una auténtica relación con Dios y con nuestros prójimos. Por medio de este Paso vital, empezamos a sentir que QUINTO PASO 55 podríamos ser perdonados, sin importar cuáles hubieran sido nuestros pensamientos o nuestros actos. Muchas veces, mientras practicábamos este Paso con la ayuda de nuestros padrinos o consejeros espirituales, por primera vez nos sentimos capaces de perdonar a otros, fuera cual fuera el daño que creíamos que nos habían causado. Nuestro inventario moral nos dejó convencidos de que lo deseable era el perdón general, pero hasta que no emprendimos resueltamente el Quinto Paso, no llegamos a saber en nuestro fuero interno que podríamos recibir el perdón y también concederlo. Otro gran beneficio que podemos esperar del hecho de confiar nuestros defectos a otra persona es la humildad— una palabra que suele interpretarse mal. Para los que hemos hecho progresos en A.A., equivale a un reconocimiento claro de lo que somos y quiénes somos realmente, seguido de un esfuerzo sincero de llegar a ser lo que podemos ser. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer para encaminarnos hacia la humildad es reconocer nuestros defectos. No podemos corregir ningún defecto si no lo vemos claramente. Pero vamos a tener que hacer algo más que ver. El examen objetivo de nosotros mismos que logramos hacer en el Cuarto Paso sólo era, después de todo, un examen. Por ejemplo, todos nosotros vimos que nos faltaba honradez y tolerancia, que a veces nos veíamos asediados por ataques de auto conmiseración y por delirios de grandeza. No obstante, aunque ésta era una experiencia humillante, no significaba forzosamente que hubiéramos logrado una medida de auténtica humildad. A pesar de haberlos reconocido, todavía teníamos estos defectos. Había que hacer algo al respecto. Y pronto nos dimos cuenta de que ni nuestros deseos ni nuestra voluntad servían, por sí solos, para superarlos. El ser más realista y, por lo tanto, más sinceros con respecto a nosotros mismos son los grandes beneficios de los que gozamos bajo la influencia del Quinto Paso. Al hacer nuestro inventario, empezamos a ver cuántos problemas 56 QUINTO PASO nos había causado él autoengaño. Esto nos provocó una reflexión desconcertante. Si durante toda nuestra vida nos habíamos estado engañando a nosotros mismos, ¿cómo podíamos estar seguros ahora de no seguir haciéndolo? ¿Cómo podíamos estar seguros de haber hecho un verdadero catálogo de nuestros defectos y de haberlos reconocido sinceramente, incluso ante nosotros mismos? Puesto que seguíamos presas del miedo, de la auto conmiseración y de los sentimientos heridos, lo más probable era que no podríamos llegar a una justa apreciación de nuestro estado real. Un exceso de sentimientos de culpabilidad y de remordimientos podría conducirnos a dramatizar y exagerar nuestras defi - ciencias. O la ira y el orgullo herido podrían ser la cortina de humo tras la que ocultábamos algunos de nuestros defectos, mientras que culpábamos a otros por ellos. También era posible que todavía estuviéramos incapacitados por muchas debilidades, grandes y pequeñas, que ni siquiera sabíamos que tuviéramos. Por lo tanto, nos parecía muy obvio que hacer un examen solitario de nosotros mismos, y reconocer nuestros defectos, basándonos únicamente en esto, no iba a ser suficiente. Tendríamos que contar con ayuda ajena para estar seguros de conocer y admitir la verdad acerca de nosotros mismos—la ayuda de Dios y de otro ser humano. Sólo al darnos a conocer totalmente y sin reservas, sólo al estar dispuestos a escuchar consejos y aceptar orientación, podríamos poner pie en el camino del recto pensamiento, de la rigurosa honradez, y de la auténtica humildad. No obstante, muchos de nosotros seguíamos vacilando. Nos dijimos: “¿Por qué no nos puede indicar ‘Dios como lo concebimos’ dónde nos desviamos?” Si el Creador fue quien nos dio la vida, El sabrá con todo detalle en dónde nos hemos equivocado. ¿Por qué no admitir nuestros defectos directamente ante El? ¿Qué necesidad tenemos de mezclar a otra persona en este asunto? En esta etapa, encontramos dos obstáculos en nuestro intento de tratar con Dios como es debido. Aunque al principio puede que nos quedemos asombrados al darnos cuenta de que Dios lo sabe todo respecto a nosotros, es probable que nos acostumbremos rápidamente a la idea. Por alguna razón, el estar a solas con Dios no parece ser tan embarazosa como sincerarnos ante otro ser humano. Hasta que no nos sentemos a hablar francamente de lo que por tanto tiempo hemos ocultado, nuestra disposición para poner nuestra casa en orden seguirá siendo un asunto teórico. El ser sinceros con otra persona nos confirma que hemos sido sinceros con nosotros mismos y con Dios. El segundo obstáculo es el siguiente: es posible que lo que oigamos decir a Dios cuando estamos solos esté desvirtuado por nuestras propias racionalizaciones y fantasías. La ventaja de hablar con otra persona es que podemos escuchar sus comentarios y consejos inmediatos respecto a nuestra situación, y no cabrá la menor duda de cuáles son estos consejos. En cuestiones espirituales, es peligroso hacer las cosas a solas. Cuántas veces hemos oído a gente bien intencionada decir que habían recibido la orientación de Dios, cuando en realidad era muy obvio que estaban totalmente equivocados. Por falta de práctica y de humildad, se habían engañado a ellos mismos, y podían justificar las tonterías más disparatadas, manteniendo que esto era lo que Dios les había dicho. Vale la pena destacar que la gente que ha logrado un gran desarrollo espiritual casi siempre insiste en confirmar con amigos y consejeros espirituales la orientación que creen haber recibido de Dios. Claro está, entonces, que un principiante no debe exponerse al riesgo de cometer errores tontos y, tal vez, trágicos en este sentido. Aunque los comentarios y consejos de otras personas no tienen por qué ser infalibles, es probable que sean mucho más específicos que cualquier orientación directa que podamos recibir mientras tengamos tan poca experiencia en establecer contacto con un Poder superior a nosotros mismos. Nuestro siguiente problema será descubrir a la persona en 58 QUINTO PASO quien vayamos a confiar. Esto lo debemos hacer con sumo cuidado, teniendo presente que la prudencia es una virtud muy preciada. Tal vez tendremos que comunicar a esta persona algunos hechos de nuestra vida que nadie más debe saber. Será conveniente que hablemos con una persona experimentada, que no sólo se ha mantenido sobria, sino que también ha podido superar graves dificultades.

