Un saludo fraterno en este día que pedimos al Señor sea cargado de bendiciones para todos ustedes.
Una de las mayores riquezas que podemos tener en nuestra vida son las personas que viven junto a nosotros y nos enriquecen, con su amor, su amistad y sus dones puestos al servicio de todos.
Qué hermoso ver en cada persona un tesoro y que los demás se sientan bendecidos con nuestra presencia. Esta alegría de encontrarnos unos con otros se hace más fuerte cuando vivimos la santidad.
Muchos santos se esforzaron por llegar a lugares donde hacían falta amigos, hermanos que dieran testimonio de Jesús por medio de sus buenas obras y también de enseñarles a hacerse hijos de Dios.
Conozcamos algunos de sus nombres y pidámosles que nos ayuden en la camino de la vida.
En este día 18 de julio, veneramos a: los santos Sinforosa y sus siete compañeros: Crescente, Julián, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio, mártires; san Materno, obispo; san Emiliano, mártir;
san Filastrio, obispo; san Rufilo, obispo; san Arnulfo, obispo; santa Teodosia, monja y mártir; san Federico, obispo; san Bruno, obispo; beato Simeón de Lipnica, presbítero;
beato Juan Bautista de Bruselas, presbítero y mártir; santo Domingo Nicolás Dinh Dat, mártir; beata Tarsicia (OlgMackiv, virgen y mártir y el Beato Tiburcio Arnaiz Muñoz, presbítero.
Existió un jesuita español que viendo la sed de Dios que sus hermanos del campo poseían, sin tener quien les hablara de Dios, comenzó una gran obra de evangelización, junto a unas generosas y trabajadoras mujeres, para llevarles la Palabra de Dios y ayudarlos a mejorar su calidad de vida.
Esta es la historia del Beato Tiburcio Arnaiz Muñoz.
Unámonos a esta oración pidiendo la pronta canonización de este gran beato:
Corazón Santísimo de Jesús, que con tan ardiente celo procuraste siempre la Gloria de tu Eterno Padre y la salvación de las almas, en cuya empresa tuviste tan infatigable apóstol en este tu siervo Beato Tiburcio Arnaiz, pues buscó tu Gloria, su propia abnegación y el bien de las almas, haz que la Iglesia, nuestra Santa Madre, lo cuente pronto en el número de los santos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
“El tiempo perdido, los santos lo lloran” es tal vez la enseñanza que nos deja este incansable apóstol.
¿Por qué llora un santo?
Primero, por sus pecados y luego, porque si comparte lo que ha experimentado y conoce de Dios, logra no solo remediar en algo sus propias heridas y de una manera muy especial, evitará que lo que lo escuchen, permanezcan lejos de Dios.
Los santos lloran las oportunidades perdidas de ayudar a salvar las almas de muchos.
Preguntémonos, ¿usamos bien nuestro tiempo o perdemos la posibilidad de vivir con un buen propósito, derrochando las oportunidades embotados por aquello que es perecedero?
Beato Tiburcio Arnaiz Muñoz,
Ruega por nosotros.