En tiempos de Jesús, las ciudades mencionadas —Corazín, Betsaida y Cafarnaúm— no eran simples pueblos olvidados, sino espacios privilegiados que escucharon al Maestro y vieron sus milagros. Lugares donde la presencia de Dios se hizo palpable, donde la Palabra tomó forma en acciones concretas: curaciones, liberaciones, perdón. Y sin embargo, pese a estar tan cerca de lo sagrado, permanecieron sin cambio.