¿Alguna vez te has sentido paralizado frente a una decisión?
No una gran decisión de vida o muerte…
sino algo más simple, más cotidiano.
¿Aceptar esa oferta de trabajo que no te convence?
¿Decir sí a una relación que en el fondo sabes que no quieres?
¿Callar en una reunión cuando deberías haber hablado?
No fue el mundo el que te complicó la vida.
Fuiste tú.
O mejor dicho: fue la falta de claridad dentro de ti.
Y es que la mayoría de nosotros vivimos creyendo que las decisiones difíciles son el precio de un mundo complicado.
Pero no es así.
La verdadera causa de nuestra indecisión
es que no tenemos del todo claro quiénes somos,
qué defendemos,
y qué jamás vamos a negociar.
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