Es ingenuo pensar que lo que vemos en la televisión, la música que escuchamos, los juegos en los que matamos gente y lo que leemos antes de irnos a la cama, no nos afecta en absoluto. La constante exposición y el contacto con lo profano producen callosidades en el corazón humano y nos distraen de nuestras prioridades. Por eso, antes de alimentar nuestra mente, debemos preguntarnos si el contenido nos edifica y nos acerca a Dios, o si, por el contrario, nos domina y nos roba la paz. Sólo el Espíritu Santo nos dirá dónde trazar la línea. Oremos para que nuestra mente nunca se llene de callos y para que seamos un manantial de agua clara en medio de una cultura cloacal.