38 - Matrimonios conflictos y amor
24 September 2022

38 - Matrimonios conflictos y amor

“Nací” cuando mi hijo murió

About
Me preguntaron cómo iba mi matrimonio y, sin pensar demasiado, mi respuesta fue: “Muy bien, gracias a Dios, todo bien”. Pero, ¡qué tanto puedo saber yo del tema si sólo tengo mi experiencia! Como me sucede siempre, empecé a intercambiar vivencias con los matrimonios que conozco y entendí que es un tema bastante complejo.

Cuando era más joven escuché muchas veces la frase: “Cada casa es un mundo” y hoy comprendí que hay mucho de cierto en esa frase.

Si me viera a mí mismo hace dos décadas, jamás habría concedido las cosas que permito hoy. Y si mirara veinte años hacia adelante, seguramente aprendería a evitar muchos disgustos que hoy podría obviar, de no ser por mi inmadurez.

Es que el tiempo nos enseña a moldear nuestro carácter. Si nos ponemos a pensar, la mayor parte de nuestra vida la vamos a compartir con otra persona. Entonces, deberíamos aprender sobre el sacrificio —mutuo— que eso implica.

Y muchos dirán que el matrimonio no debería ser sacrificio; ya que, si uno ama de verdad, no debería relacionarse el sacrificio con el matrimonio. Pero si lo pensamos de nuevo, veremos que los logros más valiosos siempre requieren sacrificio; los hijos, por ejemplo, demandan un sacrificio que vale la pena, porque se lo hace con amor.

Tener un cuerpo sano también implica sacrificar nuestros gustos por las comidas que nos encantan, pero que nos hacen mal; o dedicar horas al ejercicio físico para mantener la salud. Todo resultado que lleguemos a amar requerirá un sacrificio previo: construir nuestras familias, tener un buen trabajo, poder tomarnos vacaciones o ser el campeón en algún deporte.

La vida me regaló muchísimos amigos y un mundo de personas que conozco, con quienes puedo hablar sin problemas. Es evidente que la comunicación nunca fue un conflicto para mí.

Cuando uno puede hablar con muchas personas, puede ver con mayor claridad el contexto en el que está parado. Y hoy, puedo ver que hay muchas parejas y matrimonios en conflicto.

De hecho, mi matrimonio también debe enfrentar conflictos de vez en cuando; y cuando eso sucede, es increíble ver que los impulsos que nos hacen humanos, también nos empujan a cometer errores que después lamentaremos. Una vez leí que uno jamás debería prometer cuando está demasiado contento, responder cuando está enojado, o tomar una decisión cuando siente dolor.

Es que los seres humanos nos movemos por las emociones —y así como el corazón sabe de solidaridad, amor y empatía, también conoce el egoísmo, el odio y el resentimiento—.

Si quiero que mi esposa cambie su forma de actuar en algunas situaciones que nos llevan a mal destino, es difícil que yo logre esos resultados; simplemente porque ella es otra persona, criada por otros padres, con otra cultura, otras costumbres y creencias. Si verdaderamente necesito que mi esposa me responda de otra manera, mejor cambio yo. Es más fácil, más directo y efectivo, porque ese cambio sólo depende de mí, de ningún otro ser humano.

Toda acción causa una reacción. Un “buen día mi amor” acompañado de un beso y una mirada de alegría por despertar al lado de la persona que amas causará un efecto de respuesta similar, basado en el color y el calor de cada palabra y gesto regalado.

Y si eso no logra la reacción esperada inmediatamente, no tengo dudas —por experiencia propia— de que lo logrará con el tiempo. Nadie debería responder al amor con odio, a la dedicación con indiferencia, a las caricias con cachetadas.

¿Estoy preocupado por este tema? ¡Sí, por supuesto! El mundo entero depende de cada acción individual, porque el resultado al final de un sólo día con la sumatoria de cada acción individual es un camino abarrotado de problemas que cada individuo creó.

El mundo, allá afuera, está lleno de dificultades, de batallas diarias que todos debemos luchar. Al final del día, el hogar es nuestro refugio más seguro. ¿De qué sirve salir a pelear, si cuando volvemos a nuestros hogares debemos seguir combatiendo con la persona con la que compartimos nuestra cama?

De manera permanente estamos generando nuestros propios problemas, por nuestras malas decisiones y acciones. Si nos detenemos a pensar un minuto en todo lo que tenemos, no tengo dudas que dejaríamos de crear conflictos innecesarios.

Voy a contar una intimidad que jamás antes escribí. Lo hago porque mi esposa me regaló la licencia de escribir todo lo que nos sucede y porque todo lo que escribo, al final, siempre nos ayuda.

El 14 de septiembre de 2013 mi esposa estaba cumpliendo 29 años. Y como millones de matrimonios regados por el mundo, el nuestro también tenía conflictos. No la estábamos pasando del todo bien.

