Hoy reflexionamos sobre la vigencia de la santidad en tiempos donde valores como la justicia social parecen importantes, pero la integridad y la pureza se desvanecen. Dios nos llama a ser santos en toda nuestra manera de vivir, apartados del pecado y conformados a Cristo, no por esfuerzo humano, sino por su Espíritu. La santidad práctica brota del temor reverente, la fe, el amor y la centralidad de Dios en nuestra vida. Es fruto de una confianza plena en sus promesas.
Esta santidad se evidencia en acciones concretas: honrar a nuestros padres, amar a nuestros hermanos y al prójimo, incluso a enemigos, ser misericordiosos, compasivos, vivir con rectitud, sin engaño, ni lujuria, destacando en humildad,paciencia y bondad. Dios nos llama a ser luz, a obedecer sus mandatos y mostrar una vida íntegra en cada detalle, porque Él ve lo más íntimo de nuestro ser.
Así, presentamos nuestra vida como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. La santidad no es solo doctrina, es vida diaria, visible, práctica. Es amar, perdonar, servir, actuar con justicia, reflejando a Cristo en un mundo que necesita esperanza. Que el Señor nos ayude a obedecerle y vivir separados del mal, para su gloria.