Dificultades, tal vez, parecidas a las nuestras. Puede suceder que esta persona sea nuestro padrino, pero no es necesario que sea así. Si has llegado a tener gran confianza en él, y su temperamento y sus problemas se parecen a los tuyos, entonces será una buena elección. Además, tu padrino ya tiene la ventaja de conocer algo de tu historia. Sin embargo, puede ser que tu relación con él es de una naturaleza tal que sólo quieras revelarle una parte de tu historia. Si este es el caso, no vaciles en hacerlo, porque debes hacer un comienzo tan pronto como puedas. No obstante, puede resultar que elijas a otra persona a quien confiar las revelaciones más profundas y más difíciles. Puede ser que este individuo sea totalmente ajeno a A.A.—por ejemplo, tu confesor o tu pastor o tu médico. Para algunos de nosotros, una persona totalmente desconocida puede que sea lo mejor. Lo realmente decisivo es tu buena disposición para confiar en otra persona y la total confianza que deposites en aquel con quien compartes tu primer inventario sincero y minucioso. Incluso después de haber encontrado a esa persona, muchas veces se requiere una gran resolución para acercarse a él o ella. Que nadie diga que el programa de A.A. no exige ninguna fuerza de voluntad; esta situación puede que requiera toda la que tengas. Afortunadamente, es muy probable que te encuentres con una sorpresa muy agradable. Cuando le hayas explicado cuidadosamente tu intención y el depositario de tu confianza vea lo verdaderamente útil que puede ser, les resultará fácil empezar la conversación, y pronto será muy animada. Es probable que la persona que te escucha no tarde mucho en contarte un par de historias acerca de él mismo, lo cual te hará sentirte aún más cómodo. Con tal que no ocultes nada, cada minuto que pase te irás sintiendo más aliviado. Las emociones que has tenido reprimidas durante tantos años salen a la luz y, una vez iluminadas, milagrosamente se desvanecen. Según van desapareciendo los dolores, los reemplaza una tranquilidad sanadora. Y cuando la humildad y la serenidad se combinan de esta manera, es probable que ocurra algo de gran significación. Muchos A.A., que una vez fueron agnósticos o ateos, nos dicen combinita etapa del Quinto Paso sintieron por primera vez la presencia de Dios. E incluso aquellos que ya habían tenido fe, muchas veces logran tener un contacto consciente con Dios más profundo que nunca. Esta sensación de unidad con Dios y con el hombre, este salir del aislamiento al compartir abierta y sinceramente la terrible carga de nuestro sentimiento de culpabilidad, nos lleva a un punto de reposo donde podemos prepararnos para dar los siguientes Pasos hacia una sobriedad completa y llena de significado.

SEXTO PASO
18 May 2023
SEXTO PASO

Sexto Paso

“Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de nuestros defectos.”

ESTE es el Paso que separa los hombres de los niños.” Así se expresa un clérigo muy querido nuestro que es uno de los mejores amigos de A.A. A continuación, explica que cualquier persona que tenga suficiente buena voluntad y sinceridad para aplicar repetidamente el Sexto Paso a todos sus defectos de carácter—sin reserva alguna—ha llegado a alcanzar un gran desarrollo espiritual y, por lo tanto, merece que se le describa como un hombre que sinceramente intenta crecer a la imagen y semejanza de su Creador. Naturalmente, la muy discutida pregunta de si Dios puede liberarnos de los defectos de carácter—y si, bajo ciertas condiciones, lo hará—tendrá una respuesta inmediata y rotundamente afirmativa por parte de casi todo miembro de A.A. Para nosotros, ésta no es una propuesta teórica; es la mayor realidad de nuestras vidas. Casi cualquier miembro ofrecerá como prueba una exposición como ésta: “Sin duda, yo estaba vencido, totalmente derrotado. Mi fuerza de voluntad no me servía para nada frente al alcohol. Los cambios de ambiente, los mejores esfuerzos de mi familia, mis amigos, médicos, sacerdotes no tenían el menor efecto en mi alcoholismo. Simplemente, no podía dejar de beber, y no parecía que ningún ser humano pudiera conseguir que lo hiciera. Pero cuando llegué a estar dispuesto a poner mi casa en orden y luego pedí a un Poder Superior, Dios como yo Lo concebía, que me liberase de mi obsesión por beber, esa obsesión desapareció.” En reuniones de A.A. celebradas en todas partes del mundo, cada día se oyen contar experiencias como la anterior. Todo el mundo puede ver claramente que cada miembro sobrio de A.A. ha sido liberado de una obsesión obstinada y potencialmente mortal. Así que, en un sentido literal, todos los A.A. han “llegado a estar enteramente dispuestos” a dejar que Dios los liberase de la manía de beber alcohol. Y Dios ha hecho precisamente esto. Habiendo tenido una completa liberación del alcoholismo, ¿por qué no podríamos lograr, por los mismos medios, la liberación absoluta de cualquier otra dificultad o defecto? Este es el enigma de nuestra existencia, cuya completa solución puede que exista sólo en la mente de Dios. No obstante, por lo menos podemos ver una parte de la