El pecado no es solamente las cosas externas que vemos tanto de los demás como en nosotros mismos, es una actitud del corazón que muestra un desafío a la autoridad de Dios, es querer estar por encima de él.
A través del Salmo 51 el salmista nos recuerda que nuestro pecado, aunque muchas veces es una acción en contra de otras personas o nosotros mismos, es primeramente contra Dios, por lo tanto, somos merecedores de su juicio. Dentro de nosotros no hay nada que podamos hacer para remediar esto, puesto que somos pecadores desde nacimiento.
Es por eso que el salmista nos dirige al único que puede limpiar nuestra suciedad. Solamente Dios puede lavar nuestro corazón y perdonarnos.