(...) Cuando volvimos a nuestra casa habían pasado más de 24 horas desde que fuimos a despedir los restos de nuestro hijo. Ingresé a mi oficina, vi mi teclado encendido y la silla que es-taba arrimada para que mi hijito pudiera alcanzarlo. Las teclas tenían restos de dulce de durazno de cuando las estuvo tocando la mañana anterior. Había estado comiendo bizcochos con dulce y sus manos estaban pegajosas. Todo estaba tal como él lo había dejado.