LIBRO AZUL DE ALCOHOLICOS ANONIMOS
LIBRO AZUL DE ALCOHOLICOS ANONIMOS

LIBRO AZUL DE ALCOHOLICOS ANONIMOS

Autoconocimiento Humano Radio
En esta edición del Libro Grande en español, además de haber revisado
los once capítulos de la primera sección de acuerdo con las sugerencias
de la Comisión Iberoamericana sobre las Traducciones y Adaptaciones
de la Literatura A.A. (CIATAL), se ha reunido un testimonio de la
milagrosa eficacia de este compartimiento, añadiendo una segunda
sección de historias personales. Los individuos que narran sus
experiencias de soledad y angustia transformadas en alegría y utilidad,
representan una muestra amplia y variada de la humanidad, hombres y
mujeres, obreros y profesionales, gente joven y de edad avanzada que,
vinieran de donde vinieran, encontraron en A.A. su verdadera libertad y
el camino hacia un destino feliz. Se espera que, al leerlas, algunos de
nuestros amigos a quienes no hemos conocido todavía, vean abrirse ante
sus ojos ese mismo camino por el que andan unidos en amor y ayuda
mutuos, multitud de sus compañeros que una vez vagaban por la
oscuridad, afligidos por la enfermedad de alcoholismo. A cualquier hora
que lleguen, estaremos aquí para acogerles y ayudarles a dar los primeros
pasos en la senda de la recuperación.
Los que pertenecemos a Alcohólicos Anónimos consideramos que puede interesar al lector
la opinión médica acerca del plan de recuperación que se describe en este libro. No cabe
duda de que un testimonio convincente debe venir de médicos que han tenido experiencia
de nuestro sufrimiento y presenciado nuestro retorno a la salud. Un eminente doctor, que es
el director médico de un hospital conocido nacionalmente y especializado en el tratamiento
de adictos al alcohol y a las drogas, dio a Alcohólicos Anónimos la siguiente carta:
A QUIEN CORRESPONDA:
Durante muchos años me he especializado en el tratamiento del alcoholismo.
A fines del año 1934 atendí a un paciente que, a pesar de haber sido un competente hombre
de negocios, con mucha aptitud para ganar dinero, era un alcohólico de un tipo que yo
había llegado a considerar como irremediable.
En el transcurso de su tercer tratamiento adquirió ciertas ideas de un posible método de
recuperación. Como parte de su rehabilitación, empezó a dar a conocer sus conceptos a
otros alcohólicos, inculcándoles la necesidad de que ellos a su vez hicieran lo mismo con
otros. Esto ha llegado a ser la base de una agrupación de estos hombres y sus familiares, la
cual está creciendo rápidamente. Parece que este individuo y más de otros cien se han
recuperado.
Personalmente conozco decenas de casos del tipo con el cual han fallado por completo
otros métodos.
Estos hechos parecen tener una gran importancia médica; debido a las extraordinarias
posibilidades de crecimiento inherentes a este grupo, pueden marcar una nueva época en los
anales del alcoholismo. Estos hombres bien pueden tener un remedio para miles de esas
situaciones.
Usted puede tener absoluta confianza en cualquier manifestación de los Alcohólicos
Anónimos sobre ellos mismos.
Su atento y seguro servidor,
William D. Silkworth, M.D.
El médico que a petición nuestra nos facilitó esta carta, ha tenido la bondad de ampliar sus
ideas en otra declaración que exponemos a continuación. En ésta, confirma que los que
hemos sufrido la tortura alcohólica tenemos que creer que el cuerpo del alcohólico es tan
anormal como su mente. No nos convencía la explicación de que no podíamos controlar
nuestra manera de beber sencillamente porque estábamos desadaptados a la vida; porque
estábamos en plena fuga de la realidad; o porque teníamos una franca deficiencia mental.
Estas cosas eran verídicas hasta cierto punto y, de hecho, en grado considerable en algunos
de nosotros, pero además estamos convencidos de que nuestros cuerpos también estaban
enfermos, y opinamos que es incompleto cualquier cuadro del alcohólico que no incluya
este factor físico.
La teoría del doctor, de que tenemos una alergia al alcohol, nos interesa. Aunque nuestra
opinión, no profesional, sobre su validez signifique poco, como ex bebedores del tipo que
se convierte en problema, podemos decir que esa explicación parece acertada. Aclara
muchas cosas que de otro modo nosotros no podíamos explicar.
Aunque nosotros trabajamos por nuestra solución en un plano espiritual y altruista, estamos
en favor de la hospitalización del alcohólico que está nervioso o con la mente nublada. La
mayoría de las veces será necesario esperar hasta que se aclare la mente del individuo para
conversar con él, ya que entonces habrá más posibilidades de que entienda y acepte lo que
podemos ofrecerle.
El doctor escribe:
Me parece que el tema presentado en este libro es de suma importancia para quienes son
adictos al alcohol.
Digo esto después de muchos años de experiencia como director médico de uno de los más
antiguos hospitales del país, especializado en el tratamiento de adictos al alcohol y a las
drogas.