Ella había sacrificado mucho por nuestra familia y hasta había postergado varios de sus sueños personales; y yo sufría por tener que conducir el destino de nuestros negocios en un contexto de crisis económica que nos golpeaba, al igual que a millones de personas en el mundo.

Cada uno por su lado enfrentaba sus propias preocupaciones. Discutíamos por cualquier cosa y no lográbamos el equilibrio de nuestra relación. Ese día discutimos porque mi esposa no quería festejar su cumpleaños. Y yo, en lugar de entenderla, insistía en que debía celebrarlo.

En medio de la discusión me dejé llevar por mis impulsos y le dije palabras que nunca debí haber pronunciado. Segundos después de decirlas, ya me habían causado el más profundo arrepentimiento; pero ya era tarde, ya las había vociferado. Mi esposa, la mujer que amo, se quedó sola y llena de dolor, un dolor causado por mis palabras y por mi actitud egoísta e indiferente.

Estaba enojado y no controlaba lo que salía de mi boca. “Inventas problemas donde no los hay. No ves la realidad que vivimos, no valoras lo que somos y lo que tenemos. Ojalá Dios nunca te dé razón verdadera de qué quejarte, porque el día que Él lo haga, yo también voy a recibir ese golpe… porque todo lo que amas también yo lo amo”, fueron las palabras que le grité, y que concluyeron nuestra discusión.

Diecisiete días después de esa discusión innecesaria, Dios nos mostró, por primera vez en nuestras vidas, un motivo real por el cual sufrir. Nuestro matrimonio perdió a uno de sus hijos y mis hijos perdieron a su hermanito menor… que se iría para siempre.

Íbamos a tener que aprender a vivir con ese dolor. Ahora nuestro matrimonio debía afrontar un verdadero problema sin solución. Teníamos una razón verdadera para estar mal.

Hoy puedo mirar atrás, lamentar un error grande en mi vida y contarlo. Las palabras tienen un poder enorme, incalculable. No nos damos cuenta del daño que causamos cuando nos enojamos y sacamos lo peor de nosotros. Y luego pretendemos que las personas que decimos amar las olviden y las perdonen. Con esto no quiero decir que Dios nos golpeó, porque comprendí que es una situación que como seres humanos nos tocó vivir. Simplemente la situación, la coincidencia, me hace reflexionar al respecto.

Como escribió una vez Luis Veuillot, periodista francés de principios del siglo XIX, “El cristiano que sufre no es un hombre a quien Dios ha herido: es un hombre a quien Dios ha hablado”.

El tiempo sin duda nos enseña. Y aunque hoy sólo soy un hombre joven que no tiene los secretos para preservar nuestro matrimonio para siempre, es mi mayor anhelo lograr esa sabiduría. Para protegerlo y abonarlo con dedicación y amor inagotable.

Una relación de pareja que se sustenta en el amor, la tolerancia, el humor, los pequeños detalles, el respeto mutuo, la paciencia, la confianza, el sexo, la fidelidad, la amistad, el compañerismo, la templanza, la dedicación… pero sobre todas las cosas, una relación cimentada en el amor de nuestro Padre, en Su fuerza… sin dudas sería una relación sin límites, y cada ítem —inevitablemente— requiere de nuestro sacrificio.

Cuando una relación se funda sobre ese amor mutuo, no existirá problema que no tenga solución.

Debemos nutrir al amor cada día, con muestras de cariño sincero y genuino que alimenten la relación y fortalezcan el vínculo con un escudo irrompible; para que las partes se amalgamen y perduren más allá del tiempo que podemos medir.

El amor es generosidad; es valentía, alegría, perseverancia, respeto, diálogo… mucho diálogo.

El amor es totalmente desinteresado, humilde, paciente, honesto y fiel; es el desafío de dejar de pensar en uno para pensar en el otro.

El amor es lo único que tiene pureza absoluta, sin contaminación. Es contagioso pero saludable; un contagio que hace bien.

El amor se multiplica a través de la familia, nace en la pareja y brota en los hijos y nietos. Es la única fuerza invencible, y el atributo más grande que un ser humano puede tener.

El amor salva al mundo y está directamente relacionado con Dios: Si el amor se multiplica con la familia y la familia es la extensión de Dios en la tierra, entonces AMOR es DIOS escrito de otra forma.

El amor es eterno… infinito. Como dijo Marcel Proust, escritor francés de principios del siglo XX, “El amor es el espacio y el tiempo medidos por el corazón”.

Renovemos nuestro compromiso de amar, con la certeza absoluta de que jamás vamos a perder a quienes amamos y nos regalan su amor.

Aquí, hoy… mañana, después y más allá también.

“El que no ama no ha conocido a Dios; porque Dios es Amor” 1º Juan 4:8