En los capítulos 13 y 14 de Juan vemos que los últimos días de los discípulos habían sido una montaña rusa de emociones, sus esperanzas fervientes habían llegado al máximo durante la entrada triunfal; solo para que se vinieran abajo cuando Jesús anunció su muerte inminente. Por si esto fuera poco, estaban en asombro al oír a Jesús predecir que uno de ellos lo iba a traicionar y que Pedro le negaría tres veces. Al igual que los judíos, quizás los discípulos veían en él a un rey conquistador y el concepto de un Mesías moribundo no cabía en su teología, quizás en su cabeza podrían estar pensando que ellos lo habían dejado todo por seguirle a él, y ahora al parecer él los estaba dejando a ellos. Las palabras que Jesús dirige hacia ellos en estos capítulos, no estaban enfocadas en la situación terrible que le estaban por suceder; él sabía que su mundo estaba por ser estremecido. En su lugar, él les dirige palabras para asegurarlos en su amor, y en que ellos tuvieran paz en medio de lo que estaba por venir, él hizo hincapié en su cuidado total por ellos, en que se preocuparía por consolarlos aún cuando él ya no estuviera físicamente entre ellos, él les da razones tangibles y confiables basado en su amor profundo por ellos y por todos aquellos que les seguiríamos en la fe.
Este mundo está lleno de falsas esperanzas, todas las fuentes de consuelo y esperanza que este mundo ofrece no son más que “cisternas rotas que no retienen agua” quien pone su fe en estas cisternas encuentran aún más desesperanza. Si tu este día puedes decir que la salvación de Jesús está en tu vida, puedes contarte como bendecida. La salvación que el Señor te ha dado no es un premio de consolación, es la Esperanza que nos llena de gozo en medio dela tristeza y las pruebas, y es la fuerza que nos hace ponernos en pie para enfrentar esta vida cada día.