solución. Cuando un hombre o una mujer consumen tanto alcohol que destruyen su vida, hacen algo que va completamente “contra natura.” Al desafiar su deseo instintivo de conservación, parecen estar empeñados en destruirse a sí mismos. Actúan en contra de su instinto más profundo. Conforme se ven humillados por los terribles latigazos que les da el alcohol, la gracia de Dios puede entrar en sus vidas y expulsar su obsesión. En esto su poderoso instinto de sobrevivir puede cooperar plenamente con el deseo de su Creador de darle una nueva vida. Porque tanto la naturaleza como Dios aborrecen el suicidio. Pero la mayoría de nuestras demás dificultades no se pueden clasificar car en esta categoría. Por ejemplo, cada persona normal quiere comer, reproducirse y llegar a ser alguien en la sociedad. Y desea gozar de un nivel razonable de seguridad mientras intenta alcanzar estas cosas. De hecho, Dios le ha creado así. No creó al hombre para que se destruyera a sí mismo con el alcohol, sino que le dotó de instintos para ayudarle a mantenerse vivo. No existe la menor evidencia, al menos en esta vida, de que nuestro Creador espere que eliminemos totalmente nuestros instintos naturales. Que sepamos nosotros, no hay ningún testimonio de que Dios haya quitado a cualquier ser humano todos sus instintos naturales. Puesto que la mayoría de nosotros nacemos con una abundancia de deseos naturales, no es de extrañar que a menudo les dejemos que se conviertan en exigencias que sobrepasan sus propósitos originales. Cuando nos impulsan ciegamente, o cuando exigimos voluntariosamente que nos den más satisfacciones o placeres de los que nos corresponden, este es el punto en el que nos desviamos del grado de perfección que Dios desea que alcancemos en esta tierra. Esta es la medida de nuestros defectos de carácter o, si prefieres, de nuestros pecados. Si se lo pedimos, Dios ciertamente nos perdonará nuestras negligencias. Pero nunca nos va a volver blancos como la nieve y mantenernos así sin nuestra cooperación. Nosotros mismos debemos estar dispuestos a hacer lo necesario para alcanzar esto. Dios solamente nos pide que nos esforcemos lo más que podamos para hacer progresos en la formación de nuestro carácter. Por lo tanto, el Sexto Paso—“Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de nuestros defectos”—es la forma en que A.A. expone la mejor actitud posible que se puede tomar para dar un comienzo en este trabajo de toda la vida. No significa ca que esperemos ver desaparecer todos nuestros defectos de carácter como desapareció nuestra obsesión por beber. Puede que algunos desaparezcan, pero en cuanto a la mayoría de ellos, tendremos que contentarnos con una mejoría gradual. Las palabras claves “enteramente dispuestos” subrayan el hecho de que queremos aspirar lo mejor que conozcamos o que podemos llegar a conocer. ¿Cuántos de nosotros tenemos este grado de disponibilidad? En un sentido absoluto, casi nadie lo tiene. Lo mejor que podemos hacer, con toda la sinceridad que seamos capaces, es tratar de alcanzarlo. Aun entonces, los miembros más entregados y dedicados descubriremos, para nuestra consternación, que hay un punto en el que nos estancamos, un punto en el que decimos, “No, todavía no puedo renunciar a esto.” Y a menudo vamos a pisar un terreno mucho más peligroso, cuando gritemos: “¡Nunca voy a renunciar a esto!” Tal es la capacidad para sobrepasarse que tienen nuestros instintos. Por mucho que hayamos progresado, siempre encontraremos deseos que se opongan a la gracia de Dios. Puede que algunos que creen haber hecho buenos progresos quieran discutir este punto, así que vamos a pensarlo un poco más detenidamente. Casi toda persona desea liberarse de sus defectos más notorios y destructivos. Nadie quiere ser tan orgulloso como para que los demás le ridiculicen por ser un fanfarrón, ni tan avaricioso que se le acuse de ladrón. Nadie quiere que su ira le impulse a matar, ni que su lujuria le incite a violar, ni que su gula le lleve a arruinar su salud. Nadie quiere verse atormentado por el sufrimiento crónico de la envidia, ni paralizado por la pereza. Naturalmente, la mayoría de los seres humanos no sufren de estos defectos en un grado tan extremo. Es probable que nosotros los que hemos escapado de estos extremos tendamos a felicitarnos. Pero, ¿debemos hacerlo? A fi n y al cabo, ¿no ha sido el amor propio, puro y simple, el que nos ha hecho posible escapar? No se requiere mucho esfuerzo espiritual para evitar los excesos que siempre traen consigo un castigo inevitable. Pero cuando nos enfrentamos con los aspectos menos violentos de estos mismos defectos, entonces, ¿cuál es nuestra reacción? Lo que tenemos que reconocer ahora es que algunos de nuestros defectos nos deleitan inmensamente. Realmente nos encantan. Por ejemplo ¿a quién no le gusta sentirse un poco superior a su prójimo, o incluso muy superior? ¿No es cierto que nos gusta disfrazar de ambición nuestra avaricia? Parece imposible pensar que a alguien le guste la lujuria. Pero, ¿cuántos hombres y mujeres hablan de amor con la boca, y creen en lo