Por lo tanto, sentí verdadera satisfacción cuando se me pidió la contribución de unas
cuantas palabras sobre el tema tratado en estas páginas tan detalladamente y con tanta
maestría.
Desde hace mucho tiempo los médicos nos hemos dado cuenta de que alguna forma de
psicología moral es de apremiante importancia para el alcohólico, pero su aplicación
presentaba dificultades fuera de nuestros conceptos. Las normas ultramodernas y el enfoque
científico que aplicamos a todo, pueden ser la causa de que estemos mal preparados para
aplicar los poderes del bien que no encajan en nuestros conocimientos sintéticos.
Hace muchos años, uno de los colaboradores de este libro estuvo bajo nuestro cuidado en
este hospital y, durante ese tiempo adquirió ideas que inmediatamente llevó a la práctica.
Más adelante, solicitó permiso para contar su historia a otros pacientes y, con cierta
desconfianza, se lo concedimos. Los casos que hemos observado en todo su transcurso han
sido sumamente interesantes. La abnegación y su espíritu de comunidad, son algo
realmente inspirador para quien ha trabajado fatigosamente —y por mucho tiempo— en el
terreno del alcoholismo. Creen en ellos mismos, pero mucho más en el Poder que los
arranca de las garras de la muerte.
Naturalmente, el alcohólico necesita ser liberado de su anhelo imperioso por el alcohol y
esto requiere, con frecuencia, un procedimiento definido de hospitalización para poder
obtener el máximo de beneficios de las medidas psicológicas.
Creemos, y así lo sugerimos hace unos años, que la acción del alcohol en estos alcohólicos
crónicos es la manifestación de una alergia; que el fenómeno del deseo imperioso sólo se
presenta en esta clase y nunca en la de los bebedores moderados comunes. Estos tipos
alérgicos nunca pueden usar sin peligro el alcohol, cualquiera que sea la forma de éste.
Cuando ya han adquirido el hábito y se han percatado de que no pueden liberarse de él,
cuando ya han perdido la confianza en las cosas humanas y en ellos mismos, sus problemas
se acumulan y se vuelven sorprendentemente difíciles de resolver.
El estímulo emocional de un consejo bien intencionado, raramente les basta. El mensaje
que puede interesar y mantener su interés tiene que ser profundo y de peso. En casi todos
los casos, sus ideales tienen que cimentarse en un poder superior a ellos mismos, si es que
han de rehacer sus vidas.
Si hay algunos que creen que, como psiquiatras dirigentes de un hospital para alcohólicos,
parecemos algo sentimentales, les invitamos a que nos acompañen a la línea de fuego; que
vean las tragedias, las esposas desesperadas, los pequeños hijos; que la solución de este
problema sea parte de su trabajo cotidiano y hasta de sus momentos de reposo, y aun el más
escéptico no se sorprenderá de que hayamos aceptado y alentado este movimiento.
Creemos, después de muchos años de experiencia, que no hemos encontrado nada que haya
contribuido más a la rehabilitación de estos hombres que el movimiento altruista que se está
desarrollando entre ellos.
Los hombres y las mujeres beben, esencialmente, porque les gusta el efecto que produce el
alcohol. La sensación es tan evasiva que, aunque admiten lo dañino, no pueden después de
algún tiempo discernir la diferencia entre lo verdadero y lo falso. Les parece que su vida
alcohólica es la única normal. Están inquietos, irritables y descontentos hasta que no
vuelven a experimentar la sensación de tranquilidad y bienestar que inmediatamente les
produce apurar unas cuantas copas — copas que ven a otros tomar con impunidad. Después
de haber vuelto a sucumbir al deseo imperioso, pasan por todas las bien conocidas etapas de
la borrachera, emergiendo de ésta llenos de remordimientos y con la firme resolución de no
volver a beber. Esto se repite una y otra vez, y a menos de que la persona pueda
experimentar un cambio psíquico completo, hay muy pocas esperanzas de que se recupere.
Por otra parte, por extraño que parezca a quienes no lo entienden, una vez que ha ocurrido
el cambio psíquico, la misma persona que parecía condenada a muerte, que tenía tantos
problemas y se creía incapaz de resolverlos, repentinamente descubre que puede fácilmente
controlar su deseo por el alcohol y que el único esfuerzo para ello es el de seguir unas
sencillas normas.
Algunos individuos han recurrido a mí, presas de la desesperación, y me han dicho con
sinceridad: “¡Doctor, no puedo seguir así! ¡Tengo la vida por delante! ¡Necesito parar pero
no puedo! ¡Usted tiene que ayudarme!”
Cuando se tiene que afrontar este problema, si el médico es sincero consigo mismo, a veces
tiene que sentir su propia insuficiencia. A pesar de que dé todo lo que pueda dar, con
frecuencia no es suficiente. Uno piensa que se necesita la intervención de algo más, aparte
del poder humano para que se produzca el cambio psíquico esencial. Aunque el conjunto de
recuperaciones como resultado de esfuerzos psiquiátricos es considerable, los médicos
tenemos que admitir que hemos hecho poca mella en el problema en conjunto. Hay muchos
tipos que no responden al enfoque psicológico ordinario.
