#120. Carta dedicada a los que hablan sin saber

#120. Carta dedicada a los que hablan sin saber

00:09:10
Link

Podcast

Estoy Sano
Estoy Sano

About this episode

El otro día leí el siguiente comentario que compartió el nutricionista Julio Basulto a modo de crítica, “la gente es obesa porque come demasiado, punto” a lo que el contestó a mi parecer de forma brillante, “a la gente que es necia se la reconoce porque habla sin saber, punto”. Esta carta está dedicada a todas esas personas que hablan sin saber y a aquellas personas que sufren una condición tan poco entendida como puede ser la obesidad.
Un día, una niña vio la luz por primera vez, esta niña nació en un país industrialmente desarrollado, sin embargo, su familia era humilde y tenía que luchar día a día para pagar sus facturas.
La mamá tenía sobrepeso y durante el embarazo fue diagnosticada de diabetes gestacional, la niña nació con un peso superior a lo que cabría esperar, en parte por esta circunstancia ajena a ella. Como era una bebé muy grande tuvo que nacer mediante cesárea entregándole el bebé al padre durante la recuperación de la madre y dándole este su primero de los muchos biberones que tomaría.
A los 4 meses de edad y siguiendo las recomendaciones de su pediatra la niña empezó a comer papillas, potitos y galletitas.
Esta niña fue creciendo y poco a poco fue adquiriendo lo hábitos alimentarios que se seguían en casa.
Un día típico de su alimentación podía ser parecido a este: para desayunar unas magdalena o galletas con colacao, al cole unas galletitas y un zumo. En casa las comidas podían ser unos espaguetis con chorizo, unas croquetas congeladas con patatas fritas o unos sanjacobos, de postre unas natillas o un flan eran sus favoritos. La merienda solía hacerla mientras veía la tele, compuesta de un bollicao con un vaso de colacao ya que la leche sola no le gustaba. Finalmente, para la cena siempre había patatas fritas y algo parecido a unas salchichas, carne de hamburguesa o unas baritas de pescado congeladas.
Durante su infancia la niña fue ganando peso sin saber por qué ni cómo. A su vez iba recibiendo comentarios que hacían referencia a su aspecto físico por parte de compañeros e incluso de adultos. En respuesta a esto la niña fue interiorizando una falta de autoestima y un autoconcepto que la hacían sentirse más torpe y menos capaz de conseguir aquello que se propusiera. Los padres, preocupados por la ganancia de peso de la niña la empezaron a obligar a comer algún que otro puré premiando su consumo con algún postre como natillas, flan o helado. En casa aprendió que el placer de la comida podía usarse como premio y para sentirse mejor ante situaciones incómodas, esta se convirtió en su principal respuesta a las situaciones de la vida.
Esta niña pasó a ser una adolescente, la televisión, las redes sociales, los influencers y las chicas más populares del instituto tenían una cosa en común: un cuerpo exento de grasa.
Esta adolescente acomplejada con su figura, odiaba cualquier forma de exponer su cuerpo, ir a la piscina con sus amigos o hacer el baile de gimnasia delante de toda la clase eran para ella la peor de las torturas.
Para poner fin a esta situación tomó cartas en el asunto y se puso a dieta. Con la ayuda de sus padres fue a la tienda de complementos alimenticios, donde la mandaron un régimen de batidos que funcionó, no podía comer nada más que los batidos, fue un proceso duro pero la recompensa mereció la pena. Esta adolescente recibió el alago de todo su círculo, “que delgada estás, que guapa”, “menudo tipo se te ha quedado”
Pero el problema de estos métodos es que cuando vuelves a comer comida vuelves también a la casilla de salida, e incluso peor. Volvió a repetir este proceso varias veces y el resultado siempre era el mismo:
Perdía peso con un método milagro  dejaba el método milagro  Ganaba peso.
Esto tuvo 2 consecuencias a la hora de ver la alimentación.
