SATANÁS SE HA ESFORZADO siempre por eclipsar las glorias del mundo venidero y atraer toda la atención a las cosas de esta vida. Ha procurado arreglar todo de una manera en que nuestros pensamientos, nuestra ansiedad y nuestro trabajo se enfoquen plenamente en las cosas temporales, evitando así que veamos y comprendamos el valor de las realidades eternas. El mundo y sus asuntos ocupan un lugar demasiado grande, mientras que Jesús y los temas celestiales disponen de una porción demasiado pequeña de nuestros pensamientos y afectos. Debemos cumplir concienzudamente con todos los deberes de la vida diaria, pero también es esencial que cultivemos, por encima de todo lo demás, el sagrado afecto hacia nuestro Señor Jesucristo. — The Review and Herald, 7 de enero de 1890.
La contemplación de las cosas celestiales no incapacita a los hombres y mujeres para los deberes de esta vida; al contrario, los hace más eficientes y fieles. Aunque las majestuosas realidades del mundo eterno parecen cautivar la mente, captar la atención y arrebatar todo el ser, con la iluminación espiritual vienen una calma y diligencia de procedencia celestial que capacitan al cristiano para hallar placer en la realización de los deberes comunes de la vida. […]
La contemplación del amor de Dios, manifestado en el don de su Hijo para la salvación de la humanidad caída, conmoverá el corazón y despertará las facultades como nada más lo haría. La obra de la redención es maravillosa, es un misterio del universo de Dios. ¡Pero cuán indiferentes son los recipientes de esta gracia inigualable! […]
Si nuestros sentidos no se han embotado por el pecado y por la contemplación del lúgubre cuadro que Satanás nos presenta constantemente, un raudal de gratitud ferviente y continuo emanará de nuestro corazón hacia Aquel que diariamente nos colma con beneficios de los que somos completamente indignos.
El cántico eterno de los redimidos será de alabanza a Aquel que nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su propia sangre; pero si hemos de cantar ese cántico ante el trono de Dios, debemos aprenderlo aquí ahora. — Ibid.