LA GRATITUD EN ACCIÓN
La historia de Dave B., uno de los fundadores de A. A, en Canadá en 1944. Creo que sería una buena idea contar la historia de mi vida. Hacerlo me dará la oportunidad de recordar que debo estar agradecido a Dios y a los miembros de Alcohólicos Anónimos que conocieron A. A. antes que yo. El contar mi historia me hace recordar que podría volver a donde estaba si me olvidara de las cosas maravillosas que se me han dado o si me olvidara de que Dios es el guía que me mantiene en este camino. En junio de 1924 tenía 16 años y acababa de graduarme de la escuela secundaria de Sherbrooke, Quebec. Algunos amigos sugirieron que fuéramos a tomar una cerveza. Yo nunca me había tomado una cerveza ni ninguna otra bebida alcohólica. No sé por qué, ya que siempre teníamos alcohol en casa (debería añadir aquí que nunca se había considerado alcohólico a nadie de mi familia). Tenía miedo de que mis amigos me rechazaran si no hiciera lo que ellos hacían. Conocía de primera mano ese estado misterioso de las personas que aparentan estar seguras de sí mismas pero por dentro el miedo se las está comiendo vivas. Tenía un complejo de inferioridad bastante acusado. Creo que carecía de lo que mi padre solía llamar "carácter". Así que en ese hermoso día de verano en una vieja taberna de Sherbrooke, no encontré el valor suficiente para decir que no. Me convertí en alcohólico activo desde ese primer día en que el alcohol me produjo un efecto muy especial. Fui transformado. De repente el alcohol me transformó en lo que siempre había querido ser. El alcohol se convirtió en mi compañero de todos los días. Al principio lo consideraba como un amigo; más tarde llegó a ser una pesada carga de la que no me podía librar. Resultó ser mucho más poderoso que yo, aunque durante muchos años podía mantenerme sobrio por cortos períodos de tiempo. Seguía diciéndome a mí mismo que de alguna que otra forma me libraría del alcohol. Estaba convencido de que encontraría una manera de dejar de beber. No quería reconocer que el alcohol se había convertido en una parte tan importante de mi vida. En realidad el alcohol me daba algo que no quería perder. En 1934, ocurrió una serie de contratiempos como consecuencia de mi forma de beber. Tuve que volver al oeste del Canadá porque el banco para el que trabajaba perdió confianza en mí. Un accidente de ascensor me costó los dedos de un pie y una fractura del cráneo. Estuve en el hospital varios meses. Mi consumo excesivo del alcohol me causó 17 también una hemorragia cerebral, que me dejó paralizado un lado del cuerpo. Probablemente di mi Primer Paso el día en que llegué en ambulancia al Hospital Western. Una enfermera del turno de noche me preguntó, "Sr. B., ¿por qué bebe usted tanto? Tiene una esposa maravillosa, un niño muy listo. No tiene motivo para beber así. ¿Por qué lo hace?" Hablando con sinceridad por primera vez le dije, "No lo sé. De verdad no lo sé." Eso ocurrió muchos años antes de enterarme de la existencia de la Comunidad. Se supondría que yo me diría a mí mismo: "Si el alcohol causa tanto daño, dejaré de beber." Pero encontré innumerables razones para demostrarme a mí mismo que el alcohol no tenía nada que ver con mis infortunios. Me decía a mí mismo que era el destino, porque todo el mundo estaba en contra mía, porque las cosas no andaban bien. A veces pensaba que Dios no existía. Me decía a mí mismo: "Si Dios amoroso existiera, como dicen, no me trataría así. Dios no actuaría de esta forma." En aquellos días sentía lástima de mí mismo muy a menudo. Mi familia y mis empleadores se preocupaban por mi forma de beber, pero yo me había vuelto muy arrogante. Con una herencia de mi abuela, me compré un Ford, modelo de 1931, y mi esposa y yo hicimos un viaje a Capé Cod. En el camino de regreso pasamos por la casa de mi tío en New Hampshire. Este tío se había hecho cargo de mí cuando murió mi madre y estaba preocupado por mí. Ahora