que dicen, para poder ocultar la lujuria en un rincón oscuro de su mente? E incluso dentro de los límites convencionales, muchas personas tienen que confesar que sus imaginarias excursiones sexuales suelen ir disfrazadas de sueños románticos. La ira farisaica también puede ser muy agradable. De una manera perversa, incluso nos puede satisfacer el hecho de que mucha gente nos fastidia, porque nos produce una sensación reconfortante de superioridad. El chismorreo, emponzoñado con nuestra ira, una especie de asesinato cortés por calumnia, también tiene sus satisfacciones para nosotros. En este caso, no intentamos ayudar a los que criticamos; pretendemos proclamar nuestra propia rectitud. Cuando la gula no llega al grado de arruinar nuestra salud, solemos darle un nombre más benigno; decimos que “disfrutamos de nuestro bienestar.” Vivimos en un mundo carcomido por la envidia. En menor o mayor grado, les infecta a todos. De este defecto, debemos de sacar una clara, aunque deformada, satisfacción. Si no, ¿por qué íbamos a malgastar tanto tiempo en desear lo que no tenemos en lugar de trabajar por conseguirlo, o en buscar atributos que nunca tendremos y sentirnos airados al no encontrarlos, en lugar de ajustamos a la realidad y aceptarla? Y cuántas veces no trabajamos con gran ahínco sin otro motivo más noble que el de rodearnos de seguridad y abandonarnos en la pereza más tarde—sólo que a esto lo llamamos “buena jubilación.” Consideremos además nuestro talento para dejarlo todo para mañana, lo que no es sino una variedad de la pereza. Casi cualquier persona podría hacer una larga lista de defectos como éstos, y muy pocos de nosotros pensarían seriamente en abandonarlos, al menos hasta que nos causaran excesivo sufrimiento. Claro que algunos puede que estén convencidos de estar verdaderamente dispuestos a que se les eliminen todos estos defectos. Pero incluso estas personas, si hacen una listade defectos aún menos graves, se verán obligadas a admitir que prefieren quedarse con algunos de ellos. Por lo tanto, parece claro que pocos de nosotros podemos, rápida y fácilmente, llegar a estar dispuestos a aspirar la perfección espiritual y moral; solemos contentarnos con la perfección suficiente para permitirnos salir del paso, según, naturalmente, nuestras diversas ideas personales de lo que significa salir del paso. Así que la diferencia entre los niños y los hombres es la diferencia entre aquel que se esfuerza por alcanzar un objetivo marcado por él mismo y aquel que aspira alcanzar el objetivo perfecto que es el de Dios. Muchos preguntarán enseguida, “¿Cómo podemos aceptar todas las implicaciones del Sexto Paso? Pues—¡esto es la perfección!” Esta parece ser una pregunta difícil de contestar, pero en la práctica no lo es. Solamente el Primer Paso, en el que admitimos sin reserva alguna que éramos impotentes ante el alcohol, se puede practicar con perfección absoluta. Los once Pasos restantes exponen ideales perfectos. Son metas que aspiramos alcanzar, y patrones con los que medimos nuestro progreso. Visto así, el Sexto Paso sigue siendo difícil, pero no imposible. La única cosa urgente es que comencemos y sigamos intentándolo. Si esperamos poder valernos de este Paso para solucionar problemas distintos del alcohol, tendremos que hacer un nuevo intento para ampliar nuestra mente. Tendremos que levantar nuestra mirada hacia la perfección y estar dispuestos a encaminarnos en esa dirección. Poco importará lo vacilantes que caminemos. La única pregunta que tendremos que hacernos es, “¿Estamos dispuestos?” Al repasar de nuevo aquellos defectos que aún no estamos dispuestos a abandonar, debemos derrumbar las barreras rígidas que nos hemos impuesto. Tal vez todavía nos veremos obligados a decir en algunos casos, “Aún no puedo abandonar esto…,” pero nunca debemos decirnos, “¡Jamás abandonaré esto!” Deshagámonos ahora de una posible trampa peligrosa que hemos dejado en el camino. Se sugiere que debemos llegar a estar dispuestos a aspirar alcanzar la perfección. No obstante, se nos indica que alguna demora se nos puede perdonar. En la mente de un alcohólico, experto en la invención de excusas, la palabra “demora” puede adquirir un significado de futuro lejano. Puede decir, “¡Qué fácil! Claro que me voy a encaminar hacia la perfección, pero no veo por qué he de apresurarme. Tal vez puedo posponer indefinidamente el enfrentarme a algunos de mis problemas.” Por supuesto, esto no servirá. Esta manera de engañarse a uno mismo tendrá que seguir el mismo camino que otras muchas justificaciones agradables. Como mínimo, tendremos que enfrentarnos a algunos de nuestros peores defectos de carácter, y ponernos a trabajar para eliminarlos tan pronto como podamos. Al decir “¡Nunca, jamás!” cerramos nuestra mente a la gracia de Dios. La demora es peligrosa y la rebeldía puede significar la muerte. Este es el punto en el que abandonamos los objetivos limitados, y nos acercamos a la voluntad de Dios para con nosotros

Cuarto Paso
17 May 2023
Cuarto Paso

Cuarto Paso “Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos.”

