No tenemos muchas fotos de cumpleaños de Agustín, porque sólo alcanzamos a festejarle un año. En una de las pocas fotos que tenemos, se lo ve encandilado y atrapado por el brillo de la bengala mientras disfrutábamos como familia de un momento que hoy quisiera congelar para siempre… los cinco, como la familia que Dios había planeado originalmente para nosotros. Hoy cumpliría un año más. Cada vez que intento imaginarlo, no logro separar lo travieso de su personalidad.
Anoche lo soñé, así que hoy desperté sintiéndome diferente. En el sueño, Agustín era unos meses más grande y tenía el pelo un poco más largo y ondulado. Lo observaba mientras admiraba su hermosura y entonces le dije “te amo”. Me miró y me respondió tres veces “yo también”, con la pronunciación de un niño que está aprendiendo a hablar. Lo abracé y lo besé tantas veces como pude en ese instante que duró el sueño. Algunas investigaciones sobre los sueños afirman que estos se producen segundos antes de despertar. Si mi sueño fue así, fue intenso y duradero.
Quizás hoy me basta con saber cada tanto que él está bien. Y digo ‘cada tanto’ porque no lo sueño con tanta frecuencia. De hecho, son escasas las veces que lo sueño. Por eso disfrutamos en familia cada vez que alguno de nosotros lo sueña. Y priorizamos contarlo, para que quien lo soñó no se olvide los detalles.
Cuando oramos, le pedimos a nuestro Padre que jamás permita que dejemos de tener este tipo de comunicación; que le haga llegar nuestro amor y que permita que él nos haga llegar el suyo. Le pedimos que evite que nos extrañe como nosotros lo extrañamos. Que su espera no esté marcada por el tiempo que conocemos.
Este periodo de aprendizaje que tuvimos sin su presencia física nos enseñó muchísimo sobre la vida. Y aunque se hace extrañar demasiado, intentamos aprender cada día a vivir de esta manera; con su ausencia presente, con su presencia ausente. Sintiéndolo sin los sentidos; percibiéndolo con nuestras almas, que están llenas de lo que él nos dejó.
Lo extraño demasiado. Intento ser fuerte y sobreponerme a la fragilidad de mi humanidad, pero es tan difícil. ¿Algún día sanaré? Seguramente… pero no aquí ni ahora. Sanaré cuando renazca y pueda volver a besarlo; cuando sus ojos vuelvan a hablarme y sus manos se peguen a mi rostro; cuando pueda escucharlo cantar y lo mire sabiendo que jamás nos volveremos a separar.
¿Por qué escribo? Para poner en palabras lo que mi corazón está sintiendo, como lo hice tantas otras veces. Si llego a la vejez, quiero leer esto para recordar que no habrá que esperar mucho tiempo más. Y mientras la espera se acorta, voy a aprovechar el lugar que elegimos para encontrarnos: nuestros sueños.