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La vida es a menudo un desierto, es difícil caminar dentro de la vida, pero si nos encomendamos a Dios puede llegar a ser hermosa y ancha como una autopista. Es suficiente con no perder nunca la esperanza, basta que sigamos creyendo, siempre, a pesar de todo. Cuando nos encontramos frente a un niño, quizá tengamos muchos problemas y muchas dificultades, pero nos viene de dentro una sonrisa, porque tenemos delante a la esperanza: ¡un niño es una esperanza! Así tenemos que saber ver en la vida el camino que nos lleva a encontrarnos con Dios, Dios que se hizo niño por nosotros. ¡Y nos hará sonreir, nos dará todo!
Precisamente estas palabras de Isaías son después usadas por Juan Bautista en su predicación que invitaba a la conversión. Decía así: «Voz que clama en el desierto: preparad el camino al Señor» (Mt 3, 3). Es una voz que grita donde parece que nadie pueda escuchar - pero ¿quién puede escuchar en el desierto? - que grita en su pérdida debido a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe. Sí, decimos, «yo creo en Dios, yo soy cristiano, yo soy de esa religión», pero tu vida está muy lejos de ser cristiano, está muy lejos de Dios. La religión, la fe ha caído en una palabra. Yo creo, sí. Pero aquí se trata de volver a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera. Esta es la predicación de Juan Bautista, preparar. Preparar el encuentro con ese Niño que nos dará de nuevo la sonrisa. Los israelitas, cuando el Bautista anuncia la venida de Jesús, es como si estuvieran todavía en el exilio, porque están bajo la dominación romana, que les hace extranjeros en su propia patria, gobernados por ocupantes poderosos que deciden sobre sus vidas. Pero la verdadera historia no es la hecha por los poderosos, sino la hecha por Dios junto con sus pequeños. La verdadera historia, la que permanecerá en la eternidad, es la que escribe Dios con sus pequeños. Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños. Esos pequeños y sencillos que encontramos junto a Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad; María, joven virgen prometida con José; los pastores, que eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. La esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza, no saben qué es.
Son ellos los pequeños con Dios, con Jesús que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino plano sobre el que caminar para ir al encuentro a la gloria del Señor. Y llegamos al por tanto. Dejémonos enseñar la esperanza, dejémonos enseñar la esperanza, esperando con confianza la venida del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, cada uno sabe en qué desierto camino, cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florecido. La esperanza no decepciona. Lo decimos otra vez. ¡La esperanza no decepciona!
Precisamente estas palabras de Isaías son después usadas por Juan Bautista en su predicación que invitaba a la conversión. Decía así: «Voz que clama en el desierto: preparad el camino al Señor» (Mt 3, 3). Es una voz que grita donde parece que nadie pueda escuchar - pero ¿quién puede escuchar en el desierto? - que grita en su pérdida debido a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe. Sí, decimos, «yo creo en Dios, yo soy cristiano, yo soy de esa religión», pero tu vida está muy lejos de ser cristiano, está muy lejos de Dios. La religión, la fe ha caído en una palabra. Yo creo, sí. Pero aquí se trata de volver a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera. Esta es la predicación de Juan Bautista, preparar. Preparar el encuentro con ese Niño que nos dará de nuevo la sonrisa. Los israelitas, cuando el Bautista anuncia la venida de Jesús, es como si estuvieran todavía en el exilio, porque están bajo la dominación romana, que les hace extranjeros en su propia patria, gobernados por ocupantes poderosos que deciden sobre sus vidas. Pero la verdadera historia no es la hecha por los poderosos, sino la hecha por Dios junto con sus pequeños. La verdadera historia, la que permanecerá en la eternidad, es la que escribe Dios con sus pequeños. Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños. Esos pequeños y sencillos que encontramos junto a Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad; María, joven virgen prometida con José; los pastores, que eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. La esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza, no saben qué es.
Son ellos los pequeños con Dios, con Jesús que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino plano sobre el que caminar para ir al encuentro a la gloria del Señor. Y llegamos al por tanto. Dejémonos enseñar la esperanza, dejémonos enseñar la esperanza, esperando con confianza la venida del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, cada uno sabe en qué desierto camino, cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florecido. La esperanza no decepciona. Lo decimos otra vez. ¡La esperanza no decepciona!