No estoy de acuerdo con los que creen que el alcoholismo es enteramente un problema de
control mental. He tratado a muchos individuos que, por ejemplo, habían trabajado por
espacio de meses en un problema o negocio que tenía que resolverse favorablemente para
ellos en determinada fecha. Se habían bebido una copa, uno o dos días antes de esa fecha, y
el fenómeno del deseo imperioso había adquirido una preponderancia inmediata sobre los
demás intereses y, por lo tanto, no habían cumplido con aquel compromiso tan importante.
Estos individuos no bebían para escapar; estaban bebiendo para aplacar un deseo imperioso
que estaba más allá de su control mental.
Hay muchas situaciones motivadas por el fenómeno del deseo imperioso y que impulsan a
los hombres a consumar el supremo sacrificio en vez de seguir luchando.
La clasificación de los alcohólicos parece sumamente difícil y el tratar de hacerla con
detalle está fuera de los propósitos de este libro. Existe, por ejemplo, el psicópata,
mentalmente desequilibrado. Todos estamos familiarizados con este tipo, el que
constantemente está diciendo que va a dejar de beber para siempre. Siente un
arrepentimiento exagerado y hace muchas resoluciones pero nunca toma una decisión.
Existe el individuo que no está dispuesto a admitir que no puede beber ni una copa; planea
distintas maneras de beber y cambia de marca o de lugar. Tenemos el que cree que después
de un período de haber estado sin beber, puede hacerlo sin peligro. También tenemos el
maniático-depresivo —tal vez éste sea el que menos pueden comprender sus amigos—
acerca del cual puede escribirse todo un capítulo.
Y los individuos enteramente normales en todos respectos, excepto en el que se refiere al
efecto que el alcohol produce en ellos. Estos son, a veces, capaces, inteligentes y
amigables.
Todos los citados y muchos otros, tienen un síntoma en común; no pueden empezar a beber
sin que se presente en ellos el fenómeno del deseo imperioso. Este fenómeno, como lo
hemos sugerido, puede ser la manifestación de una alergia que distingue a esta gente de los
demás y que la sitúa en un grupo distinto. Nunca ha sido posible erradicarlo con ninguno de
los métodos conocidos. El único método que podemos sugerir es la abstinencia completa.
Esto nos precipita inmediatamente en un caldero hirviente de discusiones. Mucho se ha
dicho y escrito a favor y en contra, pero la opinión generalizada entre los médicos parece
ser la de que la mayoría de los alcohólicos crónicos no tiene remedio.
¿Cuál es la solución? Tal vez pueda contestar mejor a esta pregunta relatando una de mis
experiencias.
Aproximadamente un año antes de tener esta experiencia, trajeron a un individuo para que
se le tratara su alcoholismo crónico. Se había recuperado parcialmente de una hemorragia
gástrica y parecía ser un caso de deterioro mental patológico. Había perdido todo lo que
valía la pena en la vida y solamente vivía para beber. Admitió francamente, y lo creía, que
no había remedio para él. Después de que se hubo desalojado al alcohol de su organismo, se
comprobó que no había ninguna lesión cerebral permanente. Aceptó el plan que se expone
en este libro. Un año después vino a verme y tuve una extraña sensación. Lo conocía por su
nombre y pude reconocer parcialmente sus facciones, pero eso era todo. De una ruina
temblorosa y desesperada, había surgido un individuo radiante de alegría y de confianza en
sí mismo. Estuve hablando con él un rato pero no podía convencerme de que lo conocía.
Para mí, era un extraño y lo fue hasta que se marchó. Ha pasado mucho tiempo y no ha
vuelto a probar el alcohol.
Cuando siento la necesidad de elevar mi mente, pienso en un caso que trajo un eminente
médico de Nueva York. El paciente había hecho su propio diagnóstico y, decidiendo que su
situación era irremediable, fue a encerrarse en un granero vacío; ahí lo encontraron unas
personas que lo buscaban y me lo trajeron en una condición desesperada. Después de su
rehabilitación física tuvo una conversación conmigo, y con entera franqueza, me manifestó
que consideraba una pérdida de esfuerzos el tratamiento a menos de que yo pudiera
asegurarle lo que nadie había hecho nunca: que en el futuro tendría “la fuerza de voluntad”
necesaria para resistir el impulso de beber.
Su problema alcohólico era tan complejo y su depresión tan grande, que pensamos en la
entonces llamada “psicología moral” como única esperanza para él, y dudando de que aun
ésta tuviese algún efecto.
Sin embargo, lo convencieron las ideas que encierra este libro. No ha bebido ni una copa en
muchos años. Lo veo de vez en cuando y es un espécimen de la naturaleza humana tan
excelente como uno pueda imaginarse.
Aconsejo muy seriamente a todo alcohólico que lea con atención este libro. Es posible que
a primera vista lo tome como objeto de burlas, pero quizás después se quede meditando y
eleve una oración.
William Silkworth, M.D