Vivimos inmersos en una cultura líquida: sin raíces ni rumbo, bombardeados por redes, medios y modas que dictan cómo pensar, sentir y consumir. Nos invitan a fluir, sin compromiso ni destino, adaptándonos a lo que sea para no quedarnos afuera. Así, la identidad se diluye, las relaciones se vuelven superficiales, crece la soledad y se vive sin propósito, solo en busca del placer inmediato. Frente a esto, el evangelio se alza como una voz contracultural que llama a decidir: ¿querés dejarte llevar o nadar? Pablo, en Romanos 12, nos anima a entregar nuestra vida a Dios, a no moldearnos según el mundo, sino a renovar la mente para descubrir Su voluntad buena y perfecta. No es un camino fácil: implica sacrificio, resistir y esforzarse por permanecer en la fe. Pero en medio de pruebas y tribulaciones, el cristiano tiene una esperanza firme que trasciende lo terrenal. Hoy más que nunca, seguir a Cristo es nadar contra la corriente, abrazar la gracia, vivir con propósito y fijar la mirada en la meta eterna ¿vas a ir a la deriva o vas a elegir la vida que Dios ofrece?