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Entrada la madrugada, llamaron fuertemente en la puerta de la notaría del Templo de Santo Domingo. Una mujer con un desgastado vestido negro y cubierta la cabeza con un rebozo pidió al sacerdote que le diera la extremaunción a un familar. La acompañó hasta su hogar y confesó al enfermo.
Al día siguiente quisó recuperar un objeto que olvidó en aquella casa, pero descubrió que la casa estaba abandonada desde hace tiempo y había estado en contacto con espíritus la noche anterior.
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