Pablo nunca tomó la justicia ni la venganza por su propia mano. Él sabía del Dios “juez justo” quien no olvidará lo que Alejandro haya hecho, y el pago será conforme “a sus hechos”. En esta actitud vemos a Pablo imitando a su Maestro “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).