me dijo: "Dave, si pasas un año completo sin beber, te regalaré el Ford descapotable que acabo de comprar." Me encantaba ese auto, así que inmediatamente le prometí que dejaría de beber un año entero, lo dije con toda sinceridad. Pero antes de llegar a la frontera con Canadá ya había vuelto a beber. Era impotente ante el alcohol. Me iba dando cuenta de que no podía hacer nada para vencerlo y al mismo tiempo me negaba a aceptar que tenía un problema. El fin de semana del Domingo de Resurrección de 1944, me encontré en la celda de una cárcel de Montreal. Estaba bebiendo para escapar de los pensamientos horribles que tenía cuando estaba lo suficientemente sobrio para ser consciente de mi situación. Bebía para no ver la persona en quien me había convertido. Ya hacía tiempo que había perdido mi trabajo de 20 años y el auto. Había ingresado tres veces en un hospital psiquiátrico. Bien sabe Dios que yo no quería beber y no obstante, para mi gran desesperación, siempre volvía a ese carrusel infernal. Me preguntaba cómo iba a acabar este sufrimiento. Estaba muerto de miedo. No me arriesgaba a contar a otros cómo me sentía por temor a que creyeran que estaba loco. Me sentía horriblemente solo, estaba lleno de autocompasión y aterrorizado. Sobre todo, estaba hundido en una depresión profunda. Entonces me acordé de que mi hermana Jean me había regalado un libro acerca de borrachos tan desesperados como yo que habían encontrado una forma de dejar de beber. Según este libro, esos borrachos habían encontrado una forma de vivir como los demás seres humanos: levantarse por la mañana, 18 ir a trabajar y volver a casa por la tarde. Este libro trataba de Alcohólicos Anónimos. Decidí ponerme en contacto con ellos. Me resultó muy difícil contactar a A. A. en Nueva York, ya que A. A. no era muy conocido en aquel entonces. Finalmente, logré hablar con una mujer, Bobbie. Me dijo algo que espero no olvidar nunca: "Soy alcohólica. Nos hemos recuperado. Si quieres, podemos ayudarte." Me contó algo de su historia y añadió que otros muchos borrachos habían utilizado este método para dejar de beber. Lo que más me impresionó de esta conversación fue el hecho de que esa gente, a 500 millas de distancia, se preocupaba lo suficiente para intentar ayudarme. Aquí estaba yo, lleno de autocompasión, convencido de que nadie se preocupaba de si estaba vivo o muerto. Me sorprendió mucho recibir por correo al día siguiente un ejemplar del Libro Grande. Y cada día después, durante casi un año, recibí una carta o una nota, algo escrito por Bobbie, o por Bill u otro miembro de la oficina central de Nueva York. En octubre de 1944, Bobbie escribió: "Pareces ser una persona muy sincera y de aquí en adelante vamos a contar contigo para perpetuar la Comunidad de A.A. donde resides. Adjuntas encontrarás varias solicitudes de información o ayuda de parte de algunos alcohólicos. Creemos que ahora estás listo para asumir esta responsabilidad." Adjuntas había unas cuatrocientas cartas a las que respondí durante las siguientes semanas. Muy pronto empecé a recibir contestaciones. Lleno de entusiasmo, y habiendo encontrado una solución a mi problema, le dije a mi esposa, Dorie: "Ahora puedes dejar tu trabajo. Yo cuidaré de ti. De aquí en adelante, ocuparás el lugar que te mereces en esta familia." Pero ella rehusó prudentemente. Me dijo: "No, Dave. Seguiré con mi trabajo otro año más mientras tú te vas a rescatar a los borrachos." Y eso es exactamente lo que me puse a hacer. Al recordarlo ahora, me doy cuenta de que hice todo mal, pero al menos estaba pensando en otras personas, en lugar de pensar en mí mismo. Estaba empezando a adquirir un poco de lo que ahora tengo en cantidad: la gratitud. Cada vez estaba más agradecido a la gente de Nueva York y al Dios del que hablaban, pero al que me resultaba difícil alcanzar. (No obstante, me di cuenta de que tenía que buscar este Poder Superior del que me hablaban.) Yo