AL ser creados, fuimos dotados de instintos para un propósito. Sin ellos, no seríamos seres humanos completos. Si los hombres y las mujeres no se esforzaran por tener seguridad personal, si no se molestaran en cosechar su alimento o en construir sus moradas, no podrían sobrevivir. Si no se reprodujeran, la tierra no estaría poblada. Si no hubiera ningún instinto social, si a los seres humanos no les importara disfrutar de la compañía de sus semejantes, no existiría sociedad alguna. Por lo tanto, estos deseos de relaciones sexuales, de seguridad material y emocional, y de compañerismo son perfectamente necesarios y apropiados y sin duda provienen de Dios. No obstante, estos instintos, tan necesarios para nuestra existencia, a menudo sobrepasan con mucho los límites de su función apropiada. Poderosa y ciegamente, y muchas veces de una manera sutil, nos impulsan, se apoderan de nosotros, e insisten en dominar nuestras vidas. Nuestros deseos de sexo, de seguridad material y emocional, y de un puesto eminente en la sociedad a menudo nos tiranizan. Cuando se salen así de sus cauces, los deseos naturales del ser humano, le crean grandes problemas; de hecho, casi todos los problemas que tenemos, tienen su origen aquí. Ningún ser humano, por bueno que sea, es inmune a estos problemas. Casi todo grave problema emocional se puede considerar como un caso del instinto descarriado. Cuando esto ocurre, nuestros grandes bienes naturales, los instintos, se han convertido en debilidades físicas y mentales. El Cuarto Paso es nuestro enérgico y esmerado esfuerzo para descubrir cuáles han sido, y siguen siendo, para nosotros estas debilidades. Queremos saber exactamente cómo, cuándo y dónde nuestros deseos naturales nos han retorcido. Queremos afrontar, sin pestañear, la infelicidad que esto ha causado a otras personas y a nosotros mismos. Al descubrir cuáles son nuestras deformaciones emocionales, podemos empezar a corregirlas. Si no estamos dispuestos a hacer un esfuerzo persistente para descubrirlas, es poca la sobriedad y felicidad que podemos esperar. La mayoría de nosotros nos hemos dado cuenta de que, sin hacer sin miedo un minucioso inventario moral, la fe que realmente obra en la vida cotidiana se encuentra todavía fuera de nuestro alcance. Antes de entrar en detalles sobre la cuestión del inventario, tratemos de identificar cuál es el problema básico. Ejemplos sencillos como el siguiente cobran una inmensa significado, cuando nos ponemos a pensar en ellos. Supongamos que una persona antepone el deseo sexual a todo lo demás. En tal caso, este instinto imperioso puede destruir sus posibilidades de lograr la seguridad material y emocional, así como de mantener su posición social en la comunidad. Otra persona puede estar tan obsesionada por la seguridad económica que lo único que quiere hacer es acumular dinero. Puede llegar al extremo de convertirse en un avaro, o incluso un solitario que se aísla de su familia y sus amigos. Pero la búsqueda de la seguridad no siempre se expresa en términos de dinero. Muy a menudo vemos a un ser humano lleno de temores insistir en depender totalmente de la orientación y protección de otra persona más fuerte. El débil, al rehusar cumplir con las responsabilidades de la vida con sus propios recursos, nunca alcanza la madurez. Su destino es sentirse siempre desilusionado y desamparado. Con el tiempo, todos sus protectores huyen o mueren, y una vez más se queda solo y aterrado. También hemos visto a hombres y mujeres enloquecidos por el poder, y que se dedican a intentar dominar a sus semejantes. A menudo estas personas tiran por la borda cualquier oportunidad de tener una seguridad legítima y una vida familiar feliz. Siempre que un ser humano se convierta en un campo de batalla de sus propios instintos, no podrá conocer la paz. Pero los peligros no terminan aquí. Cada vez que una persona impone en otros sus irrazonables instintos, la consecuencia es la infelicidad. Si en su búsqueda de la riqueza, pisotea a la gente que se encuentra en su camino, es probable que vaya a suscitar la ira, los celos y la venganza. Si el instinto sexual se desboca, habrá una conmoción similar. Exigir demasiada atención, protección, y amor a otra gente sólo puede incitar en los mismos protectores la repulsión y la dominación dos emociones tan malsanas como las exigencias que las provocaron. Cuando los deseos de conseguir prestigio personal llegan a ser incontrolables, ya sea en el círculo de amigos o en la mesa de conferencias internacionales, siempre hay algunas personas que sufren y, a menudo, se rebelan. Este choque de los instintos puede producir desde un frío desaire hasta una revolución violenta. De esta manera, nos ponemos en conflicto no solamente con nosotros mismos, sino con otras personas, que también tienen instintos. Más que ninguna otra persona, el alcohólico debiera darse cuenta de que sus instintos desbocados son la causa fundamental de su forma destructiva de beber. Hemos bebido para ahogar el temor, la frustración y la depresión. Hemos bebido para escapar de los sentimientos de culpabilidad ocasionados por nuestras pasiones, y luego hemos vuelto a beber para reavivar esas pasiones. Hemos bebido por pura vanagloria para poder disfrutar mejor nuestros descabellados sueños de pompa y poder. No es muy grato contemplar esta perversa enfermedad del alma. Los instintos desbocados se resisten a ser analizados. En cuanto intentamos hacer un serio esfuerzo por examinarlos, es probable que suframos una reacción desagradable. Si por temperamento tendemos al lado depresivo, es probable que nos veamos inundados de un sentimiento de culpabilidad y de odio hacia nosotros mismos. Nos sumimos en este pantano sucio, del que a menudo sacamos un placer perverso y doloroso. Al entregarnos mórbidamente a esta actividad melancólica, puede que nos hundamos en la desesperación hasta tal punto que sólo el olvido nos parece la única solución posible. En este punto, por supuesto, hemos perdido toda perspectiva y, por lo tanto, la auténtica humildad. Porque esto es la otra cara del orgullo. No es en absoluto un inventario moral; es el mismo proceso que muy a menudo ha llevado a la persona depresiva a la botella y a la extinción. Sin embargo, si por naturaleza nos inclinamos hacia la hipocresía o la grandiosidad, nuestra reacción será la opuesta. Nos sentiremos ofendidos por el inventario sugerido de A.A. Sin duda aludiremos con orgullo a la vida virtuosa que creíamos haber llevado antes de que la botella nos derrotara. Insistiremos que nuestros graves defectos de carácter, si es que creemos tener alguno, han sido causados principalmente por haber bebido en exceso. Siendo este el caso, creemos que lo que se deriva lógicamente es que la sobriedad es la única meta que tenemos que intentar lograr. Creemos que, tan pronto como dejemos el alcohol, nuestro buen carácter renacerá. Si siempre habíamos sido buenas personas, excepto por nuestra forma de beber, ¿qué necesidad tenemos de hacer un inventario moral ahora que estamos sobrios? También nos agarramos a otra magnífico ca excusa para evitar el inventario. Exclamamos que nuestros problemas e inquietude's actuales están causados por el comportamiento de otra gente—gente que realmente necesita hacer un inventario moral. Creemos firmemente que, si sólo nos trataran mejor, no tendríamos ningún problema. Por lo tanto, creemos que nuestra indignación está justificada y es razonable que nuestros resentimientos son “bien apropiados.” Nosotros no somos los culpables. Son ellos. En esta etapa del inventario, nuestros padrinos vienen a rescatarnos. Pueden hacer esto, porque son los portadores de la experiencia comprobada de A.A. con el Cuarto Paso.