1. Si dejaba de comer y hacía un régimen estricto perdía peso. Era algo que había podido comprobar en numerosas ocasiones.
2. El problema era ella. Ella era incapaz de seguir el método tal y como anunciaba la influencer delgada de Instagram, ella era una glotona que siempre acababa tirando por la borda todo lo que conseguía. En definitiva, no tenía fuerza de voluntad.
Esta adolescente se convirtió en mujer. En todas y cada una de sus andanzas el único diálogo que existía con sus vendedores de productos giraba en torno a si había subido o bajado el número de la báscula. En su camino no se cruzó con un profesional de verdad que la explicara que unas galletas aunque sean sin azúcar no son saludables o que la fruta aunque tenga azúcar podía ser una genial opción. En lugar de ello, su lista de la compra siempre estaba repleta de alimentos zero, con 99 calorías o con algún nombre sugerente como “obegrass” o del estilo. Su educación nutricional estaba basada en los intereses de vendedores de productos, los anuncios de la tele y lo que ponía en los envases de los productos que compraba.
Sin embargo, no fue porque ella no quisiera encontrar a un profesional de verdad, algunos de estos vendedores tenían un título que los acreditaba como dietistas. Además, cuando el médico habló con ella sobre perder peso fue muy claro con sus palabras: “para adelgazar hay que cerrar el pico”.
A día de hoy, la vida de esta mujer se ha basado en tener la figura que piensa que gustaría a otras personas. Se ha tirado toda la vida luchando contra ella misma sin saber que había grandes monstruos conspirando contra ella.
Su aprendizaje durante la infancia y adolescencia ha sido una mochila que ha cargado toda su vida, sus emociones, ya sean alegría o pena acompañan siempre de la misma respuesta: comida. Su definición de ella misma no es otra que la de alguien con poco valor y poca fuerza de voluntad.
El sobrepeso siempre cohibió su interés por practicar cualquier tipo de deporte, ser la última elegida en los equipos la dejaban claro que ella no valía para eso. Es una pena que el profesor no se diera cuenta de ese detalle y optara por otra forma de elegir equipos.
Además, ya no hace falta subir escaleras, el ascensor lo hace. En el colegio y el instituto pasaba horas sentada y cuando llegaba a casa, los deberes, la televisión y youtube se encargaban de hacer que pasara otras pocas horas más sin moverse.
Su genética no parecía estar de su parte, sus padres con diabetes y obesidad. Su nacimiento, su alimentación en las primeras etapas de la vida y en la infancia, aunque no parecieran importantes por ser una niña, marcaron un camino muy difícil de corregir hoy en día.
Los anuncios, las limitadas opciones de la cafetería del instituto basadas en bollería, bocadillos y paninis, el ocio del fin de semana consistente en ir al chino a comprar chuches y refrescos no ayudaban para nada a esta adolescente a tener al alcance buenas elecciones.
La economía reducida y trabajos que agotaban toda la energía de la casa favorecían que las opciones disponibles fueran las galletas y comidas precocinadas.
Y aunque hemos hablado de algunos de los factores que han contribuido a que esta persona padezca hoy obesidad, nos hemos dejado muchos fuera. El trabajo a turnos, el no haber dado lactancia materna por si se le caían los pechos, o por qué no, las innumerables modificaciones epigenéticas y neuroendocrinas también han formado parte de este ovillo de lana tan difícil de desenredar.
Esta niña, adolescente y mujer, estuvo y está expuesta de forma inconsciente a un sinfín de estímulos y variables que condicionan dos respuestas que cualquier persona puede ver en la superficie, pero no todas pueden ver lo que hay debajo. Estas dos respuestas obvias son: comer y moverse poco.
Por este motivo: a la gente que es necia, se la reconoce porque habla sin saber. Escucha el episodio completo en la app de iVoox, o descubre todo el catálogo de iVoox Originals