La obra de Dios en nuestras vidas produce una transformación gloriosa y duradera. Pablo nos recuerda que el antiguo pacto, aunque glorioso, era temporal y destinado a desaparecer; pero el nuevo pacto en Cristo es eterno y de una gloria mucho mayor. Esta transformación no solo cambia nuestra apariencia externa, sino nuestra esencia interior, nos convierte en reflejos vivos de la gloria de Dios.