Homestead, Florida. Febrero 28 2025
Reflexión hacia dos hermanos dominicanos a quienes queremos profundamente:
Queridos amigos,
Hoy me veo en la obligación de decirles algo que tal vez no quieran escuchar, pero que considero necesario para abrir un diálogo sincero entre nosotros. Ustedes, con su sensibilidad humanista y su deseo de justicia, tienen cualidades que los hacen muy especiales. Sin embargo, ese mismo humanismo también puede hacerlos vulnerables cuando se enfrentan a realidades complejas que no han vivido en carne propia.
Es cierto que el personaje público puede eclipsar a la persona detrás de él, y que muchos disfrutan de los derechos que ofrece vivir en un país donde la libertad de expresión está garantizada. Pero cuando esa libertad se utiliza —consciente o inconscientemente— para secundar las narrativas de regímenes como el de Cuba, es importante detenerse a reflexionar.
Ustedes no conocen nuestra realidad como la vivimos nosotros. Por más que escuchen historias, no han sentido en sus propias carnes lo que significa perder a tu mejor amigo o amiga de la escuela porque su fe religiosa fue vista como una amenaza. No han visto cómo el más carismático del barrio desaparece tras intentar cruzar una frontera minada, puesta allí por un gobierno que prioriza su supervivencia política sobre la vida de su pueblo. No saben lo que es vivir bajo la sombra de Guantánamo, un lugar que simboliza tanto la paranoia de una dictadura como las tensiones de un conflicto internacional.
No les pido que abandonen su idealismo ni su deseo de justicia. Al contrario, los invito a profundizar en él, pero desde una perspectiva que reconozca la complejidad de nuestras historias y las cicatrices que aún llevamos. Ser humanista no significa ignorar las diferencias entre sistemas políticos, ni mucho menos justificar las opresiones que algunos de ellos imponen en nombre de ideales distorsionados.
Nosotros, los que hemos vivido estas realidades, no las compartimos para generar lástima, sino para que comprendan que detrás de cada historia hay vidas rotas, familias separadas y sueños truncados. Y aunque valoramos su empatía, también necesitamos que esa empatía esté informada por un entendimiento más profundo de lo que realmente ocurre.
Con cariño y respeto,
[Álvaro Castellanos]