Consuelan a la persona melancólica, primero mostrándole que no es un caso extraño ni diferente, que probablemente sus defectos de carácter no son ni más numerosos ni peores que los de cualquier otro miembro de A.A. El padrino demuestra esto rápidamente, hablando abierta y francamente, y sin exhibicionismo, acerca de sus propios defectos, antiguos y actuales. Este inventario sereno y, a la vez, realista es inmensamente tranquilizador. Probablemente el padrino le indica al recién llegado que junto con sus defectos puede anotar algunas virtudes. Esto contribuye a disipar el pesimismo y fomentar el equilibrio. Tan pronto como empiece a ser más objetivo, el principiante podrá considerar sin miedo sus propios defectos. Los padrinos de los que creen que no necesitan hacer un inventario se ven enfrentados con un problema muy diferente, porque la gente impulsada por el orgullo de sí misma, inconscientemente se niegan a ver sus defectos. Es poco probable que estos principiantes necesiten consuelo. Lo necesario, y difícil, es ayudarles a encontrar una grieta en la pared construida por sus egos, por la que pueda brillar la luz de la razón. Para empezar, se les puede decir que la mayoría de los A.A., en sus días de bebedores, estuvieron gravemente afligidos por la autojustificación. Para la mayoría de nosotros, la autojustificación era lo que nos daba excusas para beber, por supuesto, y para todo tipo de conducta disparatada y dañina. Eramos artistas en la invención de pretextos. Teníamos que beber porque estábamos pasándolo muy mal, o muy bien. Teníamos que beber porque en nuestros hogares nos agobiaban con amor, o porque no recibíamos amor alguno. Teníamos que beber porque en Nuestros bajos teníamos un gran éxito, o porque habíamos fracasado. Teníamos que beber porque nuestro país había ganado una guerra o perdido la paz. Y así fue, definitivo. Creíamos que las “circunstancias” nos impulsaban a beber, y cuando habíamos intentado corregir estas circunstancias, al ver que no podíamos hacerlo a nuestra plena satisfacción, empezamos a beber de forma desenfrenada y nos convertimos en alcohólicos. Nunca se nos ocurrió pensar que nosotros éramos quienes teníamos que cambiar para ajustarnos a las circunstancias, fueran cuales fueran. Pero en A.A., poco a poco llegamos a darnos cuenta de que teníamos que hacer algo respecto a nuestros resentimientos vengativos, nuestra auto conmiseración, y nuestro poco merecido orgullo. Teníamos que reconocer que cada vez que nos las dábamos de personajes, la gente se volvía en contra nuestra. Teníamos que reconocer que cuando albergábamos rencores y planeábamos vengarnos por tales derrotas, en realidad nos estábamos dando golpes a nosotros mismos con el garrote de la ira, golpes que habíamos querido asestar a otros. Nos dimos cuenta de que, si nos sentíamos gravemente alterados, lo primero que teníamos que hacer era apaciguarnos, sin importarnos la persona o las circunstancias que nosotros creyéramos responsables de nuestro trastorno. A muchos de nosotros nos costaba mucho tiempo ver lo engañados que estábamos por nuestras volubles emociones. Podíamos verlas rápidamente en otras personas, pero tardábamos mucho en verlas en nosotros mismos. Ante todo, era necesario admitir que teníamos muchos de estos defectos, aunque el hacerlo nos causara mucho dolor y humillación. En lo que respecta a otra gente, teníamos que eliminar la palabra “culpa” de nuestro vocabulario y de nuestros pensamientos. Para poder empezar a hacer esto, nos hacía falta mucha buena voluntad. Pero una vez salvados los dos o tres primeros obstáculos, el camino nos parecía cada vez más fácil de seguir. Porque habíamos empezado a vernos en nuestra justa medida, es decir, habíamos adquirido más humildad. Claro está que la persona depresiva y la persona agresiva y orgullosa son extremos de la gama de personalidades humanas, y son tipos que abundan tanto en A.A. como en el mundo exterior. Muchas veces estas personalidades se presentan de forma tan definida como en los ejemplos que hemos dado. Pero con la misma frecuencia se encuentran algunas que casi pueden clasificarse en ambas categorías. Los seres humanos nunca son totalmente idénticos, así que cada uno de nosotros, al hacer nuestro inventario, tendremos que determinar cuáles son nuestros propios defectos de carácter. Cuando encuentre los zapatos a su medida, debe ponérselos y andar con la seguridad de que por fi n está en el buen camino. Reflexionemos ahora sobre la necesidad de hacer una lista de los defectos de personalidad más pronunciados que todos tenemos en diversos grados. Para los que tienen una formación religiosa, en esta lista aparecerían graves violaciones de principios morales. Otros la considerarían como una lista de defectos de carácter. Y otros como un catálogo de inadaptaciones. Algunos se sentirán muy molestos si se habla de inmoralidad, y mucho más si se habla de pecado. Pero todo aquel que dispone de un mínimo de sensatez, estará de acuerdo en un punto: que dentro del alcohólico hay muchas cosas que no funcionan bien, y que hay mucho que hacer para remediarlas si esperamos lograr la sobriedad, hacer el progreso y tener una verdadera capacidad para enfrentarnos a las realidades de la vida. Para evitar caer en la confusión discutiendo sobre los nombres que se deben dar a estos defectos, utilicemos una lista universalmente aceptada de las principales flaquezas humanas—los Siete Pecados Capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. No