La historia de Silvina tiene ribetes cómicos (ahora, reconoce ella, porque en su momento no les parecieron tan graciosos) y lo que empezó como unas vacaciones terminó con toda la familia instalada en Gandía y al frente de un emprendimiento gastronómico. El relato se entrecruza con el de Abril, su hija mayor, que algunos años atrás había decidido emigrar y trabajar en distintos países. Una situación “mascoteril” y una sucesión de “señales” fueron determinantes para su decisión de quedarse en España.