La noche del 11 de noviembre de 1997 dos personas entraron en la casa de Manfred Maisel. En ella se encontraba su hijo y una empleada que trabajaba atendiendo a los animales exóticos con los que Maisel comerciaba en una finca anexa. Los tres murieron de la misma manera: de dos tiros en la cabeza. Los asesinos repartieron las seis balas equitativamente. Y las seis procedían de una misma pistola de pequeño calibre: un 22 LR. No había huellas dactilares, ni ADN, ni testigos, tan sólo dos huellas de calzado en la tierra húmeda.
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