En un rincón perdido del tiempo, en la mística tierra de Japón, se tejían destinos a través de hilos invisibles que conectaban las vidas de cada ser humano.
La leyenda habla de una bruja anciana, poseedora de un poder único: la capacidad de ver esos hilos etéreos que cruzaban la existencia, entrelazando corazones y almas como si fueran los delicados hilos de un gran telar cósmico.
El joven Emperador, en el esplendor de su juventud, había oído susurros sobre la bruja y su don extraordinario. Dominado por una curiosidad insaciable, mandó llamar a la hechicera, ansioso por descubrir quién se encontraba al extremo del hilo atado a su meñique imperial. En su mente, se dibujaban imágenes de una bella esposa, la futura Emperatriz que llenaría de luz su solitaria existencia.
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