es casualidad que la soberbia encabece la lista. Porque la soberbia, que conduce a la autojustificación, y que está siempre espoleada por temores conscientes o inconscientes, es la que genera la mayoría de las dificultades humanas, y es el principal obstáculo al verdadero progreso. La soberbia nos hace caer en la trampa de imponer en nosotros mismos y en otra gente exigencias que no se pueden cumplir sin pervertir o abusar de los instintos que Dios nos ha dotado. Cuando la satisfacción de nuestro instinto de sexo, de seguridad y de disfrutar de la compañía de nuestros semejantes se convierte en la única meta de nuestras vidas, entonces aparece la soberbia para justificar nuestros excesos. Todas estas flaquezas generan el miedo que es, en sí mismo, una enfermedad del alma. Luego, el miedo, a su vez, genera más defectos de carácter. Un temor exagerado de no poder satisfacer nuestros instintos nos lleva a codiciar los bienes de otros, a tener avidez de sexo y de poder, a enfurecernos al ver amenazadas nuestras exigencias instintivas, a sentir envidia al ver realizadas las ambiciones de otra gente y las nuestras frustradas. Comemos más, bebemos más y tratamos de coger más de lo que necesitamos de todo, temiendo que nunca tendremos lo suficiente. La perspectiva de trabajar nos asusta tan profundamente que nos hundimos en la pereza. Holgazaneamos, y tratamos de dejarlo todo para el día de mañana, o, si trabajamos, lo hacemos de mala gana y a medias. Estos temores son como plagas que van royendo los cimientos sobre los que tratamos de construir una vida. Así que cuando A.A. sugiere que hagamos sin miedo un inventario moral, tiene que parecerle al recién llegado que se le pide más de lo que puede hacer. Cada vez que intenta mirar en su interior, tanto su orgullo como sus temores le hacen retroceder. El Orgullo le dice, “No hace falta que te molestes en hacerlo,” y el Temor le dice, “No te atrevas a hacerlo.” Pero según el testimonio de los A.A. que han intentado sinceramente hacer un inventario moral, el orgullo y el miedo en estos momentos no son sino espantajos. Una vez que estemos plenamente dispuestos a hacer nuestro inventario, y que nos dediquemos a hacerlo con todo esmero, una luz inesperada nos llega para disipar la neblina Conforme perseveramos en el intento, nace una nueva seguridad, y el alivio que sentimos al enfrentarnos por fi n con nosotros mismos es indescriptible. Estos son los primeros frutos del Cuarto Paso. Al llegar a este punto, es probable que el principiante haya sacado las siguientes conclusiones: que sus defectos de carácter, que representan sus instintos descarriados, han sido la causa primordial de su forma de beber y de su fracaso en la vida; que, a no ser que esté dispuesto a trabajar diligentemente para eliminar sus peores defectos, tanto la sobriedad como la tranquilidad de mente quedarán fuera de su alcance; que tendrá que derribar los cimientos defectuosos de su vida y volver a construirlos sobre roca firme. Ahora, dispuesto a empezar la búsqueda de sus propios defectos, se preguntará a sí mismo, “¿Cómo debo proceder exactamente? ¿Cómo hago un inventario personal?” Puesto que el Cuarto Paso no es sino el mero comienzo de una práctica que nos habrá de durar toda la vida, podemos sugerirle que lo empiece examinando aquellos defectos que más le molestan y que más le saltan a la vista. Valiéndose de su mejor criterio respecto a lo que ha habido de bueno y de malo en su vida, puede hacer una especie de resumen general de su conducta en lo concerniente a sus instintos primordiales de sexo, de seguridad y de relaciones sociales. Al repasar su vida anterior, puede comenzar fácilmente el proceso con una consideración de algunas preguntas como las siguientes: ¿Cuándo, ¿cómo, y en cuáles circunstancias he hecho daño a otras personas y a mí mismo insistiendo en satisfacer mi deseo egoísta de relaciones sexuales? ¿Quiénes se vieron lastimados, y cuál fue el daño que les hice? ¿Llegué a arruinar mi matrimonio y a herir a mis hijos? ¿Puse en peligro mi reputación en la comunidad? ¿Precisamente cómo reaccioné ante estas situaciones en el momento en que ocurrieron? ¿Me sentía consumido de un sentimiento de culpabilidad que nada podría aliviar? O, ¿insistí que era yo la presa y no el depredador, intentando así absolverme? ¿Cómo he reaccionado ante la frustración en cuestiones sexuales? Al verme rechazado, ¿me he vuelto vengativo o deprimido? ¿Me he desquitado con terceras personas? Si he encontrado un rechazo o frialdad en casa, ¿lo he aprovechado como un pretexto para tener aventuras amorosas? Para la mayoría de los alcohólicos también son muy importantes las preguntas que tienen que hacerse acerca de su comportamiento respecto a la seguridad económica y emocional. En estos aspectos de la vida, el temor, la avaricia, los celos y el orgullo suelen tener el peor efecto. Al repasar su historial profesional o laboral, casi cualquier alcohólico puede hacerse preguntas como éstas: Además de mi problema con la bebida, ¿qué defectos de carácter contribuyeron a mi inestabilidad económica? ¿Destruyeron la confianza que tenía en mí mismo y me llenaron de conflictos el temor y la inseguridad que sentía acerca de mi aptitud para hacer mis trabajos? ¿Intenté ocultar estos sentimientos de insuficiencia con fanfarronadas, engaños, mentiras o escurriendo el bulto? O, ¿me quejaba de que otras personas no reconocían mis talentos extraordinarios? ¿Me sobrestimaba a