estaba solo en Quebec en aquella época. El grupo de Toronto había estado funcionando desde el otoño anterior, y había un compañero de Windsor que asistía a reuniones en Detroit, al otro lado del rio. Esta era la totalidad de A.A. en este país. Un día recibí una carta de un hombre de Halifax que decía: "Un amigo mío, un borracho, trabaja en Montreal, pero actualmente se encuentra en Chicago, donde se fue en una colosal juerga. Me gustaría que hablaras con él cuando Vuelva a Montreal.” Fui a visitar a este hombre a su casa. Su esposa estaba haciendo la cena, con su hija a su lado. El hombre llevaba puesta una chaqueta de terciopelo, estaba sentado cómodamente en su salón de estar, había conocido a mucha gente de la alta sociedad. Me dije a mí mismo: “¿Qué pasa aquí? Este hombre no es alcohólico.” Jack era una persona muy práctica y realista. Estaba 19 acostumbrado a conversar acerca de Psiquiatría y el concepto de un Poder Superior no le era muy atractivo. Pero gracias a nuestro encuentro, A.A. nació aquí en Quebec. La Comunidad empezó a crecer, especialmente después de la publicidad que nos hizo la Gazette en la primavera de 1945. Nunca olvidaré el día en que Mary vino a verme. Era la primera mujer que se unió a nuestra Comunidad en Canadá. Era muy tímida y reservada, muy discreta. Se había enterado de la Comunidad por medio de la Gazette. Durante el primer año, todas las reuniones se celebraban en mi casa. Había gente por todas partes de la casa. Las esposas de los miembros solían acompañar a sus maridos, pero no les permitíamos entrar en nuestras reuniones cerradas. Solían sentarse en la cama o en la cocina, donde hacían café y algo de comer. Creo que se preguntaban qué iba a pasar con nosotros. Pero estaban tan felices como nosotros. Los dos primeros francocanadienses que se enteraron de A.A., lo hicieron en el sótano de mi casa. Todas las reuniones de habla francesa que existen hoy en Canadá se originaron en aquellas reuniones. A fines de mi primer año de sobriedad, mi esposa acordó dejar su trabajo cuando yo consiguiera un empleo. Creía que iba a ser fácil hacerlo. Lo único que tenía que hacer era ir a entrevistarme con un empleador y así podría sostener a mi familia de forma normal. Pero pasé varios meses buscando trabajo. No teníamos mucho dinero y yo iba gastando lo poco que teníamos yendo de un lado a otro, respondiendo a anuncios y haciendo entrevistas. Me iba desanimando cada ve z más. Un día, un compañero de A.A. me dijo: "Dave, ¿por qué no solicitas empleo en la factoría de aviones? Conozco a un hombre que te podría ayudar." Y allí fue donde conseguí mi primer empleo. Realmente hay un Poder Superior que vela por nosotros. Una de las cosas más importantes que he aprendido es pasar el mensaje a otros alcohólicos. Esto significa que debo pensar más en otra gente que en mí mismo. Lo más importante es practicar estos principios en todos mis asuntos. En mi opinión, esto es lo esencial de Alcohólicos Anónimos. Nunca he olvidado un pasaje que leí por primera vez en el ejemplar del Libro Grande que me envió Bobbie: "Entrégate a Dios, tal como tú lo concibes. Admite tus faltas ante El y ante tus semejantes. Limpia de escombros tu pasado. Da con largueza de lo que has encontrado y únele a nosotros." Es muy sencillo, aunque no es siempre fácil. Pero se puede hacer. Ya sé que la Comunidad de Alcohólicos Anónimos no nos da ga rantías, pero sé también que no tengo que beber en el futuro. Quiero seguir viviendo esta vida de paz, serenidad y tranquilidad que he encontrado. Nuevamente he encontrado el hogar que abandoné y la mujer con quien me casé cuando ella era todavía tan joven. Tenemos otros dos hijos y ellos creen que su padre es un hombre importante. 20 tengo estas cosas maravillosas: seres queridos que lo son todo para mí. No perderé nada de esto y no tendré que beber mientras tenga presente una cosa sencilla: ir siempre de la mano de Dios.