LYN MAY
08 March 2025

LYN MAY

Escalona Escritor

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"𝗟𝗔 𝗥𝗘𝗜𝗡𝗔 𝗗𝗘 𝗟𝗔 𝗣𝗔𝗦𝗔𝗥𝗘𝗟𝗔"

Debemos tener cuidado cuando miramos a Lyn May. Ella no sólo representa la tragedia de quienes pretenden la juventud inmarcesible y, además, hacen cualquier desfiguro porque, emocionalmente, dependen del reconocimiento ajeno. Cuando observamos a quien fuera la emperatriz de las danzas orientales en México durante los años 70 y principios de los 80, estamos frente a un vestigio notable de la borrachera con la que el país celebró antes de tiempo su acceso a la modernidad.

Ver a Lilia Mendiola de Chi, nacida en Acapulco de Juárez, Guerrero, en 1952, implica reconocer, en la vieja de 73 años que ahora oculta su edad, el espejismo populista de hace medio siglo: vasos rotos y unos con restos de bebidas donde flotan colillas de tabaco y encallan agitadores de Bobadilla 103, Don Pedro o “El Patio” y “La taberna del Greco”; ceniceros rebosantes, barruntos de alcohol, alfombras de terciopelo rojo y paredes de luz de neón, sudoraciones y el siseo del acetato.

Liliana proviene de una familia pobre, de ascendencia china y japonesa igual que sus cinco hermanos. Vendió baratijas en las playas cuando éstas eran el paraíso, y en la adolescencia fue mesera en una lonchería del puerto; ahí la conoció su primer esposo, casi 30 años mayor que ella, con quien viajó a la Ciudad de México. Regresó divorciada a la bahía a los 17 años de edad, como madre de dos hijas. Conciente de sus jugosas carnes, la joven asumió el mote de Lila y bailó a Go Go en una jaula del cabaret “El Zorro”. Como todas, movía en círculos los brazos encima de la cabeza y contoneaba la cadera mientras decía sí repetidamente con la cabeza. Pero era una chica especial. Entonces ya atraía el lunar impreso a la derecha de las nalgas y, en general, la complexión de la venus nacida en los trazos de Cabanel. Más aún cuando se abría en compás y colocaba los labios a ras de piso o metía las paletas en sus entrañas egopara lu repartirlas entre el griterío de los niños que, como escribió José Luis Martínez, “las chupaban golosos”. Por todo eso, y sus proezas dancísticas, Lila fue contratada en el Tropicana de Acapulco donde conoció a Germán Valdés “Tin Tan”, con quien haría sketches cómicos sin mayor éxito para su causa que los aplausos que recibe un adorno animado con la vida.

A finales de los 60 el ánimo social creyó en la prosperidad ineluctable de la urbanización, la educación de masas y el fortalecimiento de la clase media. Como esto sólo era cosa de tiempo, para qué esperar a celebrar. La fiesta comenzó. Entonces Liliana Mendoza arregló otra vez las maletas para ser parte del agape en el Distrito Federal y protagonizar danzas tribales, hawaianas y tahitianas aderezándolas con polvitos de ballet y destellos de jazz. El ajetreo de sus asentaderas fue tan vertiginoso como entonces se pensó sería el acceso del país al primer mundo, igualito a cuando las tiples de los años 20 avistaron el comienzo de nuestra vida institucional y el fin de la Revolución.

El destino de Lila era promisorio. Encontró en “la capirucha” la posibilidad de catapultarse, más aún cuando participó en el programa de televisión “Siempre en Domingo”, conducido por Raúl Velasco, junto con otras chicas lideradas por la supervedette Olga Breeskin, icono de nuestra propia realización patriótica y la joya más codiciada para los hombres del dinero y el poder.

Voluptuosa e impúdica, los rasgos orientales de la exuberante acapulqueña encendieron la tarima del teatro Esperanza Iris donde, a principios de los 70, hizo su primer desnudo. Desde entonces todo o casi todo, fue toser y cantar (el lector sabe que la palabra “cantar” es un artilugio de esta crónica). Lila comenzó a rozarse con Gloriella, Cleopatra y Yesenia Romel, que ahora podrían decirle nada a la gente bonita que nos acompaña pero en aquel tiempo suscitaban reverencias legionarias...


Voz Victor Rodriguez Escalona