mí mismo y hacia el papel de personaje importante? ¿Traicionaba a mis colegas y compañeros de trabajo a causa de mi ambición tan desmedida y mi falta de principios? ¿Derrochaba el dinero para aparentar? ¿Pedía dinero prestado imprudentemente, sin importarme si lo podía devolver o no? ¿Era tacaño, negándome a mantener a mi familia debidamente? ¿Escatimaba gastos en mis tratos comerciales de forma poco honrada? ¿Y los intentos para ganar dinero fácil y rápidamente, en el mercado de valores y las carreras de caballos? Naturalmente, muchas de estas preguntas se aplican igualmente a las mujeres de negocios en A.A. Pero el ama de casa alcohólica también puede causar la inseguridad económica de la familia. Puede falsear las cuentas de crédito, manipular el presupuesto para comida, pasar las tardes jugándose el dinero, y cargar de deudas a su marido con su irresponsabilidad, derroche y despilfarro. Pero todos los alcohólicos que han perdido sus trabajos, sus familias y sus amigos a causa de la bebida tendrán que examinarse despiadadamente a sí mismos para determinar cómo sus propios defectos de personalidad han demolido su seguridad. Los síntomas más comunes de la inseguridad emocional son la ansiedad, la ira, la auto conmiseración y la depresión. Estas se originan en causas que a veces parecen estar dentro de nosotros y otras veces parecen ser externas. Para hacer un inventario al respecto, debemos considerar cuidadosamente las relaciones personales que constante o periódicamente nos han ocasionado problemas. Se debe tener en cuenta que este tipo de inseguridad se suele presentar en cualquier ocasión en que los instintos se ven amenazados. Las preguntas encaminadas a aclarar este asunto pueden ser así: Fijándome tanto en el pasado como en el presente, ¿cuáles situaciones sexuales me han producido sensaciones de inquietud, amargura, frustración o depresión? Considerando imparcialmente cada situación, ¿puedo ver dónde yo he tenido la culpa? ¿Me asediaban estas perplejidades debido a mi egoísmo y mis exigencias exageradas? O, si mi trastorno parecía ser provocado por el comportamiento de otras personas, ¿por qué carezco de la capacidad para aceptar las circunstancias que no puedo cambiar? Estas son las preguntas básicas que pueden revelar el origen de mi desasosiego e indicar si tengo la posibilidad de cambiar mi propia conducta para así adaptarme serenamente a la autodisciplina. Supongamos que la inseguridad económica suscita constantemente estos mismos sentimientos. Puedo preguntarme a mí mismo hasta qué punto mis propios errores han nutrido las inquietudes que me van carcomiendo. Y si las acciones de otra gente forman parte de la causa, ¿qué puedo hacer al respecto? Y si no puedo cambiar las circunstancias actuales, ¿estoy dispuesto a tomar las medidas necesarias para adaptar mi vida a estas circunstancias? Estas preguntas, y otras muchas que se nos ocurrirán según el caso particular, contribuirán a descubrir las causas fundamentales. Pero nuestras relaciones retorcidas con nuestra familia, nuestros amigos y la sociedad en general son las que nos han causado el mayor sufrimiento a muchos de nosotros. Hemos sido especialmente estúpidos y tercos en este aspecto. El hecho fundamental que nos hemos negado a reconocer es nuestra incapacidad para sostener una relación equilibrada con otro ser humano. Nuestro ego manía nos crea dos escollos desastrosos. O bien insistimos en dominar a la gente que conocemos, o dependemos excesivamente de ellos. Si nos apoyamos demasiado en otras personas, tarde o temprano nos fallarán, porque también son seres humanos y les resulta imposible satisfacer nuestras continuas exigencias. Así alimentada, nuestra inseguridad va haciéndose cada vez más acusada. Si acostumbramos intentar manipular a otros para que se adapten a nuestros deseos obstinados, ellos se rebelan y se nos resisten con todas sus fuerzas. Entonces nos sentimos heridos, nos vemos afligidos de una especie de manía persecutoria y del deseo de vengarnos. Al redoblar nuestros esfuerzos para dominar, y seguir fracasando en este intento, nuestro sufrimiento llega a ser agudo y constante. Nunca hemos intentado ser un miembro de la familia, un amigo entre amigos, un trabajador entre otros trabajadores, y un miembro útil de la sociedad. Siempre hemos luchado por destacarnos del montón o por escondernos. Este comportamiento egoísta nos impedía tener una relación equilibrada con cualquier persona a nuestro alrededor. No teníamos la menor comprensión de lo que es la auténtica hermandad. Algunos pondrán reparos a muchas de las preguntas formuladas, porque creen que sus propios defectos de carácter no eran de tanta envergadura. A estas personas se les puede sugerir que un examen concienzudo probablemente sacará a relucir esos mismos defectos a los que se referían las preguntas molestas. Ya que vista superficialmente nuestra historia no parece ser tan mala, a menudo nos asombramos al descubrir que así parece porque hemos enterrado estos defectos de carácter bajo gruesas capas de autojustificación. Sean cuales sean, estos defectos emboscados nos han tendiendo la trampa que acabó por llevarnos al alcoholismo y la infelicidad. Por lo tanto, al hacer nuestro inventario la palabra clave es minuciosidad. Para tal fin, es aconsejable poner por escrito nuestras preguntas y respuestas. Nos ayudará a pensar con claridad y a evaluar nuestra conducta con sinceridad. Será la primera muestra palpable de que estamos completa