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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez una niña que creía en la magia. Esta niña había visto como las manos de su madre hacían magia real. Real. Cuando la niña tenía fiebre y estaba acostada en su cama veía como su madre se acercaba a ella y abrazándola con el amor que solo una madre puede tener la curaba de sus dolencias. Inmediatamente la niña sentía como su malestar comenzaba a desaparecer y al día siguiente ya podía levantarse de su cama y jugar con sus muñecas. Cuando algo le dolía las manos mágicas de su madre la acariciaban tiernamente y el dolor y la hinchazón empezaban a desaparecer.
Su madre tenía el poder curativo en sus manos y ella lo sabía.
Un día la niña se acercó a su madre y le dijo al oído.
Mami yo sé que tú eres un ser mágico. Se que tus manos tienen algo extraño que me hace curar mis dolores y mis fiebres. Dime que es.
La madre simplemente sonrió y mientras le acariciaba su pelo le dijo. Mi amor algún día te contare el secreto que ha pasado de generación en generación desde mi tu bisabuelo. Por ahora siente que tu bisabuelo te esta cuidando.
La niña que obviamente nunca conoció a su bisabuelo no entendió lo que su madre quería decirle, pero se fue a jugar sabiendo que llegaría el día en que su madre le contaría aquel secreto.
Pasaron los días y los meses y los años y cuando la niña ya tenía casi diez años se acercó de nuevo a la mama y con voz decidida le dijo.
Mama ya casi voy a cumplir mis diez años y ya soy grande para entender muchas cosas, incluso aquel secreto que hace algunos años me dijiste que me dirías sobre la magia que hay en tus manos.
La madre que sabía que ese día llegaría se sentó en su silla preferida y llamando a su hija para que se sentara junto a ella le dijo.
Mi amor. Ya eres grande y sabrás comprender lo que te voy a contar. Efectivamente mis manos tienen el don de curar a mis seres queridos y en especial a ti.
Pero mis manos son como las manos de otro ser humano cualquiera. La capacidad de curarte en tus momentos de fiebre o golpes viene de una protección que tu bisabuelo me regalo y que como podrás ver ha sido muy efectiva.
Mama …. Dijo la niña. Mi bisabuelo pero como es posible eso.
Es posible y te voy a contar la historia.
Tu bisabuelo era un hombre muy bueno y justo y yo tuve el placer de conocerlo cuando era muy pequeña ya que era mi abuelo y cuando lo visitábamos se sentaba conmigo en el suelo y me contaba cuentos. Muchos muchos cuentos. Tu bisabuelo tenía una mirada limpia y una risa contagiosa. Pero además tenía algo que era relativamente común en aquellas épocas y que ahora no se usa.
Mama y que era eso que el tenía.
La madre sonriendo dijo. Tu abuelo tenía un par de dientes de oro.
De oro…. De veras como es posible eso.
La madre sonrió de nuevo y acariciando a su hija le señaló sus dientes blancos. Anteriormente cuando las personas perdían un diente muchas veces se los reemplazaban por dientes hechos de oro. Y tu abuelo entre sus dientes tenía dientes dorados, hermosos y brillantes. Tan brillantes que yo me maravillaba de verlo sonreír cuando estaba conmigo. Yo curiosa tocaba sus dientes de oros y el jugaba conmigo a morderme mis deditos. Era muy divertido y además nos reíamos mucho. Yo amaba a tu bisabuelo y siempre iba a visitarlo cuando podía.
Pero con el paso de los años los dientes de oro fueron reemplazados por dientes artificiales y el dentista de tu bisabuelo le sugirió un cambio de dientes por otros que fueran blancas. Mi abuelo le dijo a mi mama tu abuela que el aceptaría removerse los dientes de oro y ser reemplazados por otros blancos únicamente si esos dientes se guardar