
Muchos confunden el viejo hombre con la carne, pero en realidad la Biblia los presenta como cosas diferentes. El viejo hombre no describe simplemente conductas o debilidades, sino nuestra identidad antes de Cristo: separados de Dios, perdidos, incrédulos, esclavos del pecado y sin esperanza. Esa era nuestra condición en Adán, y aunque algunos podían vivir vidas morales o rectas, seguían sin el Espíritu Santo, alejados de la verdadera vida.
La buena noticia es que el viejo hombre fue crucificado en la cruz y ahora, en Cristo, hemos sido hechos nuevas criaturas. Ya no somos definidos por la carne, sino por lo que Dios declara sobre nosotros: santos, justificados, adoptados, hijos de Dios, más que vencedores y sellados por su Espíritu. Aunque la carne sigue presente, nuestra verdadera identidad ha sido transformada para siempre. ¡Somos parte de una nueva creación!